La columna de Juan Tallón: "¡Estás despedido!"
La sustitución de Paz Esteban como directora del CNI inspira la nueva columna de Juan Tallón
"Respetas la jefatura, cumples sus órdenes, tapas sus errores, eres amable, haces bien tu trabajo, y como resultado de todo ello, te despide o te cesa"
"Casi siempre estás harto, pero aguantas un poquito más, y después otro poco más, y así hasta la muerte, si mueres"
La leyenda lo es todo. En uno de mis trabajos pasados me hablaron de un redactor que, hartísimo de su periódico, entró en el despacho de un jefe de sección y le soltó "¡Estás despedido, payaso!", y acto seguido, al parecer, hizo un corte de manga fantástico, se dio la vuelta y se marchó de la redacción para siempre. El jefe se quedó aturdido unos segundos, sin acabar de entender qué había pasado, aunque estaba clarísimo. Por supuesto, en las siguientes horas dispusieron la carta de despido del redactor. Pero a efectos de la leyenda, era ya demasiado tarde: nuestro héroe estaba de patitas en la calle por sus propios medios, loco de alegría. Se había apuntado la victoria estética.
Jefes y empleados: una relación asimétrica
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En el mundo tal y como lo conocemos, a menudo respetas la jefatura, cumples sus órdenes, tapas sus errores, eres amable, haces bien tu trabajo, y como resultado de todo ello, te despide o te cesa. Es fácil imaginar qué intenso placer debió sentir aquel periodista al recrearse en la boutade de decir a su superior, por hacer la gracia, que estaba despedido, y después marcharse a casa. Maravilla de maravillas. Yo solo recuerdo algo parecido, en belleza, un día que en mi pueblo, hace muchísimos años, recibimos la visita de un gobernador civil. Los vecinos se acercaron al ayuntamiento y aquel señor pronunció unas carismáticas frases. Cuando el alcalde quiso replicar con otro discurso, lo abandonó la lucidez y no consiguió ni abrir la boca. Por suerte, el secretario municipal salió en su rescate y dijo: "Y ahora, dada la ignorancia de nuestro querido alcalde, voy yo a dirigirles unas palabras".
No son fáciles las relaciones con un jefe. En los momentos críticos, se deshace de ti sin inmutarse, como le acaba de ocurrir a la exdirectora del CNI. Casi siempre es tarde cuando se te ocurre una genial idea, como presentar tu renuncia y despedirte tú en lugar de acabar siendo al poco tiempo despedido por un otro. En nuestra cultura no existe demasiada costumbre de entrar en el despacho de un superior y anunciar: "Me harté. Me largo. Dimito. Chao", sin cortes de manga, ni corolarios tipo "payaso" o "cerdo". Marcharse de un trabajo sin miedo al futuro debería ser el objetivo de cualquier sistema educativo.
Tener el valor de irse
Casi siempre estás harto, pero aguantas un poquito más, y después otro poco más, y así hasta la muerte, si mueres. Es como si nunca estuvieses harto del todo, al punto irremediable de explotar porque tuviste suficiente. En cualquier huida, la dificultad estriba en hallar el arrojo para irse. Llega un día, cuando al fin ves lo que tienes delante de las narices, que descubres que el hombre es, como en aquel verso de Valery, un pájaro atrapado fuera de la jaula, y que debe descubrir el modo de ser libre de verdad, de destruir la jaula y su exterior, sin temer a lo que vendrá. Como en la película Chicago, años 30, cuando el abogado de Rico Angelo, el gánster para el que trabaja, le espeta: "Me ocupo de tus negocios, Angelo. Incluso defiendo a tus hombres, pero me niego a comer contigo. Me das asco". Qué belleza.