"Alcanzamos el primer pueblo francés y allí cenamos, y nunca un prisionero escapado de la cárcel estuvo más contento que yo lo estaba; todo aquí era limpio, dulce y confortable en comparación con cualquier cosa que habíamos encontrado en cualquier parte de España". Con esta nota en el diario de viaje de John Adams, uno de los padres fundadores de EE UU, empezaba (con mal pie) la relación entre ese país y le nuestro. El asunto mejoró con los años, es cierto, pero tuvo siempre sus complejidades. Hubo una época, sin embargo, en que España se apuntaba a la 'fiesta americana' y caía rendida ante la 'modernidad' cultural allende los mares.
No duró mucho, es verdad, porque la guerra es el 'aguafiestas' más terrible, pero lo cierto es que dentro de esa ventana, alimentada por la noticias que llegaban en las cartas de los migrantes fascinados por las maravillas de la city, los españoles suspendieron temporalmente su desconfianza y vivieron el espejismo del 'american dream' de los dorados años veinte, los avances tecnológicos y las películas de genios como Buster Keaton o Charles Chaplin, que sí, era inglés, pero 'hacía cine americano', como apunta Juan Francisco Fuentes, autor de 'Bienvenido Mr. Chaplin' .
Los ingleses suelen decir que la irrupción de los Beatles fue como acostarse en una Inglaterra en blanco y negro y despertarse en una en colores. Aquí podríamos fijar ese momento, tal vez, con la muerte de Franco. Sin embargo, usted viene a decirnos que antes de la guerra no solo había colores, sino que España era una fiesta… ¿Fue así?
Eso es lo que creyeron muchos que lo vivieron, sobre todo los más jóvenes: que habían tenido suerte con la época que les había tocado vivir. Hay una gran diferencia de todas formas entre los años 20 y los 30. En España, el año 33 marca un punto de inflexión decisivo del optimismo al pesimismo. Podría decirse que en la década de los 30 la paleta de colores cambió radicalmente, en España y en Europa, hacia tonos más sombríos: el pardo del nazismo, el negro del fascismo y del anarquismo, el azul oscuro de Falange…
¿Éramos felices y no nos dábamos cuenta?
De nuevo es la impresión que se saca de los testimonios de quienes lo vivieron, por ejemplo, un político socialista, al que cito en el libro, que muchos años después, ya en el exilio, escribió que aquellos fueron años “venturosos, aunque entonces no nos lo parecían”. Escribiendo el libro me he acordado mucho también de lo que dice el escritor Rafael Chirbes en sus diarios tras repasar unas fotos antiguas de su madre, una chica humilde pero que antes de la guerra tenía todo el aspecto desenfadado y alegre de las jóvenes que seguían la moda americana. Diez años después, en las fotos de la posguerra parecía una mujer de aire triste y sombrío prematuramente envejecida.
¿Cómo llegó a parecerse tanto la Gran Vía a Nueva York? (De hecho, a algunos Callao les recuerda a Times Square)
Cierto, y hay otro símil frecuente: la Gran Vía como el “Broadway madrileño”. La apertura completa de la Gran Vía era reciente y los edificios que se construyeron en ella obedecían a las nuevas aficiones y necesidades de una sociedad en plena modernización: cines, bares americanos, grandes almacenes (Madrid-París), la sede de una radio (Unión Radio, actual Cadena Ser) y de la nueva Compañía Telefónica (su edificio fue probablemente el más emblemático de aquella gran artería del Madrid moderno), una gran librería (La Casa del Libro), coctelerías, etc. Incluso la sede de Revista de Occidente se instaló en la Gran Vía, donde se daba cita la cultura de masas con la alta cultura más refinada y elitista. Es difícil hacerse una idea de la explosión de modernidad que representó entonces la Gran Vía.
