La habitación 205 es una de las más solicitadas por los visitantes que llegan al Parador de Mérida. ¿El motivo? Es el lugar favorito del inquilino invisible que, al parecer, está atrapado entre su muros. En este edificio histórico, que desde el siglo XVIII ha sido convento, cárcel, manicomio y hospital, ocurren fenómenos extraños protagonizados por el fantasma de un niño cuya presencia han percibido trabajadores, camareras, huéspedes y hasta la familia que dirige el establecimiento: llantos inexplicables, carreras por los pasillos, camas que se deshacen solas o ventanas abiertas de golpe de par en par. Esta aparición infantil es uno de los Inocentes, los niños muertos antes de tiempo, casos inexplicables (y escalofriantes) que Javier Pérez Campos, periodista y reportero de 'Cuarto Milenio', explora en su nuevo libro, 'Immaturi' (Planeta).
No es casualidad que el autor haya convocado a la prensa precisamente en el Parador de Mérida para presentar este trabajo. "Siempre que vengo aquí pido la 205, pero no siempre está libre", confiesa con una sonrisa durante un recorrido junto a un grupo de periodistas por los pasillos, estancias e incluso los sótanos de esta versión patria del Overlook de 'El resplandor'. La idea es poner en contexto una investigación exhaustiva en la que ha rastreado, a través de testimonios, crónicas medievales y visitas a cementerios, carreteras y edificios públicos, la historia de un tipo de fantasma muy icónico (¿el más icónico?) que ha estado presente a lo largo de los siglos en todas las culturas. Hablamos con Javier en un enclave tan apropiado como el Salón de la Chimenea del hotel sobre la fascinación y el miedo que nos provoca el fantasma de un niño, quizás el que más tememos los adultos, con el vago temor a que durante la charla se nos aparezca uno.
Antes que nada, ¿qué es un fantasma?
Hay muchas hipótesis a lo largo de la historia. Algunos hablan de una idea que se repite constantemente y que llega casi a adquirir forma propia, y otros hablan de algo que viene del otro lado, que viene a dejar un mensaje a los que estamos aquí y que se manifiesta desde el origen de la humanidad. En la antigua Roma se le llamaba el insepulti, el que no había sido correctamente enterrado ni sometido a una serie de ritos y que regresaba de alguna manera para pedir un entierro digno.
¿De dónde surge tu interés por los fantasmas de los Inocentes?
A nivel iconográfico siempre me ha interesado el fantasma del niño, que me parece una imagen arquetípica que se ha representado a lo largo de la historia y que en la época moderna, a nivel cultural, es muy reiterativa. Tenemos, por ejemplo, ‘The Ring’ con esa niña que sale del pozo para vengar su muerte, el niño paralítico que tira la pelota en ‘Al final de la escalera’, el niño muerto por un obús de ‘El espinazo del diablo’…
A raíz del nacimiento de mis hijos, hace tres años, empiezo a recibir casualmente un montón de casos de personas que aseguran haberse encontrados con este tipo de fantasmas infantiles. Yo lo interpreto casi como una invitación a investigar este fenómeno ancestral, que se reproduce en todas las culturas por igual a lo largo de toda la historia.
Y empiezo a investigar todo eso: desde cuándo nos fascinan la idea de las apariciones infantiles y sobre todo por qué nos dan tanto miedo. El fantasma de un niño nos da un miedo que no se parece a ningún otro. Precisamente por eso mi viaje es un muy personal. Va desde el nacimiento de mis propios hijos a algo mucho más profundo, el dolor y el desgarro, que tampoco se parece a ningún otro, que provoca la muerte de un niño.
¿Crees que por eso el fantasma de un niño nos da más miedo?
El fantasma del niño es especialmente temido por todas las culturas, primero porque no entiende lo que es la muerte. Es vengativo porque no ha vivido todo lo que tiene que vivir, y nos da miedo porque en él vemos reflejada nuestra propia fugacidad. Si un niño muere a destiempo eso significa que para nosotros, los adultos, tampoco hay la certeza de un mañana. El fantasma del niño funciona casi como un memento mori. Recuerda que tú también puedes morir.
