El veterano de Vietnam que se convirtió en poeta: "La guerra había cavado un agujero dentro de mí"

El 4 de agosto de 1964,  dos destructores norteamericano que navegaban en aguas del Golfo de Tonkín, el USS Maddox y el USS Turner Joy, descargaron más de 650 proyectiles (además de cargas de profundidad) contra lo que creyeron que era un ataque con torpedos por parte de las fuerzas de Vietnam del Norte. A la mañana siguiente, sin embargo, no encontraron nada, ni restos de naves enemigas, ni blancos aniquilados, ni una sola baja. No había nada. Como resultado directo de ese ataque fantasma, ese mismo año, hace seis décadas, Estados Unidos se metía de lleno en la guerra de Vietnam, una de las más cruentas del siglo veinte.

Bruce Weigl tenía apenas 18 años cuando fue enviado a la jungla, en 1967.  “A esa edad no tienes desarrollado un sentido de tu situación en el mundo: eres tan joven que haces cualquier cosa, no tienes miedo a nada. Eres un niño. Los efectos dramáticos los comprendes después, al regreso”, le decía esta semana al periodista Sergio C. Fanjul en el Festival Cosmopoética de Córdoba, donde vino a presentar 'Canción de Napalm' (Almuzara, 2024) el poemario que escribió veinte años después de la guerra y que le llevó a ser candidato al premio Pulitzer.

“Antes de ir, lo que te cuentan es que vas a combatir con soldados enemigos. Pero nunca pensé que iba a ver morir a tantos civiles”, dice Weigl en el reportaje de Fanjul. Y aunque asegura no estar seguro de que la guerra saqué lo peor de las personas -"mucha gente ya venía jodida de la cabeza y en la guerra daba rienda suelta a su agresividad, porque no había ley. Éramos como reyes paseándonos con nuestras armas”- como muchos de los jóvenes soldados que pasaron por Vietnam, Weigl tuvo que lidiar también con el estrés postraumático, las pesadillas y la culpa.

Ampliación del campo de batalla

Como muchos otros veteranos de Vietnam, el poeta solo encontró la paz reconciliándose con los demonios de su memoria. Volvió a Vietnam en la década de los 80, decidió estudiar su cultura, se convirtió incluso en traductor literario y fue acogido por sus antiguos enemigos. Su mujer y su hija son vietnamitas.

Como el propio autor, el país asiático parece haber logrado conjurar el pasado.  “La gente piensa que Vietnam es un país comunista -dice el autor en El País-, y lo cierto es que tiene un Partido Comunista muy fuerte, pero no es un país comunista. Se trata, más bien, de un país socialista donde se respeta la iniciativa privada y el Gobierno apoya a la libre empresa. Hay propiedad privada y, aunque el estado controla la mayoría de los activos, no es opresivo como en China. Está prosperando”.

Final

Por cierto, una teoría no comprobada especula que el 'ataque fantasma' en el Golfo de Tonkín, el detonante de la invasión americana a Vietnam -que se saldó con tres millones de vietnamitas muertos entre civiles y militares, además de unas 60.000 bajas americanas- se trató en realidad de un encuentro con formaciones de pirosomas, un tipo de invertebrados que se juntan para formar colonias con forma de tubo y que los radares estadounidenses podrían haber confundido con torpedos. 

A continuación, un poema de 'Canción de Napalm':

En el aniversario de su bendición

Bruce Weigl (Trad. de Lorea Uresberueta)

Lluvia y nubes bajas atraviesan el valle,

llueve en la costa y sube la marea salobre

de los ríos, sube demasiado,

la lluvia y el cielo negro vienen a por ti.

Ni exquisito ni atractivo,

despierto de una noche agitada

habiendo soñado con ella,

la que nunca volveré a tener,

tan seguro como que cada minuto que pasa

se hace imposible otra pequeña culminación,

hasta que solo recuerdo una persistencia

un beso que soñaba

que volvería a mi rostro una y otra vez.

Dentro de mí un agujero cavado por la guerra.

No podía tocar a nadie.

El viento me atravesó hasta el lugar verde

donde todavía tropezaban con su propia sangre.

Podía escuchar sus voces de noche.

No pude desnudarme en la luz

su cuerpo resaltaba en la oscura habitación alquilada.

Podía dejar los dragones en la puerta.

Podía pintarme la cara y ser

sombra en la jungla tupida12.

Podía estar sin dormir ni comer, caminar todo el día

y por la noche hacer guardia en un sendero a la luz de la luna.

Podía quitarme las sanguijuelas de la piel

con la punta de un cigarro encendido

y cavar un hoyo profundo para salvarme

antes de que el sol ensangrentara las colinas

que no podíamos tomar ni con nuestras vidas

pero no pude abrirme a ella

la primera noche de perdón.

No podía tocar a nadie.

Estaba convencido de que mi cuerpo ardería.