Acabó el último capítulo de ‘Mirafiori’, su tercera novela, en Capri. Con un sombrero Panamá que no se hubiese puesto nunca y que compró con gusto, explorador de esos días en carne viva. Era en principio un viaje para dos, en verano, con toda la épica italiana de las Vespas, los hoteles esquilados frente al mar y los botes de remos azules. Pero se torció: “Di con mis huesos en el paraje más romántico del mundo completamente solo”, dice Manuel Jabois, sentado dos meses después en el centro de Madrid, con el orgullo de haber acabado una aventura difícil: poner palabras al amor y a la pérdida. Al desamor, que es otra muerte. Por ahí van sus fantasmas. Y los del libro.
Mandó las 2000 palabras a la única persona que lo estaba leyendo todo por 'fascículos', su editora de Alfaguara, Carme Riera, y se quedó mirando fijamente el móvil. El hombre que se quitó whatsapp sabiéndose ansioso por encima de sus posibilidades, esperó sin despegar los ojos de la pantalla hasta que llegó el primer sms: “MA”. Y el segundo: “Ra”. Y luego: “VI”. Y también: “LLA”. Lo cuenta partido de risa, autoparodiando lo frágil que se queda el creador en ese momento, acostumbrado a la distancia corta y a la reacción inmediata de sus columnas en El País, donde se siente más seguro, algo desubicado con esta otra velocidad reposada de la novela. “No estoy diagnosticado, pero tengo un déficit de atención enorme”, dice.
El resultado es la historia de 20 años de amor entre Valentina Barreiro y el narrador, ella actriz de éxito y él escritor de necrológicas, pero también la de un secreto compartido que es más grande que ellos, “que es más grande que la propia vida”, insiste, pero también la de qué pasa cuando dos que se han amado como bestias se empiezan a despedazar como lo mismo. Todo, aderezado con fardos gallegos, mucho sentido del humor, el recuerdo del coche 131 Súpermirafiori de su padre con cintas de Serrat, misteriosas causalidades y noches madrileñas derrapadas.
¿Te pones ese sombrero por Madrid?
Ni de coña (risas). Pero hice cosas que me gustaron hacer. El primer día fue un poco raro, pero luego fui muy feliz. Nunca había viajado solo por placer y lo voy a hacer todos los años.
¿Te ayudó verlo todo con distancia?
Eso es. Había una distancia temporal respecto a mi vida, que la necesitaba. Y la física también. Estuve cuatro días sin hacer nada y el quinto me salió todo el final, como un vómito. Me liberé. Fue como eso que dicen: ‘Lo mejor no es escribir, sino haber escrito’.
¿Qué has intentado hacer con 'Mirafiori'?
No quería acercarme al amor, sino a la muerte. Y tampoco a la posesión, sino a la pérdida. Eso lo tuve muy claro desde el principio. Tenía la idea de una trilogía nebulosa: tratar el amor en ‘Malaherba’; el paso al mundo adulto y las preguntas en ‘Miss Marte’, ese momento que dices ‘quiero la verdad’, y luego no sabes si te convienen o no; y luego esta novela sobre la muerte. Pero luego vi que estaba muy ligada al amor.
¿Eros y Thánatos?
El desamor es la muerte por otras vías. La persona amada muere. Se convierte en otra cosa: en tu mejor amiga, en una desconocida… pero ha muerto. Y además, a diferencia de los muertos, ese cuerpo sigue moviéndose, pero tú no eres capaz de asociarlo con tus años más felices. Es una sensación horrible: llega el desencanto, se jode el embrujo, muere la química. Y no has sabido resolver las cosas para que se mantenga vivo. Es un camino que no piensas que vas a recorrer al enamorarte, porque estás eterno e inmortal, pero lo haces: es el que recorren los muertos en mi novela. Gente volviendo a la vida, recomponiéndose desde el dolor y la herida.
¿Te llevas bien con la muerte?
Tengo una relación muy afortunada con la muerte (toca la mesa de plástico, risas). Intensa. Me excita mucho la idea de lo pequeños que somos respecto a todo y que nadie, nunca, nos haya podido contar qué hay después. Quizá es lo mismo que pasa antes de nacer, nada, pero resulta que ya has existido tras toda una vida. Eso es diferente. Estaba en el entierro de un gran amigo escritor y dijo su madre: ‘Esta historia no le va a gustar que la cuente’ y le explotó la copa que tenía en la mano.
¿Eso te pasó de verdad?
Sí. Le pasó a la madre de David Gistau cuando él murió hace tres años. Tras el tanatorio nos fuimos todos los amigos a tomar algo y a recordarle y sucedió, te juro por mi vida que así fue.
¿Crees en fantasmas?
No. He entrevistado a gente que sí y no tendría ningún problema en conocer a alguno.
¿A quién elegirías conocer?
Según una amiga, que me confesó que los veía y que inspiró la novela, tengo siempre uno por aquí flotando. Dice que no es un familiar ni un conocido. No tengo ni idea de más (risas).
¿Por qué te atrae ese mundo?
Me atrae mucho todo lo inexplicable, y no hablo de lo esotérico. Lo irracional, nuestras propias decisiones, que no son justificables, un ser primitivo que de repente sale y toca el tambor y te recuerda que venimos del mono… Me gustaba la idea de una pareja moderna, sofisticada, todo el mundo seducido por ellos y que al final, no por la infidelidad, sino por la posibilidad de perder al otro, de que el otro se desenamore y se vaya, creen toda esa escalada insana y tóxica respecto al otro. Me atrae lo que no podemos controlar. Hay cosas que hacemos por la familia que no tienen ninguna justificación, por ejemplo. Me gusta pensar que tu pareja te va a defender aunque no tengas razón. Esa idea del amor en la que tu pareja está defendiendo algo en una mesa y tú quizá no estás de acuerdo, pero alguien se mete con ella y tú te sumas a la causa de ella. Le damos mucha importancia a las ideas sofisticada, pero luego todo es tan básico como querer a alguien. Tribal, casi siciliano.
