Cualquesquiera que sean tus gustos, hay un Fortu (69) para ti. Si creciste con el rock de los ochenta, le identificarás como el cantante de Obús, una de las bandas que con mejor tino adaptó el heavy metal al gusto nacional; si eres seguidor de realities televisivos, tendrás a Fructuoso Sánchez por el simpático concursante de programas como Supervivientes, Gran Hermano Dúo o ¡Mira quien salta!; para los adictos a las redes sociales, es el creador del canal “Fortu, La Mari y Yoli”, uno de los más divertidos de TikTok; y si te consideras delicado gastrónomo, puede que lo conozcas por su faceta de cocinero y propietario de restaurantes. Quienes hayan tenido ocasión de tratarle en distancias cortas, sabrán, además, que es un tipo cercano, sencillo, campechano, afable y cordial; una de esas personas que, con su luminoso carisma, caen bien a la primera.
De las esferas públicas, la más destacada y apreciada, quizá porque fue la primera, es la musical. Cuatro décadas después de que Obús editasen su primer disco, el grupo sigue subiéndose con frecuencia a los escenarios, beneficiándose de un renovado interés de los aficionados por las bandas que empezaron en los ochenta, y que también mantiene repleta la agenda de formaciones de otros estilos, como La Frontera, La Guardia, Danza Invisible, Tennessee, Tam Tam Go! o Revólver. “Estamos viviendo una segunda juventud. Conservamos la ilusión que teníamos en los ochenta y nos sentimos supercontentos de cómo nos reciben las nuevas generaciones. Mientras haya sueños e ilusiones y la gente responda, seguiremos”, dice.
“El poder seguir haciendo lo que más nos gusta es una maravilla”, añade. “Porque la música es mi vida. En abril del año que viene cumplo 70 tacos y a mí lo que me hace seguir caminando es la música. Si estuviese jubilado, creo que me moriría; me haría ya viejo del todo y empezaría a engordar como un ceporro y estaría todo el rato zapeando, bocadillo va y cerveza viene, así que gracias a Dios tengo el rock and roll, que es lo que más amo en esta vida, lo que me ha enseñado todo y lo que más me ha dado desde que tenía 15 años”.
Estuve viendo a Obús el pasado noviembre en Fuenlabrada (Madrid), y su directo sigue siendo fresco, contundente y muy desenfadado, aunque tan solo permanecen Fortu y el guitarrista Paco Laguna de la formación original. “El primero que se tiene que divertir eres tú. Si no es así, la gente lo nota. Si no te lo crees, chungo. Lo que buscamos es pasarlo bien nosotros. Por eso los conciertos son tan divertidos”, explica. Aunque los maduros eran mayoría entre el público, decenas de jóvenes poblaban también la audiencia. “En muchos conciertos, los padres, fans de toda la vida, me han presentado a sus hijos, que tienen 40 años. Y algunos vienen con los nietos. Cuando ven lo que es un concierto de rock, los chavales alucinan. Piensan: ‘Esto no es lo que estoy acostumbrado a escuchar”, explica orgulloso.
Dice que dentro del rock, Obús son unos clásicos, como Iron Maiden, Saxon, Metallica… Bandas que de un tiempo a esta parte vuelven a agotar localidades en grandes recintos. Lo que Fortu atribuye a la falta de imaginación en la música actual. “En los setenta, ochenta y noventa había mucha variedad, muchas buenas canciones. Como falta eso, se tira de las bandas clásicas, de aquellas que hacíamos canciones. Hoy es todo muy igual. ¿El reggaetón? No ofrece nada de nada. ¿El trash metal? Voces que hacen ‘uahhh’, sin armonías ni nada. La gente echa de menos las canciones que se hacían de antaño. Por eso están funcionando todas las bandas internacionales que empezaron con nosotros. Antes llenaban un pequeño pabellón y hoy llenan estadios. Y a nosotros nos está pasando, no a ese nivel, pero también percibimos la respuesta de un público al que le falta algo”.
Y apostilla: “El rock no va a morir nunca: es una cultura, no una moda. Cuando empecé, a finales de los setenta, ya se decía que estaba muerto, pero seguimos igual. Siempre ha sido una música de pico y pala. Somos obreros de la música”.
