Defiende la nostalgia como la mejor manera de disfrutar de los recuerdos y ha creado un nuevo género literario, el de los 'amigos para siempre'. Así se presenta el escritor Fernando Benzo, cuya última novela, 'Los viajeros de la Vía Láctea' (Planeta), propone un viaje al que el lector se une sin dudarlo. La música, los cambios sociales de los últimos 40 años y las experiencias de los protagonistas nos envuelven en un recorrido que va más allá de las relaciones tejidas en el mítico bar de La Movida. ¿Quién no ha querido comerse el mundo con 20 años? ¿Quién no echa la vista atrás para comprobar qué fue del convite? De todo ello hemos hablado con el autor.
¿Qué has querido contar con 'Los viajeros de la Vía Láctea'?
Fundamentalmente, he querido echar un vistazo a mi propia generación, ver quiénes éramos de jóvenes, cómo hemos crecido y dónde estamos ahora. Para ello, he escogido un grupo de personajes y les he seguido a sus 20 años, cuando tienen 30 y pico años y luego a los 50 y tantos. Recorriendo la vida de estos personajes he querido, de alguna manera, recorrer la trayectoria de esta generación que nacimos en los 60, que estamos en los 50 y pico años, y que, por tanto, estamos en una edad en la que ya corresponde hacer un primer balance de todo lo vivido.
¿Qué van a encontrar los lectores en el libro?
Creo que los lectores van a ver reflejados en la novela aspectos de su propia vida. Se van a sentir interpelados.
En la novela, como dices, trabajas con tres grupos de edad: los 20, los 30 y los 50. ¿Qué significan para ti?
Los 20 años es el momento de la euforia vital, tienes todo por delante, todo son oportunidades... Es el momento en el que uno siente que nada puede salir mal. De alguna manera crees que en tu vida todo van a ser éxitos y aciertos. Todavía no arrastras heridas ni una carga de errores o de frustraciones.
A los 30 y tantos años comprendes que las cosas no eran tan fáciles como parecían que iban a ser. Empiezas a arrastrar los primeros fracasos, las primeras decepciones. Es el momento de redefinir la vida y buscar nuevas metas. No tienes la energía de los 20 años, pero todavía te queda.
¿Y a los 50 comenzamos a echar la vista atrás?
A los 50 empezamos a hacer un balance, sin que sea nada definitivo. A esa edad ya se puede hacer una valoración y tener claro qué salió bien, qué salió mal y en qué momento se encuentra ese camino. Eso es lo que muestra la novela. No todo es negativo. Se hace balance para ver los errores, pero también se ven los éxitos, las alegrías y las satisfacciones que se hayan podido tener.
¿Echas en falta los años anteriores o a los 50 empieza lo mejor de la vida?
Yo creo que lo mejor de la vida siempre es el presente. He escrito una novela deliberadamente nostálgica sin miedo a mostrar nostalgia ni a mirar atrás y ver todos los recuerdos. Pero la nostalgia tiene que servir para reforzar el presente. Yo defiendo la nostalgia, defiendo que cada uno tenga sus recuerdos, pero, al mismo tiempo, creo que no hay que vivir mirando al pasado. Creo que el presente es siempre el mejor tiempo, y, a ser posible, el futuro mejor que el presente. El pasado simplemente te permite aprender, sacar conclusiones, pero nunca hay que quedarse atascado. El mejor día de tu vida siempre es mañana.
¿Cómo te sientes con tus años?
La verdad es que siento una juventud interior. Físicamente, hay algunos detalles que te avisan de que algunas cositas pueden empezar a fallar, pero uno se siente lleno de energía. Aunque en la novela, la trayectoria de los personajes se queda en los 50 años, yo no tengo la sensación de que la vida se pare. El viaje continúa.
La novela se estructura temporalmente en la época de los 80, la crisis de 2008 y el momento actual de la pandemia. ¿Qué has querido resaltar con la elección de cada una de ellas?
