Lleva más de 40 años dedicándose a la interpretación y a sus 61 años, Silvia Marsó puede presumir de haber hecho de todo en cine, televisión y, sobre todo, en teatro, donde en los últimos años ha desarrollado su carrera ejerciendo no solo como actriz, sino también como productora, lo que le permite contar las historias que quiere. Ahora, entre todos los proyectos que tiene entre manos, está en el madrileño Teatro Pavón con ‘La importancia de llamarse Ernesto’.
La comedia de Oscar Wilde la ve como un regalo y nos asegura que siendo la obra de “uno de los dramaturgos más influyentes e importantes de los últimos siglos, es un lujo interpretarla” junto a sus compañeros, entre los que se encuentran Pablo Rivero, Júlia Molins, Paula Jornet o Ferran Vilajosana, entre otros.
En los últimos años ha centrado su carrera en el teatro, encadenando una obra con otra sobre los escenarios y nos cuenta que gracias a ello en estos tiempos le han llegado “unos personajes muy interesantes, llenos de capas, complejos y brillantes”. Con la obra de Wilde tiene la oportunidad de dar vida a Lady Bracknell, “una dama de la alta sociedad londinense que no se queda en las apariencias, sino que tiene un gran sentido estratega, una mordacidad exquisita y una inteligencia agudísima”.
¿Es más fácil conseguir papeles para mujeres a partir de los 50 en el teatro que en el audiovisual?
Ojalá en el audiovisual se escribieran personajes femeninos de este calibre. Hay muchos menos, siempre nos quejamos de eso. Pero además para mujeres de más de 50 años aún es más difícil encontrar buenas oportunidades en cine y televisión.
¿Has notado en España una evolución en los últimos años respecto a los personajes femeninos?
Sí. En los últimos años ha evolucionado el cine con respecto a personajes femeninos con enjundia y que lleven las riendas de la trama. Quizás tenga que ver que cada vez hay más directoras y guionistas. La verdad es que pertenezco a CIMA, (Asociación de mujeres cineastas y de medios audiovisuales), y sé que desde ahí se ha hecho una gran labor para que haya más igualdad en el audiovisual.
¿Sientes que la industria sigue siendo edadista, especialmente con las mujeres?
Salvo excepciones, creo que sí. Y no sé si los productores y los directivos de las plataformas y las distribuidoras conocen las estadísticas y los estudios, que dicen que en nuestro país el mayor consumidor de cultura (cine, televisión, literatura, exposiciones, conciertos, teatro, etc.) son mujeres de más de 40 años.
También eres productora, ¿qué te aporta?
Producir teatro me aporta la oportunidad de hacer obras que nadie se atreve a producir. Arriesgar y tomar decisiones sin priorizar la rentabilidad, sino la apuesta artística. Mi primera producción en solitario con 'Lamarso produce' fue con el espectáculo musical basado en la novela de Stefan Zweig '24 horas en la vida de una mujer'. Y era un gran reto, con tres músicos y tres actores en el escenario y un extenso equipo técnico. Y la verdad, pasé mucho miedo al principio, pero salió fenomenal. Tuvimos premios, buenas críticas y una larga gira. Estuvimos tres veces en Madrid: Teatro de La Abadía, Teatro Infanta Isabel, y Teatro Galileo.
Hace poco al presentar ‘Claveles’ hablabas de la juventud como motor de la sociedad. ¿Cómo ves a los jóvenes?
En la obra que protagonizamos Abel Folk y yo, escrita por Emma Riverola, se habla de ideología, historia, sociedad, y llegamos a la conclusión de que lo único imprescindible es no perder la esperanza, y esta, inevitablemente, está puesta en los jóvenes.
Pero en la vida actual, da un poco de apuro observar que, debido quizás a las redes y a lo efímero de las informaciones y de las imágenes y de todos los mecanismos que se utilizan en estos medios, la gente está profundizando menos. No se detienen a pensar, ni analizar sobre un tema, sino que la inmediatez, lo exiguo, la disparidad, se está convirtiendo en la única forma de información de esta generación. Y a mí, sinceramente, me preocupa.
¿Aconsejas mucho a tu hijo?
Por suerte, mi hijo no tiene redes, no está enganchado a esa lacra, pero por su propia voluntad, no porque yo le haya impuesto nada, porque en mi caso, al ser productora y actriz, no tengo más remedio que invertir tiempo en la promoción de los proyectos, para que lleguen al público y en ese aspecto las redes son imprescindibles y muy valiosas.
¿Qué te aporta trabajar con actores más jóvenes?
Pasármelo genial con ellos. Mis compañeros en 'La importancia de llamarse Ernesto' son extraordinarios. No solo a nivel humano, sino también profesional. Están muy preparados, tienen una gran frescura y sinceridad en el escenario, y ganas de aprender. Los adoro.
¿Cómo recuerdas tus inicios en el ‘Un, dos, tres’?
Con mucho cariño fue una etapa preciosa en mi vida.
¿Era Chicho Ibáñez tan exigente como se dice?
Súper exigente. Pero también un gran maestro y un 'padrazo' para todo el equipo.
¿Qué le dirías a aquella Silvia que empezaba a trabajar a principios de los 80?
Le diría lo mismo que me he dicho siempre: paciencia, tesón, ilusión, y desarrollar esta profesión con dignidad y honestidad, dos conceptos fundamentales en mi vida.
Leía que, aunque te gustaría tener pareja, tendrías que reducir el ritmo de trabajo. ¿Preferirías trabajar menos o que el destino decida?
(Risas) Hasta ahora pensé que el destino haría su magia, pero entre rodajes, representaciones, giras y ensayos el pobre destino no tiene hueco para presentarme al amor de mi vida.
¿Se tiene la misma idea del amor a los 30 que a los 60?
A partir de los 30 es cuando, por regla general, te empiezas a plantear la maternidad, por lo que es fundamental elegir bien y apostar por una buena relación. Pero por desgracia, también es la etapa en la que tienes que centrarte profesionalmente, por lo que la vida se convierte en una gran contradicción. En cambio, a partir de los 60 ya tienes a los hijos criados, la carrera afianzada y es un buen momento para vivir con plenitud el amor. ¡Qué más se puede pedir!