Hace hoy 40 años la actriz Romy Schneider moría en su apartamento parisino. La depresión que arrastraba, desde la muerte de su hijo adolescente unos meses antes, llevó a muchos a concluir que se trató de un suicidio. Pero el misterio de su muerte no eclipsó un misterio aún mayor, el de su vida: ¿Quién era realmente Romy Schneider?
Para algunos siempre será Sisí, la emperatriz austrohúngara a la que interpretó en tres películas que ella, por cierto, detestaba. Para otros, la musa de los mejores cineastas europeos: la actriz atravesó la pantalla en obras de Visconti, Sautet, Clouzot, Tavernier o Zulawski. Y para todos, una de las mayores bellezas de la historia. Pero también la más triste. Cuatro décadas después de su muerte, la denominada “maldición de Romy Schneider” sigue generando fascinación porque en torno a su figura hay más misterios que respuestas.
Uno de los rumores más extravagantes que siempre rodearon a la actriz fue el de que su madre tuvo un romance con el führer. La austriaca Magda Schneider era una actriz de prestigio que mantenía tan buena relación con Hitler que tras la invasión nazi en Austria se mudó a Baviera y quedó exenta de pagar impuestos. Ahí surgieron los rumores de romance. Esto siempre atormentó a Romy, que a lo largo de su vida denunciaría públicamente los horrores del holocausto nazi, les puso nombres judíos a sus hijos (Sarah y David) y hasta pidió que la enterrasen con una estrella de David colgada del cuello.
El día que Alemania perdió la guerra Romy estaba a punto de cumplir siete años. Tras la guerra, la afinidad de Magda con los nazis le pasó factura y su carrera se vio perjudicada. Además, su marido las había abandonado por otra mujer. En 1953 Magda consiguió un papel para Romy, de 15 años, en Lilas blancas. Y de repente la niña se convirtió en una estrella de cine.
En 1955, 'Sissí' supuso uno de los mayores fenómenos cinematográficos que el cine europeo haya conocido jamás. Se trataba de una versión edulcorada y melodramática del romance entre Isabel de Baviera y el emperador austrohúngaro Francisco José, que se casaron a mediados del siglo XIX en un matrimonio concertado en el que ella nunca fue feliz.
Pero el cine lo convirtió en un cuento de hadas, que capturó la imaginación de una Europa en reconstrucción: las películas de Sissí evocaban un pasado glorioso, pacífico, hermoso, romántico y lleno de lujos. Justo lo contrario a aquel presente gris de posguerra. Su belleza luminosa representaba un futuro optimista para Europa, un rol parecido al que Marisol ejercía en España. Romy Schneider tenía 16 años cuando su cara se convirtió, tal y como describió la periodista Elsa Fernández-Santos en El país, en “el rostro en que se fundieron como una la vieja y la nueva Europa”.
El éxito dio lugar a dos secuelas, 'Sissí emperatriz' y 'El destino de Sissí' y Schneider acabó harta de aquel papel infantil, cursi y artificial que la encasilló y que la perseguiría durante toda su vida. Para muchos, nunca fue otra cosa que Sissí. Además tenía que aguantar a Madga, quien interpretaba su madre también en la ficción y con la que mantenía una relación terrible: la madre y el padrastro trataban de controlar cada paso que daba Romy y aprovecharse económicamente de su éxito.
Para escapar de su madre y de su padrastro, Romy rechazó una cuarta parte de 'Sissí' y huyó a París para rodar, precisamente, un remake de una película que su madre había protagonizado 15 años atrás, 'Christine'. Al bajar la escalinata del avión en el aeropuerto de Orly, la actriz se encontró con su compañero de reparto esperándola con un ramo de flores y un grupo de periodistas, convocados por el productor de la película, deseando inmortalizar el instante. Ella era una estrella, él un desconocido. Ambos eran puro glamour. “Era un joven muy guapo” recordaría Schneider, “muy bien peinado, impecable en un traje muy a la moda”. Era Alain Delon.
La pareja inició un romance que cautivó a Europa. La novia vienesa, de 19 años, y el galán francés, de 23, tenían a fotógrafos siguiéndolos a todas partes, pusieron de moda el estilo sexy chic y trabajaron con Luchino Visconti en una obra de teatro, 'Lástima que sea una puta', tan eléctrica que los que la presenciaron en París todavía hablan de ella. Schneider y Delon eran un símbolo de las pasiones desatadas de la nueva y pletórica juventud europea. Pero un día, tras cinco años de relación, la actriz llegó a casa y se encontró con un ramo de rosas Baccara, esas que son tan rojas que parecen negras, y una tarjeta: “Me he ido a México con Nathalie. Mil cosas. Alain”.
