Después de la noticia del descubrimiento en el mundo del arte del supuesto Caravaggio en manos de una familia acomodada, nos puede hacer pensar que menos mal que todavía no todo el arte significativo está descubierto. Pero descubrir por casualidad una gran pintura no es cosa fácil. No es la primera vez que esto ocurre ni seguro que será la última. Se podría decir que hasta en las grandes familias ha pasado esto. Me refiero a los grandes museos internacionales.
Ejemplo de ello fue lo que ocurrió en 2009 en el Metropolitan Museum de New York cuando tras la restauración de una de sus obras, Retrato de Caballero, atribuida al círculo de Velázquez, se dieron cuenta de que en realidad tenían en sus salas un auténtico Velázquez. También de nuevo en 2019 el mismo museo volvió a ser noticia al identificar otro nuevo Velázquez. O en Francia, donde en la cocina de la casa de una anciana, ajena y pagana a las cuestiones artísticas de la pintura, poseía lo que sería después una pintura del artista italiano del siglo XIV Cimabue un Cristo burlado que se subastó por 24 millones de euros. O para quedarnos en casa, el mismo Museo del Prado pasó en el 2011 de tener entre en sus colecciones un anónimo flamenco del siglo XVI a un taller de Leonardo da Vinci, nos referimos claramente a la Gioconda del Prado.
Pero las pinturas no siempre salen a la luz por un golpe suerte, a veces el ojo experto es el que hace posible esto o por lo menos el primer paso para identificarlas. Encontrar una obra de arte de cierta calidad es bastante raro, no imposible, pero si poco casual, y más si hablamos de arte antiguo. A veces incluso se tienen y no tenemos ni idea de ello hasta que alguien nos lo dice. No hay tampoco un estudio ni una probabilidad para saber si la obra que podríamos encontrar nos pudiera resolver la vida o dar un capricho. En el mundo del arte todo es muy relativo y objetivo al mismo tiempo.
Si fuéramos a un mercadillo o a una feria de antigüedades, se podrían identificar de dos tipos de personas que van allí. Los que saben lo que están buscando, es decir los que su ojo ya está educado para detectar algo que pueda chirriar o llamar la atención entre tanto objeto con poco o efímero valor, y el que va y compra algo que le gusta sin saber si ha comprado una obra maestra. En el primer caso la persona funcionaría como una especie de caza tesoros, a la búsqueda de una buena pieza para luego rentabilizar su valor.
El segundo, por puro azar o suerte, adquiere algo con gran valor que desconoce completamente. Ejemplo de ello fueron los casos de una señora que compro por 39 euros un Renoir en un mercadillo del Estado de Virginia y unos meses antes, otro hombre de Ohio, adquirió un Picasso por unos 10 euros. Lo que tiene en común estos dos caso, es que fue la suerte y no su ojo experto lo que ayudó, pues a veces aunque nos empeños en ir buscando el Santo Grial, este no siempre se nos quiere aparecer por muy preparados y adoctrinados que estemos.
En cualquier caso, al final la obra tiene siempre el valor indiferentemente de quien la adquiera. Pero si la pregunta es si esto es aún posible, es decir que en pleno siglo XXI, cuando parece que todas las pinturas importantes están ya descubiertas o formando parte de la colección de algún rico o noble o en las paredes de los grandes museos, la repuesta sería un sí rotundo. Esto aún es posible, con fortuna o sin ella, aún se pueden hallar joyas perdidas. ¿Por qué no? Solo que para ello tendríamos que estar muy atentos si vamos en busca de eso tesoro oculto, pero como bien dice el refrán no es oro todo lo que reluce. Prueba de ello es que durante la segunda mitad del siglo XX se puso de moda las falsificaciones de obras maestra a modo de pósters con un resultado óptico muy parecido al original que la avaricia y la vanidad de las personas hizo que durante un tiempo tuvieran gran éxito.
Gente adinerada o con gusto por la pintura, pero ignorante en tema artísticos, los compraba a muy bajo precio, respecto a si hubieran sido lo que ellos creían que estaban comprando, y los exponían en sus casas como el inicio de una colección pictórica o la ampliación de la misma. Tales "pinturas" muchas veces eran fotos impresas en papel pegadas a cartones duros y luego recubiertas estas fotos con una especie de barnizado que hacia difícil distinguir al ojo inexperto si se trataba de un falso, ya que incluso se reproducían los cuarteados y grietas, que son alteraciones propias de las pinturas. Sin embargo el lugar para encontrar una obra de arte puede ser el sitio más insospechado.
El tabla del San Jerónimo de Leonardo da Vinci de los Museos Vaticanos fue encontrada en el siglo XIX dividida en dos partes. La primera fue hallada por casualidad y adquirida por el tío de Napoleón, el Cardenal Joseph Fesch. Había sido utilizada como tapa de una caja en el depósito de un ropavejero romano, mientras que la parte que correspondía con la cabeza del santo, la tenía un zapatero, con la cual había creado la base de un taburete.
Esto me recuerda al caso de una familia acomodada de cuatro hermanos, que no se hablaban entre ellos, algo muy normal cuando hay dinero y obras de por medio, que tenían una pintura en casa de la que no sabían de su valor, ni económico ni artístico, pero estaban convencidos de que era una tela de Murillo. Sin embargo, la realidad era muy distinta, la pintura era muy interesante, pero por desgracia no era un Murillo, sino una obra española del siglo XVII que copiaba una pintura perdida de Rubens quemada durante la II Guerra Mundial.
