En Almazán, un municipio de Soria situado en lo alto de una atalaya con construcciones que dan cuenta del importante papel que jugó en época medieval, encontramos, casi de forma casual, a un artista que nos hace volver los ojos al Renacimiento: Andrés Isla Gallego.
Inventor, pensador, constructor, poeta, escultor, místico… Un hombre abierto a todos los conocimiento y artes que ama la sabiduría y se afana por alcanzarla. Y resulta que no somos los únicos con la apreciación. Según nos cuenta, recientemente un antiguo compañero de instituto coincidió en esa cercanía con los cuatro principales parámetros del Renacimiento: "Beatus ille (dichoso aquel en vida sencilla de naturaleza, tranquilidad y perfección), Carpe diem (atrapa el día, sin malgastarlo en acciones no deseadas), Locus amoenus (búsqueda de lugar ameno y armonioso) y Tempus fugit (recordando que el tiempo no se detiene). Seguramente sí habría deseado ser artista en el Renacimiento".
Fue un artículo publicado en Heraldo de Soria lo que nos puso sobre la pista de este genio que se guía por principios y valores propios de otra época: "Tallar piedra me produce emoción, pero también mucho, mucho sufrimiento". El titular nos hizo salir al encuentro de Andrés Isla Gallego y enseguida nos contó su historia. Trabaja como agente medioambiental. Nació en Soria en 1968 y pasó los cuatro primeros años de su vida en Vadillo, un pueblecito del noroeste de la provincia donde estaba destinado su padre, maestro de escuela.
"En 1972 nos trasladamos definitivamente a Almazán. No voy a decir que mi infancia fuese una rareza, pero tampoco fue muy convencional. Si bien es cierto que compartí juegos con otros niños, mi tendencia meridiana desde muy pronto fue la soledad, inventándome historias con los juguetes que tenía, figurillas de plástico en su mayoría, que cobraban verdadera vida y no solían ser guardadas sin un desenlace. También pasaba buenos ratos dibujando, en la misma línea, escenarios y personajes inventados.
Al final de su infancia, no recuerda exactamente cuándo, cambió sus juegos de imaginación y dibujos "por la escritura de poemas y pequeños textos, paseos solitarios por espacios abiertos entre ensoñaciones, recitados de versos, conversaciones ficticias, y también música, silbada, cantada, tarareada, unas veces reproducida y otras compuesta sobre la marcha, algo que me ha acompañado siempre, hasta el punto de lamentar profundamente no haber aprendido instrumentos ni escritura musical". Como vemos, hubo una eclosión autodidacta de genio y figura.
Como era de suponer, no encajó bien en la enseñanza oficial, aunque los sobresalientes en literatura y los primeros premios de poesía eran siempre para él. "Tras un año de transición trabajando como peón de albañil, me matriculé en un grado de FP en la rama Forestal, en la Escuela de Capacitación del propio Almazán. Allí conseguí un título académico que a la larga ha sido positivo, pero siempre me quedó un poderoso fondo de fracaso, de complejo por no haber sido capaz de cursar estudios superiores al respecto de mis inquietudes creativas, ni entonces ni a otra edad posterior. He permanecido siempre en una región de artista autodidacta, introvertido, invadido a menudo por dudas y sensaciones de impostura que a menudo han sido tóxicas y limitantes".
En un momento de desmotivación y anulación, fue decisivo el empuje de sus padres para realizar aquel grado de FP que le facultó para opositar a Guardería Forestal. "Fue un camino circunstancial, no elegido, pero al mismo tiempo respondía en parte a mi carácter de gusto por los espacios abiertos, la relación con el medio natural y rural, la contemplación del entorno".
Extinguido el Cuerpo de Guardería Forestal, ahora son agentes medioambientales. "Sin duda, esta labor me ha aportado enriquecimiento personal a medida que ha ido ganando en complejidad, y como no podía ser de otra forma me ha inspirado varios poemas y esculturas que me generan, en el caso de los poemas, complacencia por la belleza de lograr su escritura y también desgarro por los contenidos de drama o desolación, (pérdida de hábitat, agresiones, siniestralidad de especies)", explica.
Las esculturas, según dice, son más amables. Nos muestra un búho chico posado tranquilamente en una encina en cuya base asoma un lagarto, y en perspectiva un fondo apacible de orografía y aves volando. "Otra escultura, aún no acabada, trata de una alondra ricotí, a tamaño aumentado porque la real cabe en el cuenco de la mano, en su hábitat natural de tomillos, lavandas, genistas… como pequeño homenaje a una de las aves más escasas y amenazadas de la Península".
El Camino de Santiago impulsó definitivamente ese espíritu creativo, sobre todo en la talla en piedra. "Fue también imprescindible la coincidente rehabilitación de mi casa, una antigua edificación del S XVIII que había comenzado poco antes a restaurar con mis manos por falta de medios económicos. Antes del camino estaba levantando un muro de mampostería, buscando sin más las caras más lisas de las piedras brutas y acoplándolas con argamasa como mejor podía".