He querido escribir una historia más universal que fuera un poco más allá de la época histórica. Cualquier lector, cualquier generación, tiene que poder leerla y encontrarse en las páginas. En todo caso, es cierto que la gente de nuestra generación vivió unas etapas muy concretas que aparecen reseñadas: los años 80 con esa explosión de libertad, de creatividad, con sus sombras, pero también con esa sensación de que el mundo había cambiado y de que vivíamos una etapa de esplendor. La sensación de una juventud que se puede comer el mundo era muy intensa en ese momento.
¿Crees que esa explosión de creatividad dio paso a otro estado?
Todo eso empezó a distorsionarse con un proceso en el cual se nos convenció que lo que había que hacer es acumular riqueza y nada más. Yo creo que lo más desastroso que se vive en la evolución de nuestra sociedad es el periodo de los yuppies. Eso de aquí lo que importa es ser lo más rico posible y luego te pegas el trompazo cuando aparece la crisis y se tiene la sensación de que eso no es sostenible, no es la realidad. Y te encuentras ahora con 50 y tantos años con la primera generación que no ha vivido una guerra ni una posguerra, que vive en la prosperidad y de pronto se encuentra con una situación como la pandemia que, de alguna forma, te obliga a replantearte muchas cosas y a darnos cuenta de que somos enormemente vulnerables.
En tu opinión, ¿la era yuppie ha dejado secuelas?
De repente había que comprarse el coche más potente, la ropa más cara... Se trataba de una generación que empezó siendo idealista, venía de la Movida madrileña y tenía cierta creatividad, unas posibilidades culturales como nunca habían existido. Y de pronto, todo empieza a desvanecerse porque lo que importa ya no es cultivar determinadas cosas, sino acumular bienes o aparentar una determinada prosperidad muy vacua. Eso debilitó mucho al conjunto de la sociedad y se ha mantenido. Creo que es importante tener ideales, al margen de acumular riqueza.
Volviendo a 'La Vía Láctea', un bar que todavía existe, ¿tiene también un sentido simbólico?
'La Vía Láctea' es un pretexto, una metáfora del recorrido que es la vida, de los 20 a los 50 años, un viaje a través del tiempo y del espacio... Ese símbolo del infinito y del espacio es la vía láctea, no un bar, sino la galaxia. Pero en la novela, relacionada con el bar, está la presencia de la música y las propias vivencias de juventud de los personajes. El propio bar es uno de los iconos de los años 80, con lo cual juego con eso.
¿Y tu experiencia literal en La vía láctea, el bar, cómo fue?
Yo era un rollazo. Cuando iba a La vía láctea intentaba ligar con chicas muy modernas, con lo cual fracasaba siempre. No les despertaba el más mínimo interés. Puedo presumir de mucha cosas, pero de rebelde, no. Yo era ese chico que había en La vía láctea con sus vaqueros, su jersey, que estudiaba y aprobaba y era muy aburrido. Ese era yo. Con los años me he venido arriba. Ahora me doy cuenta de que viví cosas muy divertidas como espectador.
¿Crees que La Movida se ha mitificado?
Creo que sí. La Movida, como todo, tuvo sus luces y sus sombras. No era un mundo perfecto. Yo llego a Madrid a estudiar en los años 80 y descubro una ciudad maravillosa donde cada día descubrías algo nuevo en lo musical, en lo que leías... Creo que ahora no hay nada que pueda comparársele. Pero no era perfecta. Había un problema de inseguridad, el terrorismo atacaba como nunca, las drogas fueron tremendas... No era perfecto, pero todo se vivía con naturalidad. No pensábamos que vivíamos un momento histórico. La novela no es sobre La Movida, de hecho, abordo otros momentos históricos, pero La Movida sí fue un momento especial y mágico.
La novela sí reivindica la nostalgia. ¿Por qué?
Me molesta que la nostalgia se identifique con debilidad o con sensiblería. Hay cosas que uno nunca se atreve a reconocer. No se atreve a reconocer que puede ser nostálgico o melancólico, como uno tampoco reconoce sus vanidades. Parece que está dentro del listado de defectos. No se puede ser un pelmazo mirando al pasado, pero sí se puede extraer del pasado determinados aprendizajes que te permiten seguir afrontando nuevos retos. Me gusta disfrutar de mis recuerdos, pero no puedes convertirte en un cincuentón coñazo.
¿Qué relación tienes con tu pasado?
