Digamos las cosas como son: si Vladimir Putin llega a ver el mensaje que le dedicó Karina por Instagram a finales de septiembre, habría retirado sus tropas inmediatamente de Ucrania y puede que hasta hubiese cambiado de carácter para postularse, en un futuro, como Nobel de la Paz. Porque el vídeo era…, ¿cómo describirlo? Demoledor en su sencillez, convincente en su dulzura y tierno hasta decir basta. A tenor de los acontecimientos, es obvio que el mandatario ruso no ha tenido noticia del ya célebre: “Señor Putin: don’t press the button!”, pero sí otras muchas personas que se derritieron con el ruego: las casi 73.000 que la siguen en esa red social y otras muchas que lo encontraron por casualidad. Lo cual pone sobre la mesa otra gran verdad: Karina se ha reinventado como influencer. “Muchos de mis vídeos se han hecho virales. Estoy muy contenta”, nos dice.
María Isabel Llaudés Santiago (Karina), que cumple el 4 de diciembre 76 años, empezó a subir vídeos a Internet durante la pandemia, a sugerencia de Azahara, la mayor de sus dos hijas. “Cuando estuvimos en el confinamiento, en 2020, que no se me olvidará ese año, permanecí casi 50 días sin salir de casa. Vivo sola en un apartamento pequeñito, tengo muy cerca a mi hija mayor, y ella me traía la compra, medicinas de la farmacia… Era muy triste porque me lo dejaba en la puerta. Desde lejos nos decíamos adiós con la mano. Eso lo recuerdo como una pesadilla”, evoca.
Vídeos de ánimo durante el confinamiento
Azahara se dio cuenta de la soledad e inactividad de su madre y le propuso que organizase su jornada alrededor de diferentes obligaciones. “Me dijo: ‘¿Por qué no te haces un orden del día? Te levantas a una hora, te duchas, recoges la casa, cocinas… Después, te buscas un rinconcito en el salón y haces unos vídeos para la gente de tu edad, que está sola’. En aquellos días murió mucha gente en las residencias, desgraciadamente sola. Pensé que sí, que podía animar a las familias y a la gente mayor. Y mira, poco a poco fueron subiendo los seguidores. Creo que ahora tengo más de 70.000, que para mí… Para artistas actuales es una minucia, pero para mí es un logro. Todos cariñosos, y no solo gente de mi edad; gente joven también”, se sorprende.
Karina los graba (“tengo un móvil casi de la prehistoria; un Apple, pero antiguo”, dice), y quien realmente gestiona la cuenta y sube los vídeos a Instagram es Azahara, mientras que la pequeña, Rocío, se ocupa del perfil en TikTok. “Sin ellas no podría hacer llegar mis vídeos al gran público”, agradece, al tiempo que reconoce que “si no fuera por eso, Karina estaría más olvidada”.
Entre ella y sus hijas contestan a los seguidores, a veces con mensajes privados e incluso vídeos dedicados, cuando se trata de casos especiales. Y al final del día, entre que los graba, los envía, lee los comentarios y responde, comprende que ha estado la mar de entretenida. “Con mis años, esto ha sido una inyección de juventud, de energía, de ilusión, de ganas de querer seguir este nuevo camino”, dice.
Sacamos del baúl los recuerdos
El camino de siempre, como todos sabemos, ha sido la música. Grabó sus primeros discos en 1961 para RCA, firmados como Maribel Llaudes. Tenía 15 años. Luego se unió al juvenil elenco del programa de televisión Escala en Hi-fi, antes de que la fichase Hispavox en 1962. Dice la leyenda que quien la bautizó con su nombre artístico fue el italiano Torrebruno, el cual, al cruzarse con ella un día en las oficinas de la discográfica, le dedicó un afectuoso carina, diminutivo de cara (“querida”). Y Maribel con Karina se quedó. A partir de entonces registró varios EP, aunque el gran éxito le llegó en la era del single, con sencillos memorables como Romeo y Julieta (1967), Las flechas del amor (1968), El baúl de los recuerdos (1969)…
Triunfó no solo en España, también en México, y como era norma en aquel tiempo, dio el salto al cine, con apariciones en películas como El último sábado, Los chicos del Preu o La chica de los anuncios. En 1971 representó a España en en Festival de Eurovisión celebrado en Dublín con En un mundo nuevo. Pero actualmente las cosas han cambiado. Karina se considera ante todo cantante, y lamenta que el negocio discográfico ignore a los veteranos.
“Como profesional de la música, la atención de las discográficas es nula. He sacado canciones por mi cuenta, que están en YouTube y en Spotify… Pero, claro, no hay detrás un sello discográfico que apoye y transmita a la gente de que la carrera de esta mujer, aparte de Instagram, es la de cantante”. Entre esas nuevas canciones hay un álbum, Tú eres (2019), que incluye varios de sus éxitos y una curiosa versión bailable de The winner takes it all de ABBA (Va todo al ganador). También ha lanzado una versión de Noche de ronda a ritmo de bachata y otra de Na veira do mar, con motivo del Xacobeo (ambas en 2021), y más recientemente el tema de electropop Casi todos los tesoros, en colaboración con el grupo indie Los Inocentes. “Pero eso no quiere decir que se oiga en la radio”, protesta.