Obús compartieron con Barón Rojo la regencia del heavy rock nacional. Mientras estos últimos destacaban por unos directos técnicamente impecables, pero no especialmente entretenidos, Obús brillaban tanto por sus canciones como por la desbordante energía de Fortu, el primer gran frontman (algo más que un cantante; un showman que se gana al público con su entrega) del rock español. “Me siento orgulloso de que la gente me vea así. No es tan fácil serlo”, dice Fortu, quien se fijó en legendarios frontmen de los setenta como Robert Plant, de Led Zeppelin, Paul Rodgers, de Free y Bad Company, o Freddie Mercury, de Queen. Pero no solo de rock duro se alimentaba el joven Fortu. “También escuchaba a Bob Marley, los Beatles, Pink Floyd, Genesis… Me ha gustado mucho el flamenco: mi abuelo era cantaor y empezó con Manolo Caracol. Mi madre, la Mari, canta muy bien”, comenta.
Se decía entonces que existía entre Obús y Barón Rojo una furibunda rivalidad, que ahora confirma Fortu. “Había mucho pique. Y creo que era bueno. Yo contra Barón Rojo no tengo nada, somos compañeros de viaje, pero siempre he querido demostrar que soy mejor que ellos encima de un escenario. Y ellos querían demostrar que eran mejores. Era como un Real Madrid-Barcelona”, ejemplifica.
Fue en 1981 cuando los vallecanos Obús lanzaron su primer álbum, Prepárate. Contenía clásicos como “Va a estallar el obús” y “Solo lo hago en mi moto”. Curiosamente estaba producido por Tino Casal, lo mismo que el segundo, Poderoso como el trueno, de 1982; un músico en las antípodas musicales del grupo. Su relación con Tino surgió a raíz de la victoria de Obús en la IV edición de los Premios de Rock Villa de Madrid (1981), de gran trascendencia aquellos días (la final se celebraba en la plaza de Las Ventas). El ganador obtenía, como recompensa, la grabación de un disco, y, tras ver a la banda en directo en el campo de fútbol del Rayo Vallecano, Luis Soler, de Chapa Discos, los fichó. Buen amigo de Tino Casal, Soler pensó en él para que se ocupara de la producción. “Iba por Vallecas con pantalón rosa y el pelo de todos los colores. La gente flipaba”, recuerda Fortu del creador de “Champú de huevo” y “Embrujada”. “Luego se hizo famoso y ya no podía ser heavy y techno. Entonces había tribus, con enfrentamientos entre unas y otras”.
Efectivamente, a principios de los ochenta, en Madrid y otras grandes ciudades, heavies y “modernos” se miraban con desprecio. Mutuamente se tildaban de andrajosos y pijos. Y mientras en el centro de la capital los poppies eran probablemente mayoría, en los distritos circundantes el heavy encontró natural acomodo. “En los barrios había habido siempre mucha represión —dice Fortu—, y la gente levantó la voz gracias a la música. En nuestras canciones reivindicábamos el no a las nucleares [‘Pesadilla nuclear’, de 1981], la lucha obrera [‘Petrodólares’, del mismo año]…, aunque también la fiesta, la noche [‘Vamos muy bien’, de 1984, es el mejor ejemplo]. Obús ha sido siempre una banda gamberra. Era la música que el extrarradio de Madrid necesitaba: Vallecas, Carabanchel, Aluche, Moratalaz… Estaba presente en norte, sur, este y oeste”.
Lo que es un hecho es que mientras los grupos de heavy arrastraban a miles de seguidores que abarrotaban recintos de gran capacidad, los de pop tocaban en salas pequeñas ante pocos centenares de personas. Y, sin embargo, la idea de que la escena del pop, la movida madrileña, es la banda sonora de la España de los ochenta ha quedado fuertemente arraigada en la historia. “Lo de la movida… Realmente éramos nosotros. Éramos los que llenábamos estadios. La gente del pop siempre ha estado más unida, entre nosotros había menos compañerismo, desgraciadamente. Podíamos haber reivindicado la movida, y no lo hicimos; lo hizo la gente del pop. Por eso se ha asociado la movida al pop, pero no, la movida éramos la gente del rock, que llenábamos estadios”, proclama el cantante. “Pero me da igual: mi filosofía es mirar siempre al frente. Nunca vivo de recuerdos”.
