"En qué me estoy gastando yo el dinero", me pregunté al ver la cifra definitiva, unos 44.000 millones de dólares, por la que Elon Musk se va a quedar con Twitter. ¿Estaré gastándolo mal, sin sentido ni elegancia, como si fuese tonto perdido? Porque si manifiestas poca inteligencia con tu dinero tiene un pase; no hay tantos genios sueltos. Pero si gastas con absoluta falta de clase, te mereces la ruina.
¿Qué es gastar bien el dinero, por otra parte? ¿Hay una forma idónea y otra inapropiada? ¿Se aprende a hacerlo bien? Los padres, a lo largo de la vida de los hijos, hasta que se independizan, tratan quizá de mostrarles a qué merece la pena según ellos destinar la pasta y a qué no. Observar en qué la emplean los propios padres seguramente también sirve de instrucción. Mi abuelo, en estos casos, lanzaba siempre la misma proclama: "Padres cochinos, hijos marranos".
Hace unos meses, en una cafetería, mi hija de seis años me preguntó "¿Qué es esto?", en referencia a una tragaperras que se iluminaba y emitía melodías idílicas detrás de nosotros. "No es fácil de explicar", admití. Estuve a punto de gastarme cinco euros y mostrarle, con un ejemplo práctico, el verdadero sentido de las tragaperras, es decir, la pérdida automática de tu dinero. Pero pensé: "¿Y si me toca el premio y me voy de aquí con seiscientos pavos?" Mejor no.
Hoy, teoría, pensé para mí, y le expliqué que se trataba de un artefacto para perder el dinero mientras soñabas con ganarlo y doblarle el brazo al fabricante, porque nada da tanto placer como parecer más listo que otro.
Existen muchas formas de saber quién o cómo eres, y una es la manera en que empleas el dinero que ganas, pensé al reparar en Elon Musk. "Voy a averiguar quién soy yo de verdad", me dije esta semana con determinación, porque no lo tengo nada claro, y abrí la aplicación de mi banco para estudiar los gastos de abril. Entré en mi cuenta sumido en un mar de nervios, como si estuviese a punto de descubrir si soy listo, o del montón, o un vulgar idiota, siendo el hecho de pertenecer al montón la hipótesis más terrorífica.
Tomé un trozo de papel y un lápiz, y empecé a sumar. Impuestos: 616,45 euros. Alquiler y gastos domésticos: 697. Dentista: 95. Peluquería: 13,5. Educación: 154. Libros, suscripciones y plataformas: 259,65. Medios de transporte: 127,65. Bares y restaurantes: 212,25. En total: 2.175,5 euros. Me faltó muy poco para llamar a la policía.
Con semejantes números quedaba encasillado en la categoría de vulgar idiota del montón, obviamente. Por supuesto, por ese camino me dirigía derecho a la ruina. Abril es un mes asesino. Aunque al menos podía felicitarme por no recordar –uff– los pagos en efectivo, y por haber abortado en el último minuto la compra de unos pantalones y otro par de camisas blancas gracias a que empecé a leer La moda justa, de Marta D. Riezu, con el propósito de quedar bien con ella, porque al cabo de unos días iba a conocerla en persona, durante el Sant Jordi, y no estaría de más decir que conocía su obra.
En las primeras páginas, Marta subraya que nuestros armarios están llenos de ropa y que "lo más cuerdo" es disfrutar lo que ya está ahí. "Nuestros abuelos, como siempre, llevaban razón: mejor tener poco y bueno". Si logro extender el plan de ahorro en ropa al resto de gastos quizá con el tiempo… quizá nada.