La expresión 'nadie es profeta en su tierra' nunca ha sido más cierta que en el caso de María Casares. Considerada internacionalmente una de las mejores actrices de teatro del siglo XX y sin embargo en España, para su propia gente y patria, "ha sido y es, todavía hoy, una completa desconocida". Remediar en la medida de lo posible esa injusticia histórica es la misión que se ha impuesto la novelista castellano-leonesa Clara Fuertes en 'Todas las horas del día' (Plaza & Janés), donde explora la intimidad de una mujer polifacética que llevó el acento gallego a lo más alto del arte europeo.
La vida de Casares, de cuyo nacimiento en La Coruña se cumplen en 2022 cien años, es digna de una película, o al menos de un libro como el que ha escrito Fuertes. Hija de Santiago Casares Quiroga, uno de los políticos fundamentales de la II República, se vio obligada a exiliarse a los 14 años en París junto a su madre tras el estallido de la Guerra Civil.
En Francia se reinventó y emprendió una trayectoria profesional con la que cosecharía admiración y respeto reverencial actuando en cientos de escenarios y ocasionalmente en la pantalla grande de la mano de grandes cineastas como Robert Bresson, Marcel Carné o Jean Cocteau. Dos amores marcaron su vida sentimental: Albert Camus, su gran pasión, y André Schlesser, ‘Dadé’, su mejor amigo y posterior marido. La diva falleció en 1996, tras toda una existencia marcada por "el mar, el exilio, el amor y la soledad" que repasamos en Uppers de la mano de Fuertes.
¿Quién fue María Casares?
María Casares es una sala de teatro llena. Es un público entregado a su arte. Es la vida misma interpretándose. María es una mujer vibrante, apasionada, perfeccionista. Una actriz que brilló por sí misma; amada en Francia, admirada y respetada.
¿Por qué es una figura a reivindicar?
Porque se lo merece. Pero no solo que la reivindiquemos, que la conozcamos. Sacarla del olvido, ese ha sido mi objetivo, mi gran deseo al narrarla, que nos sintamos orgullosos de ella, de todo lo que consiguió, de quién era, de su tesón y esfuerzo; que se estudie su vida, al menos, en los centros de enseñanza de interpretación. Este año se cumplen cien años de su nacimiento, qué mejor momento para homenajearla, para enamorarnos de ella.
¿De qué manera la marcó ser la hija de Santiago Casares Quiroga?
La marcó en todos los sentidos, no solo como persona, también a nivel político e intelectual. Fue una mujer liberal y muy culta. Una luchadora en todos los sentidos. Pero María fue mucho más que la sombra alargada de su padre; ella brilló en los escenarios por mérito propio. Sin embargo, tuvo que sufrir el estigma de una España franquista por ser la hija de un líder republicano, y, después, durante la transición y nuestra joven democracia, en cierta manera, también la dejadez política.
¿Cómo fue su exilio a París con su madre?
Al principio, el exilio lo tomaron como la única manera de ponerse a salvo; huían del dolor en el que estaba inmerso España, pero ninguna de las dos fue consciente de lo que significaba marcharse, tampoco de lo que duraría la guerra y mucho menos de jamás volverían a casa ni a su patria, y prueba de ello fueron sus maletas llenas de un todo inservible. Sin embargo, el exilio las unió. Las hizo fuertes. Estaban solas y tenían que comenzar de cero.
¿Cómo afrontó esa reinvención forzada con tan solo 14 años?
Con determinación. Nadie le regaló nada. Ella no lo permitió. Desde el primer minuto María se volcó en perfeccionar su nueva lengua, la francesa, y lo consiguió a base de ensayar frente a un espejo durante horas y asistir a clases de dicción. Siempre fue muy disciplinada.
Albert Camus fue el gran amor de su vida. ¿Cómo se conocieron?
Fue un encuentro casual en la casa de un amigo. Allí le vio por primera vez. Camus hacía una lectura improvisada, era un 19 de marzo del 1944. Se enamoró de él nada más verle. Sin embargo, no tuvieron ocasión de hablar. María suspiraba, quería volver a encontrarse con aquel hombre misterioso del que no sabía nada, pero pasaban las semanas y seguían sin coincidir.
