Siete años como corresponsal en un país dan para mucho. Especialmente para poner a prueba ideas preconcebidas y descubrir las peculiaridades y extravagancias de ese lugar. Siete años es el tiempo que ha estado Manel Alías (Berga, 1977) como enviado especial en Moscú de TV3 y Catalunya Ràdio, una oportunidad que se le presentó a finales de 2014 y que decidió aprovechar sin pensarse mucho a qué se iba a enfrentar. Y fruto de esa larga etapa viviendo, recorriendo y experimentando un país de primera mano son sus 'Historias alucinantes de Rusia' (Arpa), crónica polifónica que, a partir de multitud de anécdotas, personajes y sucesos pintorescos de ayer y de hoy, logra llevarnos más allá de los continuos desmanes de Vladímir Putin para atisbar la compleja realidad de un gigante en permanente contradicción.
Desde la historia de la niña de cinco años que fue insólito testigo cuando plantaba patatas del aterrizaje de Yuri Gagarin, el primer cosmonauta de la humanidad, hasta el DJ 'radiactivo' que se propuso hacer olvidar con su música la muerte que acechaba a los liquidadores de Chernóbil, Alías ha recopilado 60 historias fascinantes que definen la personalidad y el carácter de un pueblo estoico y fatalista, acostumbrado a esperar siempre lo peor. Hoy el escritor ya no vive en Moscú. Cubrió durante meses los bombardeos a Ucrania y terminó regresando a Barcelona, donde presentará el programa 'Catalunya nit' a partir de septiembre.
¿En qué momento te planteas recopilar estas historias alucinantes?
Llevaba tres años viviendo en Rusia, aproximadamente, y me di cuenta que ya había presenciado demasiadas escenas increíbles y había conocido gente tan apasionante que me arrepentiría si no dejaba constancia escrita de todo ello. Además, tengo muy mala memoria y pensé que se me podrían olvidar cosas que si me dijeran al cabo de unos años que las había vivido ni yo no me lo creería. Los siguientes cuatro años fui registrando todo lo que pensé que merecía la pena.
¿Qué es lo que las caracteriza?
La mayoría de ellas, como indica el título, son alucinantes. Pero todas las que he incluido están por un motivo: ayudan a entender ese país.
¿Qué criterio utilizaste para organizar todo el material que recopilaste?
Es un libro desorganizado a conciencia. Las escenas más relacionadas con mi vida en Rusia casi siempre avanzan cronológicamente. Pero la principal substancia del volumen, la que sirve para abordar la historia reciente y el presente de la Federación Rusa, está organizada por áreas temáticas: el frío, la guerra, el poso de la Revolución Rusa, etc. De manera que puedo avanzar o retroceder en el tiempo cuando el contenido lo requiere. Es un desorden pensado. Y el desorden, por cierto, forma parte también de Moscú.
¿Cómo llegas a todas estas historias?
¡Moviéndome mucho! He recorrido miles de quilómetros en un sólo viaje con el propósito de intentar hablar con una persona. Y subrayo lo de intentar. Sin garantías de éxito antes de partir. Solo la República de Sakha, uno de los oblast de Rusia -el equivalente a Comunidad Autónoma- es seis veces más grande que España.
¿Estas historias solo podían ocurrir en un país como Rusia?
Sí, lo que pasa hoy en ese país es producto de una historia reciente surrealista y de veinte años del autoritarismo de un personaje como Vladímir Putin. Esa combinación, tiene un resultado único. Y es por eso que es tan interesante acercarse a lo que ha pasado en Rusia. Entre otras cosas, leer bien la historia rusa -tarea nada fácil- es un ejercicio indispensable para sortear errores que conducen a un régimen dictatorial.
Comienzas con una cita de Daria Sarenko, ‘Vamos a mejor y a peor, simultáneamente’. ¿Cómo se explica la eterna contradicción rusa?