“Luego estaba la movida de la noche, que ahí sí eran ellos, con sus fiestas en el Rockola”, prosigue. “Yo he estado en el Rockola también, y en muchas salas. Iba con Tino Casal, al que adoraba. Pero la gente del rock éramos más cerveceros, de pequeños pubs. Las drogas finas costaban pasta, y eso se lo permitía la gente de pasta. En la gente del pop había más nivel, y cuando hay pasta, hay más vicio. Y en aquella época el vicio gordo tenías que tener pasta para pagarlo. No soy un santito, me he pegado mis fiestas. Pero en los barrios la gente caía de la noche a la mañana porque se metía veneno puro, que era lo único que podía conseguir. La gente fina se metía otra cosa, que es veneno pero a la larga. En cualquiera de los casos, ha sido malísimo para todo. Se ha cargado a muchos talentos, a mucha gente del arte, que ha desaparecido por consumir lo que no tenía que haber consumido”.
Por diversos factores, entre los que aquel desdén generalizado puede ocupar lugar importante, el heavy metal entró en barrena y a finales de los ochenta la mayoría de bandas se había disuelto. Obús paró en 1990, aunque en su frenazo influyó una desgracia personal en la vida de Fortu: ese año, su hija Verónica falleció en un accidente de tráfico. Devastado, decidió pasar una temporada lejos de todo. “Tenía que cambiar de aires, porque tanto yo como mi exmujer estábamos muy mal”, dice. Por mediación de Eduardo Bartrina, de la SGAE, entró en contacto con músicos de Nueva Jersey (EEUU) y fue allí a grabar un puñado de canciones que había compuesto. Aquella grabación acabó en un cajón… hasta 2014. A su regreso a España, formó Saratoga con el guitarrista Jero Ramiro y el bajista Niko del Hierro. A finales de los noventa, durante una fiesta de cumpleaños de Fortu, él y Paco Laguna resolvieron retomar la carrera de Obús. “Y hasta hoy”, dice Fortu.
Aún estaba Obús en la cresta de la ola, a mediados de los ochenta, cuando Fortu probó suerte en el terreno de los negocios y la hostelería, donde pudo combinar dos de sus inquietudes: la cocina y el emprendimiento. Durante cinco años fue propietario de un hotel a las afueras de Madrid; un complejo entero con discoteca, piscina y restaurante. Lo cerró en 1990, tras el fallecimiento de su hija. Abrió después cuatro pubs, un minigolf y varios restaurantes, entre ellos Casa Fortu, en la turística localidad madrileña de Chinchón. “Ahí ya decidí que me dedicaba a la música o me centraba en la hostelería”, dice. “Y elegí la música”.
“Cualquiera que sea hostelero me va a entender”, continúa. “Te lleva mucho tiempo. Tu día libre lo dedicas a los proveedores, a comprar género… Siempre en mis restaurantes he sido cocinero, y era una paliza: tenía que madrugar, prepararlo todo; terminaba de dar las comidas y me cogía el coche y me iba a Barcelona, a tocar. Terminaba de tocar y me volvía para estar en el restaurante a las ocho de la mañana. Dije: ‘No puede ser. A partir de ahora, la hostelería, para irme a cenar con mi pareja’. Sigo cocinando, porque me encanta. Me siento un pequeño chef, pero ahora dedicado a mi familia y mis amigos”. Su éxito como empresario ha sido desigual. “En la hostelería he ganado mucha pasta, pero he perdido mucha pasta también. Si se te da bien y tienes suerte…, es igual que la música. Yo he hecho inversiones en hostelería y me lo he comido todo”. Fortu Blues Bar, en Eurovillas, sigue funcionando; lo regenta ahora su hija Ariadna.
Precisamente fue por su hija Ariadna como entró, de carambola, en el mundo de los realities de televisión. En 2012, Ari participó en Gran Hermano 12+1. Semanalmente, como ocurre en cada edición, familiares y amigos de los concursantes comparecían en plató para apoyar a su allegado; Fortu asistió varias veces como padre de Ari. Muchos espectadores no lo conocían; otros tenían la vaga noción de que era un viejo rockero; solo los más acérrimos seguidores de Obús sabían de su brillante historial en la música española. A todos ganó con su innato gracejo.
