El nombre de Paco Martín nos coloca ante la Movida madrileña. Productor, cazatalentos, impulsor de este movimiento contracultural que nació en Madrid en los primeros años de Transición y se extendió hasta mediados de los ochenta. Hoy recibe tratamiento casi de héroe, no mitológico, sino romántico, que encarna la quintaesencia de unos años que agitaron el mundo musical, cultural y social. Descubrió talentos, sumó corrientes, inauguró espacios, abrió la mítica sala de conciertos Rock-Ola y creó varias discográficas… Contribuyó a hacer de Madrid un auténtico hervidero de arte, libertad y placeres.
Antes de que se nos pueda ir de la memoria todo aquello, Paco ha decidido recuperar el espíritu de la Movida en un museo, seguramente itinerante, que completará con conferencias, conciertos y otros actos. Dice que se jubiló hace tiempo, pero es evidente que su retiro es solo una licencia para seguir creando y apasionándose con lo que crea, como siempre ha hecho.
Tu jubilación es igual que un volcán que derrama lava. ¿Cómo nace la idea de levantar el museo de la Movida?
De mi espíritu inquieto. Después de más de cinco décadas en el oficio y sin parar de viajar por todo el mundo, decidí prejubilarme por la situación de la industria discográfica, pero no he parado. La música, la de verdad, me sigue apasionando. He escrito varios libros y ya estoy preparando el siguiente, también sobre música.
¿Qué veremos en el museo?
Veremos el alma de la Movida porque cada pieza tendrá un trozo de vida del artista. Será una máquina del tiempo entrañable en la que poder revivir momentos fantásticos. En la colección hay instrumentos, discos, ropa y muchos recuerdos que me han acompañado en diferentes etapas de mi vida. El público podrá ver, por ejemplo, la primera guitarra de Los Secretos, que acabó destrozada. La tocaba Álvaro cuando tenía quince años y está firmada por él. También se expondrán la chaqueta de Sabina de '19 días y 500 noches', la última camisa de Nacho García Vega en su concierto de despedida en la sala Jácara (Madrid), un traje de Loquillo y más de cien piezas más.
Son recuerdos muy intensos que he ido recopilando a lo largo de toda una vida. Antonio Flores me dio su camisa al final de un concierto y cantó sin ella. Una de las últimas incorporaciones es la guitarra de Ricardo Chirinos, de Pistones. Ahora está todo guardado en un café de mi pueblo cordobés, Santaella, pero merece un lugar mejor. Creo que la idea del museo dará a la colección el reconocimiento que merece. Siento que, una vez más y gracias a todos estos artistas, puedo ver un nuevo sueño cumplido.
¿Arrancará en Alicante?
Es muy posible que sí, en la localidad de Aspe. Aún tengo que hablar con las administraciones. Después, mi objetivo es que recorra toda España porque son muchos, jóvenes y mayores, los que quieren disfrutar de estos recuerdos.
Se te podría considerar el padre putativo de Hombres G, Los Secretos, Danza Invisible, Celtas Cortos, Los Rodríguez, El Canto del Loco… Aquí no vale lo de "presunto".
No llegué a ser artista, pero siempre supe que, de una manera u otra, quería dedicarme a la música. Y lo hice captando el mejor talento. He tenido que trabajar muy duro, pelear mucho, pero ha sido muy satisfactorio. El éxito ha sido desigual. Más Birras, un grupo zaragozano, o Mamá, el grupo estrella que más llenaba, no llegaron a triunfar tanto. El público es el que decide y no se le puede dar más vueltas. Con sellos independientes, como MR, Twins o Pasión Discos, saqué a Pistones, Hombres G, Danza Invisible, Los Secretos, Antonio Vega, Extremoduro o Los Rodríguez. Estos sellos independientes aportaron mucho a la música, pero nunca se cuidaron ni se subvencionaron. La música no ha recibido nunca las ayudas que ha tenido el cine.
¿Recuerdas cómo fue el germen de la Movida?