¿Te consideras un tipo leal?
Me gusta pensar que sí. Le doy mucha importancia. No voy por ahí haciendo pruebas a la gente, pero no he apuñalado nunca a nadie, nunca he estado en juegos de poder, mi ambición ha sido solo escribir y que guste: y para eso no hay que hacer mucho el capullo. Si aprovechase una posición ventajosa para conseguir algo que me importase mucho, como un libro, y lo hiciese con alguna treta, la culpa no se iría. Duermo fatal, no me compensa.
¿Te ataca la culpa?
Mucho. Cuando alguien me hace una putada, intento buscar algo que le justifique. Si alguien te ha engañado, si alguien te ha hecho una faena, miro a ver por qué lo habrá hecho y si me lo he merecido. Tengo facilidad para hacerme acreedor de males ajenos.
¿En pareja también?
Sí.
¿Te consideras hedonista?
También. Me gusta vivir a tope. Voy a tope en el amor, con mi familia, mi hijo, todo. Lo paso mal, pero me gusta.
¿También al escribir?
Exactamente igual. No hablo de lo que me pasó a mí, pero sí recupero las emociones que sentí o que me contó que sintió alguien cercano. No significa que sea el personaje, sino que sé cómo siente. No me gusta quedarme a mitad de camino ni andar con medias tintas.
¿Las rupturas son un fracaso, como se cree, o un éxito?
Éxito, porque has estado emparejado. Si me muriese hoy diría ‘guau, qué viaje’. Qué infancia más bonita, que adolescencia buena aunque atormentado todo el rato (risas), qué bien me ha tratado la vida, qué suerte, lo bien que lo he pasado durante 15 años en mi redacción del periódico gallego donde empecé, cuando me empezaba a cansar qué suerte que me vinieron a buscar para venir a escribir a Madrid… Me lo he pasado muy bien. Las parejas, igual. ¿Cómo va a ser un fracaso si has estado enamorado 10 años? Quizá puedas sentirlo si acabas de tener un hijo, como me pasó a mí, que me separé tras seis años cuando él tenía dos años y medio, pero no lo es: lo has tenido, has creído en que ibais a crecer y crear una vida. Eso nunca puede ser un fracaso, sino quizá lo mejor que has hecho. Para separarte tienes que haber amado, para morir tienes que haber vivido.
¿Te hubiese gustado estar 20 años con una misma pareja como los del libro?
Me encantaría. Pero una que no te prive de conocer a gente. No te hablo de una relación abierta estricta. También me casé a los 29 y ella me decía: ‘Con esta edad, ¿no vamos a follar solo con nosotros hasta los 80, verdad?’. Aunque es arriesgado, también te digo, me da miedo perder a la persona de repente porque se le ha ido de las manos y se ha enamorado de otro. Eso tiene que ser muy traumático.
¿Todas las veces lo has visto venir?
Sí, la pareja de la novela tiene un proceso de erosión en el que dejan de hablar como se hablaban y de mirarse y de follar. Pero por eso es tan importante el secreto que comparten, cuando empiezan a destrozarse, a hacerse daño adrede, nunca tocan ese secreto, que es más grande que ellos mismos, sagrado. Lo mismo que esos matrimonios que, aunque se divorcien, consiguen no tocar a los hijos. Me gusta la idea de dos personas que tienen algo que los une para siempre.
La parte final es un alegato a favor de las ex.
He tenido la fortuna de llevarme fenomenal con todas. Son personas que pasan por tu vida dejando un rastro tremendo. En los primeros meses es imposible, las rupturas son todo menos idílicas, pero después, tras digerirlo, tienes la suerte de conocer a otra persona. Está la de antes de enamorarse de ti, la que se enamoró y la que se desenamoró, y ahora te ama de otra manera. Es bonito. He tenido pocas relaciones pero con todas tengo buena relación. Me conocen mejor que mi madre.
¿Te da miedo el paso del tiempo?
Me está divirtiendo bastante. Me da miedo últimamente porque soy un desastre comiendo, bebiendo, no estoy haciendo ejercicio aunque camino mucho. Estoy preocupado por las muertes repentinas de amigos por infarto. Pero estoy muy a favor de mi edad. Antes siempre decía que la ideal eran los 21, luego los 35, los 40… pero me encantan los 45. Y para arriba. Nunca he tenido una crisis por la edad. Soy muy poco ambicioso, de verdad, solo quiero escribir y que eso guste a la gente. Tengo una profesión que me permite envejecer con ella.
¿Te gusta seducir?
Sí. Iba a decir que no, pero estuve hablando de esto con Milena Busquets el otro día y dije que no y ella me respondió que esa es la primera regla del seductor (risas). Tengo amigos verdaderamente seductores, no solo románticamente, sino esa sensación de que de repente lo iluminan todo cuando hablan; y a mí me gustaría, pero no llego a eso. Pero sí me gusta gustar, que digan de mí que soy un buen tipo. También te digo que soy un desastre luego: tengo cinco entrevistas y me pongo una camisa pequeña, la lío… Me daría terror que alguien dijese de mí que soy un gilipollas si no lo he sido.
Un deseo para dentro de 20 años
Llevarme muy guay con mi hijo. Y tener una casita en Galicia. Pasar tiempo escribiendo en invierno en la playa, lloviendo. Echo de menos mi lluvia gallega en Madrid.