“Cosas que voy a guardar constantemente en el frigorífico: 1 vodka. 2 Kahlúa. 3 Baileys. 4 cervezas. 5 Babycham.” La anotación, entre risueña y sincera, la hacía una joven Amy Winehouse cuando soñaba con irse a vivir sola. Sola y muerta por una intoxicación etílica es como fue hallada, años después, en su apartamento de Londres. Una historia más de inocencias interrumpidas y corazones rotos. Salvo que en este caso, entre ambos momentos ocurría algo llamado música.
Los diarios y anotaciones recorren un periodo más o menos incierto de su vida, aunque se puede acotar entre los últimos años del instituto, cuando tenía 16 años, y los posteriores a la fama, justo antes de que sobreviniera la tragedia. Una tragedia que tuvo mucho que ver con un nombre propio: Blake Fielder-Civil, el hombre del que se enamoró en un bar y con el que terminaría casándose. El que la introdujo en el mundo en el consumo de cocaína, crack y heroína. Pero todo ese periodo, el de las sobredosis, las agresiones, los erráticos conciertos, la violencia psicológica y la manipulación, la historia más conocida en fin, aparece muy de soslayo en el libro, centrado en los años previos, cuando una aún adolescente Amy escribía que quería tener un pelo fabuloso y que la gente la admire. Plegarias, todas, atendidas.
En el libro, autorizado por la familia y cuyos ventas irán destinadas a la fundación que lleva el nombre de la artista, hay también fotos de infancia y adolescencia, tareas escolares y un puñado de letras de canciones, algunas más prometedoras que otras, que hablan de las ambiciones y sueños de una artista que empezaba a explotar todo su potencial cuando las drogas arrasaron con ella. En el libro, sin embargo, al parecer se intenta mostrar a través de esas anotaciones que también había unos aspectos siempre 'problemáticos' en la personalidad de la artista . Como en las entradas en las que hace referencia a su mala conducta en el colegio: "soy la loca de la clase, la que no se calla nunca, soy ruidosa y hablo mal de la gente, así soy yo", dice. Parece poco pecado para un castigo tan grande.
Resultan particularmente desgarradores los momentos en que Amy, en medio de esa oscuridad que empezaba a rodearla, habla de sus ganas de seguir desarrollándose como artista: “Tengo todo el tiempo del mundo para lograrlo. Eso es lo que es tan emocionante: tengo años para hacer música”. No los tuvo. Pero la joven que cantaba como un alma vieja del soul vivirá para siempre, siempre querida, como sueñan las adolescentes en sus diarios.