¿Por qué desde siempre ha sido compleja la relación entre España y EE UU? Es como si estuviéramos condenados a no entendernos del todo…
Hay una mezcla de complejo de inferioridad y superioridad en relación con un país al que algunos veían como el no va más de la modernidad y otros como una sociedad infantil, sin raíces, ni tradición, ni verdadera cultura. La principal causa que decanta a los españoles y europeos a favor o en contra de Yanquilandia, como la llamó Unamuno, es generacional. Los jóvenes, cualquiera que fuera su ideología, amaban lo americano; los mayores lo detestaban. Entre sus grandes detractores cito en mi libro a un intelectual de derechas, Julio Camba, y otro de izquierdas, Luis Araquistáin. Pese a sus enormes diferencias ideológicas coincidían en su rechazo a todo lo yanqui.
Uno de los más acuciosos observadores del EE UU de aquella época no es otro que Lorca que encuentra el país “extraño y absurdo a pesar de sus maravillas” y sin embargo escribe ‘Poeta en Nueva York’, que tiene también mucho de fascinación por la Metrópoli. ¿Es un caso representativo de esa relación?
Sí, es un buen ejemplo de esa relación de amor-odio con lo americano a la que antes me refería. Su caso tiene un valor especial, no solo por la extraordinaria calidad de 'Poeta en Nueva York', sino por mostrar, en torno a 1929, un giro de la pasión al rechazo de lo americano que en otros jóvenes de su generación no se produjo hasta mucho después.
Es muy revelador el recuento que hace de las reacciones de la prensa ante películas como ‘King Kong’, estrenada en 1933 en Madrid, Barcelona y otras capitales de provincia. Reacciones que van de la maravilla hiperbólica al desprecio más ideologizado. ¿Tampoco era una sola España la que recibía esos primeros productos de consumo masivo provenientes de EE UU?
En general, 'King Kong' tuvo una excelente acogida en la crítica y sobre todo en el público, aunque se elogió mucho más la espectacularidad de los efectos especiales que la calidad de la trama.
‘Consumo’ y ‘cultura de masas’ son precisamente dos términos salidos directamente la cadena de producción de Ford. ¿Arraigaron rápidamente en nuestro país?
Sí, su impacto fue rápido en la España urbana. Hay que decir que la americanización marca una línea divisoria muy clara entre una España urbana que avanza a gran velocidad y una España rural que se va quedando atrás.
¿Por qué la figura de Charlot es central en su libro como ejemplo de nuestra relación con lo yanqui? Considerando además que se trataba de un inglés…
El triunfo de Charlot en España fue rapidísimo y aceleró notablemente la americanización de los gustos españoles. Al principio hubo gran confusión sobre el verdadero origen de Chaplin. Algunos críticos daban por supuesto que era americano. Cuando se supo que era inglés, la percepción más extendida del fenómeno Chaplin fue que era un actor inglés que hacía cine americano. Por tanto, se le identificaba mucho más con Estados Unidos que con su país de origen.
Como ocurrió con el más reciente ‘estado del bienestar’ alcanzado en nuestro país previo a la crisis, ¿a los ‘años dorados’ le siguen siempre otros tantos de recesión y violencia? ¿Es ley de vida?
En líneas generales podría decirse que sí, que la historia, sobre todo moderna, es una sucesión de ciclos expansivos y recesivos, aunque si trazamos la media nos sale una línea claramente ascendente en progreso y bienestar. En España, tal vez se podría añadir que los ciclos son más pronunciados en lo bueno y en lo malo, que nuestra historia –y nuestra mirada sobre el pasado- evoluciona a menudo del fracaso al milagro y viceversa. Esta visión sincopada de la historia de España tiene mucho de mito y conviene no tomársela demasiado en serio.
¿Cuáles diría usted que son las más grandes influencias de la cultura estadounidense en la nuestra hasta el día de hoy?
Contribuyó a crear una mentalidad secularizada y hedonista, a socavar las viejas tradiciones, muy ligadas a la herencia católica, y a modelar una idea algo trivial de la modernidad.
“¡A la felicidad por la vía del cine!” Parece ser un buen resumen de la visión, digamos, fantasiosa o por lo menos ficcional que se tenía de EE UU. ¿Diría usted que en el s. XXI conservamos todavía un poco de esa visión estereotipada y cinematográfica de ese país?
En gran parte sí, aunque creo que las series de TV han sustituido al cine como factor de americanización y vía hacia la “felicidad”, en el sentido que le daba aquel eslogan publicitario.