Creo que de una manera natural tenemos que ser condescendientes con nuestro pasado. Todos hemos cometido errores y equivocaciones, pero cuando echas la vista atrás, hay que perdonarse a uno mismo. Siempre pongo el mismo ejemplo, cuando planeaba la novela iba a ser mucho más duro con los personajes, con lo que les iba a pasar y lo que iban a sufrir. Y luego no fui capaz, me fui ablandando... Llegaron a caerme bien y pensé que no se merecían que les maltratara tanto.
¿Qué te hizo cambiar de opinión?
Creo que al final hay que saber comprender y pensar por qué nos equivocamos o por qué cometemos errores. Hay que ser generoso en eso. Y eso se produce de manera natural cuando miramos atrás. Solemos eliminar el sufrimiento como mecanismo de defensa o de supervivencia.
Digamos que tu fórmula para vivir bien es practicar esa mirada amable...
Sí. Y otra cosa muy importante: el sentido del humor. Yo me río de mí permanentemente, no solo del pasado, también del presente y de todo. Como escritor, nunca he tirado demasiado del sentido del humor. Digamos que me consideran un escritor serio, más serio de lo que soy como persona. Pero en esta novela para mí era muy importante introducir el sentido del humor. En la vida, el sentido del humor lo relativiza todo.
Decías que inicialmente querías ser implacable con los personajes, pero terminaste siendo más empático. ¿Crees que si hubieras escrito la novela hace 20 años hubieras sido igual de benevolente?
Hace 20 años hubiera sido mucho más dramático y mucho más cruel. Los años te dan un sentido de la relatividad bastante positivo. Esa generosidad, esa benevolencia, va aumentando con el paso del tiempo. Comprendes mucho más los errores y los perdonas. Con los años ganas en flexibilidad porque ganas en comprensión.
¿Los jóvenes de hoy son los de tu novela?
No. Creo que les falta un poco de despreocupación, lo veo en mis hijos, en sus amigos... Tienen una enorme preocupación por su futuro, a qué se tienen que dedicar, si algún día podrán independizarse... Hay preocupaciones que antes no teníamos tan interiorizadas. Antes se podía ser transgresor, rebeldes y disfrutar y no estar tan pendiente del futuro. El espíritu de rebeldía de los 80 debería recuperarse. Los jóvenes siempre tienen que replantearse el mundo y poner en duda todo lo que ha establecido la generación anterior. Si estás muy preocupado por ganarte la vida, no tienes tiempo para cambiar el mundo. Y los jóvenes siempre deberían intentar cambiar el mundo.
¿Y los hombres y mujeres de 50 hemos cambiado?
Hemos cambiado muchísimo y hemos mejorado muchísimo. Los hombres y las mujeres de 50 y pico ahora mismo somos jóvenes. Yo pienso en cómo eran mis padres a sus 50 y pico y eran ya esos señores respetables, circunspectos y a las puertas de una madurez muy aburrida. Nosotros hemos crecido siendo conscientes de que hay que divertirse. Nos hemos divertido mucho y nos seguimos divirtiendo. Seguimos saliendo, viajando, viendo mundo... Queremos seguir siendo protagonistas de la vida. Seguimos en activo y seguimos disfrutando de la vida, muy lejos de la sensación de vejez.
¿Cómo te ves en el futuro?
Yo me veo escribiendo porque es una actividad que me reporta una enorme satisfacción personal. Mis ambiciones profesionales las he cumplido de sobra y ahora lo que quiero es seguir contando historias porque lo disfruto muchísimo. Quiero ser un contador de batallas pero en libros. También quiero cumplir con un reto fundamental que es ayudar a mis hijos, ayudarles a que abran su camino y sean lo más felices posibles.
Después de la experiencia vivida, ¿qué le dirías a tu yo de 20 años?
Me gustaría saber qué me diría él a mí. Si nuestros yos de 20 años nos vieran ahora, no sé si les gustaría lo que ven. "Oye, no eres exactamente como pensaba que ibas a ser", seguramente nos dirían eso. A los 20 años estás lleno de impulsos e ideales y luego vas renunciando a ellos. Pero yo creo que me diría que me divirtiera aún más.