Se les realizó un trabajo de expertización que consistía en una catalogación que ayudara a después en la tasación de la obra y saber cuánto podría valer. Obviamente no es lo mismo un Murillo que una copia de un Rubens. Cuando se terminó el trabajo de investigación de la pieza se le dio un valor pero los dueños no quedaron contentos con el resultado. Esto a veces ocurre, pues no era lo que esperaban, asegurando que entonces la llevarían a otro sitio a venderla directamente, a un museo o al extranjero, pero por mucho que se empeñasen y por muy antigua que fuera la obra el valor era el que era.
Heredar y comprar una obra de arte a veces no están bonito como perece, incluso podría ser un problema si no estamos acostumbrados a tratar con este mundo que se mueve en unas esferas a veces difíciles de ver. Dicho esto, si tuviéramos la más mínima sospecha de que hemos comprado algo valioso pero no tenemos la certeza absoluta, lo primero sería llevarlo a un experto para que nos la catalogase y nos tasara la obra para saber en cifras monetarias cuál es su nombre. El experto que nos haría un informe de catalogación y expertización de la obra pude ser desde un historiador de arte particular, un tasador de una casa de subasta hasta un anticuariado.
A veces las personas que creen tener algo valioso escriben directamente a los museos, y envían una foto al conservador de turno para ver si es una obra buena y si el museo podría estar interesado en su adquisición. Esto es una vía muy directa, pero los conservadores no todos están por la labor de aceptar encargos privados a no ser que realmente la pieza merezca la pena, pero es raro pues estos informes de expertización se firman y quedan constancia de ello como un documento legal. Si por el contario elegimos ir a una casa de subastas o a un anticuario el procedimiento a seguir es el mismo, enviar una foto de la pieza y ellos la valoran en catalogación y precio.
Si no consideramos a ningún historiador del arte o no queremos contactar con un museo, las casas de subastas de mayor referencia en España nos podrían ayudar. Las españolas Ansorena, Alcalá Subasta, Duran, Setdart o Abalarte serían buenos ejemplos, o las internacionales con sede en España, Christie's y Sotheby’s. También los anticuarios o galerías de arte, como Colnaghi o Nicolás Cortés, pueden ser un apoyo. Hay que recordar que el valor de un cuadro depende de muchísimos factores. La temática, el formato, la época, la escuela pictórica a la que pertenece, el estado de conservación… y por supuesto el autor, son determinantes para ponerle un precio.
Si el resultado de la catalogación y tasación es óptimo, es decir la obra tiene valor, podremos decidir si vender y rentabilizar su compra o que adorne una pared de nuestra casa. Pero sinceramente, si no somos un oligarca ruso, una persona adinerada, un magnate del petróleo o herederos de una colección artística, si decidimos quedárnosla y la obra fuera buena, creo que, con lo que estamos viendo las últimas semanas con el supuesto Caravaggio, es un claro ejemplo del embrollo burocrático y monetario en el que estaríamos entrando.
Para una persona de un estatus económico normal o moderado y no acostumbrado a tener pinturas de artistas de renombre en las paredes de su casa, es como si le hubiera tocado la lotería, pero el premio a lo mejor no es tan dulce como aparenta ser. Se tendría que deshacer del preciado premio cuanto antes. Al no tener una colección y ser ajena a todo este mundo histórico artístico, para qué tener una preciada pintura en el salón de tu casa, poco vas a poder hacer con ella, es más, seguramente tendrías que pagar impuestos por patrimonio, y no digamos si la obra es declarada BIC (bien de interés cultural), pagar un seguro contra posibles robos… en fin, un quebradero de cabeza que es mejor no comenzar.
Esto sería el caso de poner la pieza al corriente de las autoridades competentes en esta materia, en caso contrario la obra estaría colgada en tu salón para un disfrute personal sin poder rentabilizar su valor. A no ser que, al no ser un bien declarado, la intentases vender fuera del país para así duplicar o incluso triplicar su valor, pero claro, con esta opción es cuando se comienza a perder el patrimonio de una país y te podrías buscar grandes problemas. En tal caso, venderla dentro de la legalidad y que un coleccionista o un museo la compre sería lo mejor, por lo menos bajo mi punto de vista. Otra opción sería quedártelo y mirarlo todos los días sin que nadie, ni tan siquiera el Estado, supieran que un Rembrandt o un Tiziano comparten piso contigo, de lo contrario el alquiler que tendrías que pagar sería sumamente alto por compartir casa con estos inquilinos.
Para venderla, las vías a seguir son variadas. Podemos intentar venderla directamente al Estado poniéndonos en contacto con el Ministerio de Cultura o con un museo; venderla a un anticuario o llevarla a una casa de subastas para su posible venta en una subasta.
Aunque es verdad que no siempre las obras que por un golpe de suerte podemos encontrar son grandes obras de arte, a veces son piezas moderadas, interesantes pero de un valor medio que una alegría nos pueden dar. No obstante, los pasos a seguir para saber su valor y su posterior venta son los mismos que con una obra de renombre
En mi opinión si no somos personas adineradas, de la aristocracia o nobleza cuyas colecciones están protegidas y controladas por los Estados o Ministerios de Cultura de turno, tener en nuestras casa una obra de Tiziano, Goya o Velázquez es una enorme responsabilidad, ya no solo por lo que supone tener una obra de arte en casa, sino por la responsabilidad de cuidarla para el disfrute de todos, pues está claro que nosotros somos efímeros pero las obras de arte, el arte con mayúsculas, se hizo con la idea de la eternidad y así ha sido hasta ahora. Si eliminamos de la historia, las guerras, los incendios y desastres naturales, muchas de las obras desaparecidas del pasado estarían hoy entre nosotros, expuestas en las salas de los grandes museos, en importantes colecciones privadas o en las cajas fuertes de los bancos, pero por lo menos estarían. Ahora bien; el arte que no se puede ver, que no está catalogado o que no se sabe que existe, es solo una idea, es arte muerto, pero esto es otra cuestión.