El pasado lunes amigos y familiares confirmaban la muerte del realizador en Los Angeles, a los 87 años de edad. Partía así una rara avis del cine, siempre ligado a la esfera independiente, a pesar de estar casado con Sherry Lansing, una alta ejecutiva de la industria y a quien debemos un puñado de películas que marcaron géneros como el terror o el policial. La televisión, por otro lado, fue una faceta menos popularizada de su trabajo, pero Friedkin dirigió varios episodios de series como 'La hora de Alfred Hitchcock', 'La dimensión desconocida' o, más recientemente, 'C.S.I.'
Su más reciente película, 'The Caine Mutiny Court-Martial', que será estrenada ya póstumamente en el 80º Festival de Cine de Venecia, es una nueva versión de una novela de 1952, que ya ha sido llevada al cine varias veces (uno de ellas con Humphrey Bogart en 1954 y otra treinta años después, dirigida por Charlton Heston) y que se centra en la historia de un motín en el buque USS Cane durante la Segunda Guerra Mundial. Friedkin había trasladado la acción a la Guerra del Golfo.
Pero tal vez hayan dos razones principales por las que el mundo llora ahora mismo a William Friedkin. Ambas ocurrieron con dos años de diferencia y son auténticas obras maestras: 'Contra el imperio de la droga' (1971) y El exorcista (1973). Sobre la primera, basta decir que reformuló el género policial con su narrativa realista enmarcada en una Nueva York que es como un fondo agresivo y sucio, y sus personajes complejos y desafiantes, especialmente el Popeye Doyle personificado por un brillante Gene Hackman. Doyle redefinió lo que conocemos como antihéroe: a la ambigüedad moral común en este tipo de personaje, Friedkin y Hackman agregaron una capa más: la del héroe que simplemente puede equivocarse. Ambos director y actor, obtuvieron sendos Oscar por su trabajo.
Se hicieron muchas películas de terror antes de 'El Exorcista', y se han hecho muchas luego, pero ninguna ha sido capaz de alcanzarla en ese punto medio entre cine comercial y de autor, entre la explotación de los efectos especiales (ciertamente impresionantes para la época) y la tortura psicológica y moral, en su exposición de la inútil (y a menudo violenta) maquinaria médica, que representaba la racionalidad más mecánica ante lo desconocido.
Y no es que 'El exorcista' no cumpla su 'función' como película de terror al uso. Da miedo. De hecho da mucho miedo. Pero no solo por las imágenes perversas de una niña en estado de cuidado y bienestar poseída por un demonio horrible, vil y lascivo que la deforma (y nos deforma a todos con ella), sino por la representación perfecta del personaje de la madre, una actriz famosa, rica, temperamental al límite de lo violento, que personifica las esferas más 'exitosas' de la sociedad occidental; y por otro lado la del cura Karras, un personaje atormentado por la culpa y la pérdida de fe, a quien acecha la pobreza y a quien el diablo le da, paradójicamente, la posibilidad de redimirse.
El terror en 'El exorcista' tiene muchos garfios, y el de la cabeza giratoria y las vomitonas verdes de Reagan no son los peores. Friedkin estuvo en estado de gracia al orquestar una cinematografía perfecta, un guión impecable (genial William Peter Blatty sobre su propia novela), una banda sonora impresionante (inolvidable el momento Tubular bells) y unas actuaciones memorables en la que será sin duda su testamento cinematográfico.