Durante el Camino le cautivaron las edificaciones y monumentos que se iba encontrando en los pueblos, en especial el románico entre Burgos y Sahagún. "No sabría explicar por qué me fascinó tanto o por qué me dio por imaginar a aquellos artistas y artesanos anónimos, sufridos, sobre andamios rudimentarios, con sencillos atuendos y herramientas limitadas de herrero, trabajando sobre aquellas maravillas como en un montaje de documental. Quizá el motivo personal del Camino como viaje interior potenció aquella forma de mirar".
Al regresar, comenzó a abordar la piedra de otra manera, empezando por picar las caras de mampostería. De ahí pasé a fabricar, ayudado por una escuadra de colegio, algunos sillares para un pilar y a coquetear con algunos relieves simples, hasta que me atreví con mi primera talla real, de evocación románica, aunque diseño propio, para empotrar como decoración en un contrafuerte de ladrillo mudéjar levantado también por mí para sostener la esquina de un viejo porche que presentaba una inquietante inclinación.
La esculpió con un cortafrío de albañil y un destornillador. "Ahora que menciono el ladrillo mudéjar, debo destacarlo en justicia porque en mi casa tiene más presencia que la propia piedra. El edificio es muy posterior al mudéjar, pero en su construcción se usó el mismo ladrillo macizo, en combinación con la piedra y la madera, y desde el principio me preocupé mucho de incorporarlo en paños de pared, dinteles o detalles decorativos, junto con otros elementos cerámicos como bordes de teja árabe o fragmentos de azulejo, cortados a voluntad gracias a la radial".
Tras muchos años de trabajo discontinuo, Andrés ha logrado una restauración acorde con su estilo original, complementada con destellos de imaginación muy llamativos. "En ocasiones he contado con ayuda familiar, pero en su mayoría ha sido una labor solitaria, desde las ideas hasta las ejecuciones materiales. personalmente constituye una satisfacción y un enriquecimiento enormes". Talla la piedra con herramientas y técnicas usuales, tradicionales y modernas, cuyo uso y desarrollo ha aprendido de manera exclusivamente intuitiva y autodidacta. "Cada diseño escultórico complejo presenta requerimientos particulares que recuerdan al artista su condición de eterno aspirante, y que la humildad, pero la humildad genuina, no debe dejar de sentirse jamás".
Al convertir la piedra en arte tiene a veces la sensación de haber experimentado en unos años de vida de una persona varias eras de la humanidad. "Mis obras acabadas no son muchas, porque mi tiempo disponible es limitado, y porque persigo el máximo nivel de expresión y detalle a mi alcance, sin mezquindad, ese término usado para referirse al esfuerzo extremo, no calculado, del propio talento. Dicho esto, cuando he logrado finalizar bien una escultura me siento embargado por satisfacción casi de éxtasis, y aún también asombro por lo logrado, e incluso duda de si volvería a poder acabarlo, porque mi tensión y sufrimiento mientras ejecuto lo más delicado, e irremediable si se rompe o se yerra en alguna proporción o situación exacta, son intensos a veces".
También llega a sentir una conexión profundísima con la Tierra, "porque alguien, milenios después de formarse una roca y ser erosionada por los elementos, la recoge, la transforma, dándole un acabado artístico y un significado poético. Imaginarlo me sobrecoge y desborda mi propio sentido de existencia como ser vivo.
La obra que primero me viene diciendo todo esto es el autorretrato de mi mano sosteniendo una mariposa entre hojas caídas de árboles, con versos grabados que acentúan su significado, por su buena ejecución, el soplo de vida que muestra mientras representa sus mensajes, en este caso una aceptación del adiós, de la brevedad del tiempo, una mano en paz con lo que se marcha, sabiendo que ha logrado recibir antes su esencia vital y su belleza".
Su reto más inmediato es terminar bien la alondra ricotí y una talla de Jesús Nazareno, de medio cuerpo y tamaño casi real, que quiere hacer para sus padres. "La imagen de Jesús Nazareno -dice- es inmensamente venerada en Almazán. Sé que una imagen suya les acompañará mucho en esta etapa de sus vidas".
Invierte el orden, el Jesús Nazareno es prioritario. "Y más allá, pasada ya con creces la mitad de mi vida, aspiro a seguir cultivando, olvidadas ya quiméricas glorias, estas dos artes que un día empecé a fusionar: lírica y escultura, como finalidad estética, pero en especial como relación necesaria de mi sensibilidad con el mundo en que vivo y al que pertenezco, y deseando no hacer alusivos esos versos que José Hierro, ese poeta capaz de provocarme a veces un silencioso llanto físico, escribió en su poema 'Para un esteta': Tu fin no está en ti mismo, ('Mi obra', dices), olvidas que vida y muerte son tu obra".