En el libro hay varios ejemplos de niños pequeños que son testigo de estas apariciones. ¿Por qué ellos tienen una mayor sensibilidad para ‘ver’ a estos espectros?
A los padres nos tranquiliza la hipótesis del amigo invisible, que es algo muy recurrente. Es como una fase propia de los 4-5 años en la que los niños juegan con otros amiguitos a los que nosotros no vemos. Luego hay otras hipótesis que dicen que a partir de los 6 años se produce la poda sináptica, la desaparición de cientos de conexiones neuronales que hacen que vayamos perdiendo ciertas capacidades. Y eso hace que muchos se hayan planteado la posibilidad de que los niños tengan una sensibilidad especial para percibir ese otro lado.
Apuntas que hay dos tipos de aventureros: los que salen realmente en busca de aventura y quienes salen esperando secretamente no encontrarla. ¿Tú de qué tipo eres?
Personalmente yo me siento del primer grupo, pero es cierto que hay momentos en los que he pasado un poco de miedo investigando para este libro. Por ejemplo, cuando he estado solo en el cementerio de Aceitunilla (Cáceres), donde decían que se aparecía el Niño Blanco, o en el Palacio de Justicia de Vitoria, donde se aparecía un niño de corta edad, Andresito, visto incluso por agentes de la policía local. En esos momentos sí que me he sentido parte del segundo grupo.
¿Has llegado a ser testigo de alguna aparición de estos 'Immaturi'?
Lo cierto es que no he conseguido acercarme personalmente al misterio. No he conseguido ser testigo de ninguna de estas apariciones infantiles, aunque lo he intentado con ahínco. He pasado noches en el cementerio de Aceitunilla, en edificios oficiales donde aparentemente se aparecen, he estado con testigos directos en los lugares de los hechos. No ha ocurrido, pero sí es cierto que había momentos en los que, con el testigo todavía impresionado por el encuentro, a veces era difícil no sentir casi esa sensación en el espinazo de que el miedo es algo incontrolable, y puede aparecer cuando uno menos se lo espera.
¿Cómo crees que reaccionarías?
Sentado aquí, fríamente, pienso que sacaría el teléfono móvil e intentaría registrarlo para poder contarlo después. Pero luego es muy distinta la sensación casi interna, incontrolable, que uno puede sentir ante este tipo de episodios. Cuando yo he entrevistado a testigos ellos han reaccionado de las maneras más insospechadas. No podría garantizarte cuál sería mi reacción si esta noche en la habitación 205 apareciera el niño.
¿Qué se necesita para ser un busca-fantasmas?
Es fundamental la empatía para entrevistar a los testigos y generarles una confianza para que se abran y te cuenten sus historias. Otra característica sería la pasión, por salir a buscar esos misterios en los momentos más insospechados, de frío extremo y de lluvia. Y una tercera sería la capacidad de fascinarse por todo y completar la investigación de campo con la labor de biblioteca. Acudir a fuentes, a relatos, a tratados medievales. Es muy interesante comprobar que en muchas ocasiones tanto el relato del testigo como lo que cuentan las crónicas sobre una zona en concreto se dan la mano.
De los casos que relatas en el libro, ¿cuál es el que más te impresionó?
Uno de los más impresionantes, quizás por lo único, es la aparición del Niño Blanco en el cementerio de Aceitunilla. Es un tipo de aparición muy peculiar porque muchos de los testigos que se han encontrado con él desde mediados de 1800 hasta la actualidad lo definen de una manera que ya no se representa prácticamente. Hablan de la aparición de una especie de feto de corta edad que deambula o casi se arrastra por determinadas zonas siempre colindantes al cementerio. Lo describen con una luminiscencia muy particular. Y esto prácticamente no se repite en ninguna parte del mundo desde la Edad Media y hasta el siglo XVIII.