No culpa al público del abandono, al que considera “cariñoso y fiel”, pero que “necesita un material”. Así lo explica: “Si eres cantante y no tienes discos en el mercado, lógicamente cuando van a una tienda compran otro que no es el tuyo. El problema es que las casas discográficas no apuestan por los cantantes que tenemos unos años. No es lo mismo que en el cine: una actriz puede debutar de niña y acabar su carrera haciendo de abuela. Pero en la canción no. Ha habido casos puntuales. A María Dolores Pradera se la apoyó hasta el último momento, grabando dúos con gente joven… Pero son casos puntuales”.
Ella es una auténtica pionera del pop en España. Junto con otros solistas y grupos introdujo al público español la música juvenil que se arreciaba en Estados Unidos, Reino Unido, Francia y otros países, abriendo un resquicio de luz y color en los grises años de la dictadura. En los sesenta, Karina y sus compañeros eran los más modernos en un país rancio. Por eso mismo tiene mucho más mérito lo que logró, pues no fue fácil.
“Los sesenta fueron una revolución social. Fuera de España, fíjate: el Mayo del 68, los festivales de Woodstock, Isle of Wight…”, recuerda. “Pero era otra época, otra educación, otro respeto a los padres. Lo primero que había que hacer era estudiar. A partir de ahí, los padres abrían un poco la mano: ‘Si la niña quiere cantar, que vaya a clases de canto’. Pero no para que cantase como Brenda Lee, porque yo le decía eso a mis padres y se quedaban a cuadros. Al final incluso aprendí a tocar un poco la guitarra, el piano…”.
En cualquier caso, vivió una época electrizante, aunque reconoce que “desde fuera, siempre se idealiza. Desde dentro, había compañerismo, pero también rivalidad. No entre nosotros, porque éramos muy jóvenes. En Brincos he tenido amigos del alma, y en Pekenikes ni te cuento: ¡me casé con uno de ellos! [con Tony Luz]. Pero había rivalidad entre las casas discográficas, cuando es el público quien elige. Muchas veces se gastan millonadas en una promoción y pierden dinero porque al público no le gusta”.
“Cada uno, además, vivía su vida y tenía su historia”, prosigue. “Si uno tenía un concierto en Vigo, el otro lo tenía en Murcia. Era difícil mantener una amistad. Nos decíamos aquello de: ‘A ver si nos tomamos un café’, y los cafés esos suelen tardar mucho. Fue bonito sobre todo porque éramos muy jóvenes, y cuando eres joven todo te parece maravilloso, los viajes no te cansan apenas, llegas al sitio y ves a miles de chavales esperándote con ilusión… A quien no le llene eso, es que es muy frío. A mí me ha llenado mucho”.
Lo que no la llena tanto es la música que se hace ahora, muy diferente de la que ellos acuñaron. “Algunas cosas no es que no me gusten, es que no las entiendo”, arguye. “No encajan en mis gustos. Lo que sí noto, porque en mi época era básico, es que la vocalización es muy pobre. A algunos intérpretes no se les entiende muy bien. Pero lo que se consigue hoy en día con las grabaciones es un milagro: con cuatro músicos y un cantante se puede hacer un disco increíble. Es asombroso la técnica cómo te ayuda. En ese sentido se ha ganado. En otro, se ha perdido la mano humana. Oír un cello tocado por una persona no es lo mismo que oír un cello sacado de un ordenador”.
Aquella chiquilla de los años sesenta, rubia, de ojos claros, guapa, pizpireta, también vivió el lado oscuro del mundo del espectáculo, donde hombres con poder quieren aprovecharse de jovencitas con aspiraciones. “He vivido momentos incómodos, no acoso como tal. Empecé muy joven, además tenía aspecto aniñado, y mis 16 años parecían 13 o 14. A los veinte ya llamaba la atención, me maquillaba un poquito más, tenía más formas, y sí he vivido momentos incómodos. Porque había mucho machismo. El productor se creía que tenía la sartén por el mango y sabía que estabas en sus manos. Eso no quiere decir que te entregues a algo que no quieras. Como reza la frase: ‘No es no’. Pero sí hubo momentos incómodos, y cuando te negabas, te decían: ‘Ah, pues si no quieres, no hago el disco como lo teníamos pensado, voy a hacerlo más corriente y tú te apañarás con la promoción’. Era una especie de chantaje. Eso, cuando menos, es duro”.
Su historial sentimental ha sido sinuoso. Después de tres matrimonios breves, hoy prefiere estar sola. “La vida se me ha presentado de esta manera”, dice. “Soy una persona muy familiar, me hubiese gustado ser madre de familia numerosa, pero no pudo ser. Y la relación más larga ha sido la de [el actor] Carlos Manuel Díaz, que es el padre de mi hija mayor, Azahara, y duró seis años. Con Tony Luz estuve ocho años de novios, de salir a comer fuera y llegar a casa a las diez, ¡y luego once meses de matrimonio! Con Juan Miguel Martínez [peluquero], que es el padre de mi hija Rocío, duré dos años y medio. Y poco más, porque así en convivencia no he tenido más relaciones”.
“La separación de Carlos, al tener una hija, fue complicada”, añade. “La separación con hijos te deja una huella que a mí… Yo ya no quiero compartir techo con nadie. Ni techo ni lecho [se ríe]. Como amigos, de salir a comer, perfecto, pero otra cosa no. No es que me lo haya impuesto; simplemente he decidido dejar correr la vida, sin buscar nada. Mis nietos me han dado mucha alegría. Cuando me dicen: ‘¡Abu, vamos al cine!’, me recuerdan a cuando mis hijas eran pequeñas. Yo solo busco, que no es poco, estar tranquila y cuidarme, tener salud”.