La principal causa de esta ruptura fue la fama. Primero, la de ella, que él no llevaba bien. Luego, la de él, que él llevaba aún peor. Convertirse en el mayor sex symbol masculino de la época le hizo perder la cabeza y dedicarse a satisfacer todos sus impulsos. Uno de ellos fue tener un romance paralelo con Nathalie Canovas, con quien se casó y tuvo un hijo. Delon, sin embargo, culpó al trabajo del distanciamiento entre él y Romy.
La pareja mantuvo una estrecha amistad hasta el final. Rodaron dos películas más juntos y una de ellas, el clásico de culto La piscina, relanzó la carrera de Schneider después de su frustrado garbeo por Hollywood con 'Préstame a tu marido' o '¿Qué tal, pussycat?'. Fue entonces cuando Europa se reenamoró de Romy Schneider, que ahora era madura, rota y sexual. Ya no era una doncella etérea sino que una mujer que se había hecho carne.
Volvió incluso a interpretar a Sissí en una reimaginación de la princesa, ya entrada en años y deprimida por la muerte de dos de sus tres hijos, que Luchino Visconti rodó en 1972. Dos años más tarde, 'Lo importante es amar' la convirtió en una obsesión para los intelectuales europeos post-Mayo del 68 y le dio su primer César a la mejor actriz. Se abría una nueva etapa ante ella, en la que su dulzura se había asalvajado convirtiéndola en una actriz visceral y apabullante. Pero entonces todo terminó.
La vida sentimental de Schneider marcó su imagen. El público nunca dejó de verla como a una heroína romántica y, tras su ruptura con Delon, la rodeaba cierto aire de malditismo: pobre princesa, incapaz de encontrar el amor sin sufrir una tragedia. Las tristezas no habían hecho más que empezar. En 1966 se casó y tuvo un hijo con el actor Harry Meyen, quien se suicidó en 1979. Su segundo matrimonio, con su secretario personal, acabó en divorcio y para entonces la actriz bebía sin parar. Cayó en una depresión provocada porque ella misma se había convencido del relato de que era una mujer trágica condenada a sufrir sin remedio o esperanza. “Soy todo en la pantalla” explicaba. “Pero no soy nada en la vida”.
Un día su hijo David, durante unas vacaciones con sus abuelos paternos, escaló la verja de la casa. El chaval solía entrar saltar la valla cuando el candado estaba echado, pero aquella mañana resbaló, su cuerpo cayó sobre los pinchos de la valla y murió desangrado. Tenía 14 años. Unos paparazzi se disfrazaron de enfermeros para colarse en el hospital y hacerle fotos al cadáver.
“He enterrado al padre y he enterrado al hijo, pero nunca los he abandonado y ellos tampoco me han abandonado a mí”, escribió la actriz en su diario. Después del entierro retomó el rodaje de 'Testimonio de mujer', convencida de que trabajar era lo único que la salvaría de perder la cabeza. Pero un par de meses después del estreno Romy Schneider apareció muerta en su cama.
El 29 de mayo de 1982 fiscal de la República Francesa cerró el caso sin pedir autopsia porque “El último viaje de Sissí no debía ser hacia la morgue” y se decretó que la causa del fallecimiento había sido un ataque al corazón. Tenía 43 años. La policía aseguró que había alcohol y barbitúricos alrededor del cadáver. Incluso se habló de una nota en la que se disculpaba por no asistir a una sesión de fotos que tenía aquel 29 de mayo. Sin embargo, varios allegados negaron categóricamente la teoría del suicidio.
Su madre no asistió al entierro. Alain Delon tampoco, pero sí pagó el sepelio. El actor ha asegurado que le hizo una foto al cadáver y la ha llevado en el bolsillo interior de todas sus chaquetas desde entonces. “Romy fue el gran amor de mi vida, el primero, el más fuerte, pero también, desgraciadamente, el más triste”, confesaba el actor hace unos años.
En 2017 la tumba de la actriz fue profanada. La teoría de la policía es que los asaltantes buscaban robar joyas pero se encontraron con una segunda cubierta que no pudieron atravesar. Romy Schneider es un mito que, en este caso literalmente, sigue siendo impenetrable. Ahora, con motivo del 40º aniversario de su muerte, una exposición en la Cinémathèque Française y un documental presentado en el Festival de Cannes tratan de explorar su figura, pero es probable que solo consigan avivar aún más el misterio.