Eran apariciones de neonatos, de niños de muy corta edad que surgían con una intención. Niños que no habían sido bautizados y a los que no se había puesto un nombre. Dicen las crónicas que cuando se le ponía un nombre se le ayudaba a pasar al otro lado, se le daba una dignidad y un poder que terminaba con la aparición reiterativa de este tipo de figuras.
El fantasma de Myrinus, que se le aparece a una testigo en una carretera solitaria de madrugada, es también muy espeluznante
Fue un caso muy interesante, porque Marta es una médico que trabaja en una población cercana a Badajoz y que una mañana muy temprano, seis de la mañana, se encuentra con ese niño que deambula con una ropa de estilo romano y que cuando le adelanta con el coche tiene el rostro prácticamente negro, como si estuviera carbonizado o olvidado. No había rasgos faciales. Aquello le impresionó mucho.
Lo más llamativo fue descubrir que en la zona habían parecido sepulturas de niños romanos esclavos. Después del testimonio de Marta hubo otro testigo con el que de momento no hemos podido hablar, porque no quiere divulgar su caso públicamente, pero que se encontró con una figura idéntica. Un niño que caminaba con unas ropas antiguas, sucias, como de esclavo.
¿En qué momento cesan o paran estas apariciones? ¿O están condenadas a repetirse eternamente?
Hay diferentes hipótesis sobre esto. Hay quien dice que el fantasma tiene una misión, un mensaje que hacernos llegar y que cuando nos hace comprenderlo desaparece. Pero hay otro tipo de apariciones, que son más recurrentes, que algunos llaman impregnación o espectro, que es como la proyección de una película que se reproduce una y otra vez, que se activa en determinadas ocasiones, repite siempre los mismos pasos y no tiene conciencia de sí misma.
¿Cuál sería el caso del niño del parador de Mérida?
Sería un fantasma clásico, porque ha saludado a quienes le han visto, ha interactuado con ellos, perseguido a algunos niños y se ha adentrado en la habitación 205. Incluso trabajadores del parador afirman haberlo visto corretear como si estuviera jugando con ellos, adentrándose en comedores y salones vacíos donde ellos entran y no hay nadie. Por tanto, lo que aquí dicen que se aparece debe tener una intención.
¿Qué dice la neurología acerca de este tipo de fenómenos?
En el libro hago un viaje que tiene que ver con el arte, con la antropología, arqueología o la aventura, pero también recurro a otros ámbitos como puede ser la psiquiatría. A este respecto hay tratados y estudios muy interesantes, como los del británico Oliver Sacks, un fantástico neurólogo que hizo trabajos excepcionales en el ámbito de las alucinaciones. Decía que muchas madres que acaban de perder a sus hijos pueden experimentar lo que denominó alucinaciones de duelo. Es decir, la sensación de que el niño que acaba de fallecer sigue cerca de ellos, no se ha marchado del todo, y en el fondo es una parte normal y lógica del trauma, que puede durar y prolongarse hasta los dos años.
¿Es bueno creer en fantasmas?
En mi caso, a nivel personal, me ha abierto las puertas a muchas otras materias. El fantasma es casi como el tronco de un árbol que se bifurca en otras ramas que abarcan desde la historia, la antropología, el arte… y todo eso me parece muy interesante.
Para finalizar, cuéntanos cuál es tu película favorita con niño fantasma
Una de mis favoritas es ‘Al final de la escalera’, porque nos propone el misterio de un hombre que entra en una casa que no conoce y que va descubriendo poco a poco, y que le conduce a un desenlace que es totalmente inesperado para el espectador. Es una de esas películas que van de menos a más, que van generando una sensación de inquietud que se parece mucho a las investigaciones que yo hago.
Y otra sería ‘El sexto sentido’, una película moderna, que tiene ese gran giro final, pero que en fondo también responde muy bien a la manera en que dicen que se aparecen y se sienten estos fantasmas que se encuentran perdidos y no entienden muy bien qué les ha ocurrido y cuál es la noción de la muerte.