Rusia es un país lleno de contradicciones y de extremos. En muchos apartados de la vida, la sociedad, la economía, la política rusa... te llevas las manos a la cabeza. Pero cuando abres el foco y observas ese mismo fenómeno en perspectiva, la situación es mejor ahora que en otros tiempos. La tasa de alcoholismo es un buen ejemplo. Es terrible. Pero mejora a una velocidad más rápida que en muchos países europeos. En cambio, en otros apartados, hay una regresión que la guerra contra Ucrania está acelerando. Y Putin parece orgulloso de la regresión porque considera que defiende una reserva moral frente a las “perversiones” occidentales.
Dices que es un país “de guerra y poesía”. Explícanos mejor esto
Es más fácil que un hombre cualquiera te recite de memoria un poema en Rusia que en España. También es más fácil que ese mismo hombre te parta la cara antes en Rusia si no está de acuerdo contigo.
Tirar del hilo de la historia de la niña que contempló el aterrizaje de Yuri Gagarin te llevó a otras subtramas aún más sorprendentes. ¿Puedes profundizar algo en este caso?
Es un caso que tiene muchos ingredientes. La trama principal, la de Gagarin, es muy poderosa. Pero la que más me gusta es la de esos dos personajes muy secundarios, la abuela y la niña de cinco años, las primeras personas que por azar hablaron con esa cosa vestida de modo tan extraño que cayó del cielo, porque el aterrizaje no se produjo donde estaba previsto. Cuando me propuse encontrar sesenta años después aquella niña estaba convencido de que explicaría una historia divertida y surrealista. Y un episodio muy importante porque aquella niña fue la primer testigo de la que es seguramente la página más alegre para la Unión Soviética durante la guerra fría. Una chilena por la escuadra a los Estados Unidos.
Pues bien, lo que me encontré fue a una señora de 65 años con una vida trágica y deduje que con un sentimiento de abandono por parte de su país muy amargo. Y esa es la gran lección de ese capítulo: es muy difícil encontrar en Rusia familias que no estén tocadas por una u otra tragedia. El drama puede aparecer detrás de cualquier puerta incluso la que parecía abrir una historia brillante.
¿Cuál es para ti la historia más emotiva de las que has seleccionado?
Quizás la de la abuelita que cada invierno patina sobre el hielo del lago Baikal. Ver como se desliza por esa inmensidad helada es pura poesía.
La más extraña
Más que extraña diría que hay muchas de sorprendentes. ¿Sabías que en la Segunda Guerra Mundial, durante el asedio de Leningrado, se seleccionó a un grupo de ciegos y se les entrenó para que con su agudeza auditiva fueran los primeros en detectar que se acercaban aviones de combate enemigos? Esa era su misión.
La más divertida
Me gusta especialmente la de la mujer de la limpieza del alcalde de un pueblo que se hizo con el cargo de su jefe.
La más hermosa
Quizás la del DJ que tras la explosión de la central nuclear de Chernóbil decidió quedarse en la zona de más peligro para seguir pinchando música para que los liquidadores de la catástrofe pudieran abstraerse unos minutos al final de sus jornadas infernales de trabajo.
¿Qué echas de menos de Rusia?
Algunas cosas. Pero sobre todo, echo de menos la Rusia que podría ser y no es. En los siete años que he vivido en Moscú una idea en forma de pregunta me asaltaba de manera recurrente: ¿cómo sería este país si sus ciudadanos pudieran experimentar de manera sostenida en el tiempo qué es la libertad y la democracia? La pregunta ya encerraba la respuesta: ¡sería la hostia!
¿Cómo ves desde la distancia a la invasión de Ucrania?
Cómo una tragedia injusta de larga duración. Todavía hoy no entiendo qué le pasó a Putin por la cabeza cuando decidió atacar Ucrania.
¿Algún día cambiarán las cosas en Rusia?
Sí, estoy convencido. La gran pregunta es cuándo...