Su encanto personal no pasó inadvertido a los productores de la cadena, que detectaron el potencial de Fortu como animal televisivo. Cuando en 2013 crearon ¡Mira quién salta! (en el que varios famosos competían tirándose a una piscina desde un trampolín), fue seleccionado para participar junto a personajes mucho más mediáticos como Lydia Lozano, Víctor Janeiro, Tamara Gorro, Olvido Hormigos o Raquel Mosquera. “Fue un descubrimiento para mí: tenía vértigo, y luego se me pasó el miedo y llegué a federarme en esa disciplina”, dice. Empezó así su escalada televisiva, que continuó con Supervivientes 2015: Perdidos en Honduras, Cámbiame, Ven a cenar conmigo, Gran Hermano Dúo…
“Me ha faltado La isla de las tentaciones, pero ya no tengo edad para eso”, bromea. “Me encantan los concursos. Me lo paso pipa. Me dicen: ¿pero qué hace ahí un heavy? Y respondo: ¿cuál es el problema? Me gusta el heavy, ¿y qué? Pero me gustan también los realities, ver la tele y los concursos, sobre todo si participo. Por ejemplo, cuando hice Ven a cenar conmigo (2018), me partía con Antonia Dell’Atte. Tuve esa suerte de que se fijaran en mí y me dieran esa oportunidad. Gracias a eso hay un sector del público, que si no fuera por Mediaset, no me conocería. Estaré eternamente agradecido a la cadena”.
Desde hace nueve años, Fortu reside en Aguadulce (Almería), “en todo el paseo marítimo”. Junto al mar, ha encontrado la felicidad. “No nací en el Mediterráneo, pero siempre quise terminar mis días allí”. Le planteó la mudanza a su pareja, Yoli, y ella, funcionaria, no duró en pedir el traslado a algún enclave de la costa: solicitó Valencia, Alicante, Murcia, Málaga, Almería… Les daba igual el destino. “Le tocó Almería”, añade Fortu. “Dije: ‘Vamos a probar’. Porque Almería está en el culo del mundo. Y me enamoré de Almería. Compré la casa, estoy empadronado. Yoli también está muy feliz. Creo que mis días terminarán allí. Aunque no dejo de amar Madrid y Vallecas, que están dentro de mí”.
El último (por ahora) cambio de registro ha llegado de la mano de la red social TikTok. Su perfil “Fortu, la Mari y Yoli”, que comparte con su madre y su pareja, y que se basa especialmente en vídeos de humor que graban durante sus comidas, acumula cerca de 350.000 seguidores. La iniciativa surgió al inicio de la pandemia para levantar el ánimo de la Mari. Cuando empezó a rumorearse que iba a decretarse un confinamiento, Fortu animó a su madre a que se estableciera con él en Almería. “Pensé que estaría más segura”, dice. Y empezaron a grabar vídeos caseros para añadir unas gotas de alegría a tan duros y tediosos días.
“Sobre todo, para ver a mi madre reír”, concreta. “Es una mujer que lo ha pasado muy mal. Cuando murió mi padre, ella dio un bajón, perdió 30 kilos… Verla reír era una satisfacción. Volvió a comer bien, empezó a caminar todos los días… Ahora tiene 89 años y es una jovenzuela. Vimos que en TikTok los vídeos empezaron a tener miles y millones de visitas… ¡Ahora mi madre es la estrella, y los vídeos en que salgo yo solo tienen menos visitas! Ella lo dice: ‘A mí esto me ha dado la vida’. Si no, se hubiese muerto ya. Estaba muy mal, ha sufrido mucho”.
Aparte de todo lo consignado anteriormente, Fortu es un hombre muy familiar. Esta entrevista se ha realizado en la casa de su hermano a las afueras de Madrid —la misma donde se rodó Ven a cenar conmigo—, vivienda de la que el cantante entra y sale a voluntad cuando recala en la capital. “Nos lo inculcaron nuestros padres: la familia es lo primero”, dice. No puede hablar de su nieto sin emocionarse: “Solo tengo uno, pero vale por cien”. Quizá al poliédrico Fortu pueda condensársele en una sola expresión: es un enamorado de la vida. “La vida es lo más bello que tenemos. Cuando abro los ojos por la mañana, doy gracias. Claro que me voy a morir, pero mientras estemos aquí, tenemos que disfrutar de la vida, reírnos de nosotros mismos…”, subraya. “Estoy orgulloso del legado que voy a dejar cuando ya no esté aquí. No solo por la música: por mi forma de ser, por las cosas que he ofrecido al espectáculo, por todo”.