Hasta que ocurrió. Sí, y de nuevo de la manera más imprevista; el destino les unió con una obra de teatro escrita por Camus. El director del teatro le propuso a María ser la actriz principal de la obra. Ella se enamoró del papel antes de verle. Después, cuando le presentaron a la joven promesa, lo haría del hombre.
Fueron amantes a lo largo de los años ¿De qué manera marcó esa pasión a Casares?
Su relación duró doce años y durante este tiempo no hubo intermitencias. Su amor era real, valiente, compañero. Es cierto que comenzó mucho antes, cuatro años antes, en 1944, y que durante cuatro largos años no estuvieron juntos porque María se alejó de él cuando se enteró de que estaba casado y que su mujer, terminada la Segunda Guerra Mundial, pensaba volver a París, a vivir a su lado. Pero, al final, no pudo resistirse y en el 1948, cuando volvieron a cruzarse, decidió amarlo pese a todo y todos. Y le amó toda la vida, le amó incluso cuando se casó. Camus fue el gran amor de María.
Su relación posterior con André Schlesser estuvo más marcada por la serenidad y el afecto ¿Qué le aportó?
Mucha paz y un amor cómplice, libre, sin ataduras. Dadé, como ella le llamaba, era ante todo un amigo, compañero de profesión, amable y divertido. Le quiso mucho. Ella confesaría una vez, que se dio cuenta de lo muchísimo que le quería cuando falleció.
Casares fue una estrella del teatro que solo se acercaba al cine puntualmente. ¿No le interesaba mucho la gran pantalla?
Prefería el teatro, le gustaba más y se sentía más cómoda. Adoraba al público y el público la correspondía. Los aplausos, las luces, la improvisación ensayada. Ella siempre dijo que el teatro era su vida. Para mí actuar es como hablar, algo natural, me sale solo, sin esfuerzo.
¿Cómo llevó ella el hecho de ser reverenciada en Francia y no ser tan apreciada en su tierra natal?
Con mucha tristeza. Pensaba en España con tanta nostalgia que dolía.
Alguna anécdota en su vida que fuese en realidad un punto de inflexión
De alguna manera, su vuelta a España, a la muerte de Franco, para representar la obra de Alberti, 'El adefesio', fue su punto de inflexión. Siempre anheló volver, y cuando lo hizo, sintió que el mundo que ella había amado ya no existía. Darse cuenta de ello fue muy duro.
En 'Todas las horas del día' se percibe que sus últimos años estuvieron marcados por la soledad ¿Cómo fue esa última etapa?
Fue una etapa volcada en el trabajo. Era lo único que la quedaba, el teatro. Ella misma lo dijo: el teatro es mi único amor, el más fiel, nunca me ha abandonado.
¿Cómo te preparaste para escribir el libro?
La documentación fue muy extensa. Pero yo quería centrarme en su lado más personal y para hacerlo trabajé con la correspondencia que María y Camus se mandaron durante años y con su propia biografía. Ha sido apasionante meterme en su piel.
¿Por qué decidiste emplear dos voces narrativas?
Porque siempre tuve muy presente que la voz de María debía partir del teatro y un soliloquio era la figura perfecta para abordarla: sus pensamientos caóticos, su manera de sentir extrema, sus silencios y soledades, su felicidad. Y, en contraposición al desorden de María, había que poner un personaje joven, dinámico, con ganas de triunfar, un futuro escritor que contara su vida de manera cronológica para que el lector no se perdiera en divagaciones.
¿Cómo sería María Casares si viviese en esta época? ¿A qué personaje actual se parecería?
Imagino que no cambiaría mucho. Fue una mujer adelantada a su época. A veces pienso en María, y deseo hacer una obra de teatro con esta novela. La he visto mientras la escribía todo el tiempo. Serían tres actrices las que la interpretasen, una muy joven, otra más madura y una mayor, que es la María de la que yo parto en la novela y la que mira hacia atrás y nos cuenta lo que siente. Tengo claras los rostros de la mujer joven y la mujer madura: Elisa Forcano y Maribel Verdú. La mujer mayor, me gustaría que fuese Luisa Gavasa.