Éramos gente apasionada que llegamos a Madrid desde diferentes puntos de España. Yo vine de Córdoba a Prosperidad, un barrio que me marcó. Almodóvar, de La Mancha. Teníamos hambre de cultura, necesidad de expresarnos. No era solo música. Cada uno venía con su expresión artística y daba igual que fuese moda, teatro, pintura, fotografía o cualquier otra disciplina. Todos teníamos el mismo ímpetu y el mismo impulso para llevar a cabo algo. No hacía mucho que habíamos salido de una dictadura de 40 años y aquello era pura efervescencia. Además, nos iban llegando corrientes de fuera y nadie quería ya quedarse de brazos cruzados. Madrid superó en glamour a Londres.
¿Teníais un punto de encuentro?
Aparte de Malasaña o Prosperidad, nos juntábamos los domingos en el Rastro en busca de novedades o discos difícil de comprar en otros sitios. Los Ramones, Pink Floyd, Jimmy Hendrix, Bowie, Led Zeppelin. Era una manera de acceder a la cultura diferente a la que existe hoy. El Rastro era mucho más que un mercadillo al aire libre. Allí te podías encontrar con todas las figuras del panorama nacional e incluso internacional. Olvido Gara (después Alaska), entonces una chiquilla, montaba un puesto de discos y tebeo.
¿Eráis conscientes de lo que se estaba fraguando?
De ninguna manera. Aquello nació de una manera espontánea a partir de unas ganas que estaban en la calle y esa explosión creativa enseguida fue tomando cuerpo. Nunca pensamos que fuese a traspasar fronteras y a tener la trascendencia que tuvo, que ocupase un lugar en la historia y en la memoria colectiva. Nos dedicamos a vivirlo tal y como lo sentíamos, pero sin pensar en formar parte de un movimiento ni una corriente.
¿Qué significó el Rock-Ola?
En los ochenta fue el epicentro de la Movida, un verdadero templo al que acudir si querías escuchar lo último. Hoy es difícil de entender, pero en aquel momento cada día había unos 15 o 20 conciertos en la capital. Cada noche era una fiesta y diferente al anterior. Madrid pedía a gritos una sala como Rock-Ola. Siempre estaba llena y reunía a gente de todos los estilos. En julio de 1981 dio un concierto el quinteto británico Spandau Ballet y, desde entonces, todo el mundo quiso tocar allí. Radio Futura, Gabinete Caligari, Aviador Dro, Siniestro Total, Nacha Pop o artistas extranjeros, como Iggy Pop o Depeche Modo. El lleno era siempre total.
La Movida tuvo también su lado sórdido que dejó una marca difícil de borrar.
Aquello fue una eclosión de todo y se desconocían las consecuencias. Fue lo más penoso. La droga formaba parte de esa euforia colectiva y dejó a demasiados amigos en el camino, demasiado talento destruido. Recuerdo especialmente a Enrique Urquijo o a Antonio Vega, pero podría mencionar muchos más. La heroína fue una auténtica locura y nosotros servimos de conejillos de indias. Otros muchos estuvimos en el mismo lugar y afortunadamente hemos sobrevivido. Me apena que, por enfermedad o drogas, he ido perdiendo amigos, pero me quedo con su categoría humana y musical. Recientemente, murió Carlos Tena. Con él se fue un amigo entrañable con el que he compartido momentos inolvidables.
Algunos de los artistas que arrancaron en la Movida siguen incombustibles.
Hombres G llenan estadios en todo el mundo. Con su primer disco vendió más de medio millón de copias y, cuarenta y un año después, han emprendido una gira de aniversario con la que recorrerán España, Latinoamérica, Estados Unidos y Canadá. Hay otros, como Serrat, que incluso retirado, siempre será eterno. Igual que lo serán Sabina o Manolo García.
¿Qué condiciones deberían darse para irrumpiese hoy un fenómeno similar?
Ninguna. Hoy sería imposible esa eclosión de creatividad porque ciudades como Madrid están colmadas de todo y no hay esa avidez ni esa energía que hubo entonces. Tampoco hay un compromiso con el talento.