Hasta que se lesionó hace un año, dañándose un dedo (“peligroso para un guitarrista”, dice) y un hombro, Xoel López jugaba al baloncesto todas las semanas con un grupo de amigos entre los que hay músicos y actores, “gente que puede quedar un miércoles por la mañana”. Puntualmente acudía en metro a las canchas del polideportivo situado en la antigua Estación Sur de autobuses de Madrid, cerca de Atocha. También aficionado al fútbol (es seguidor del Deportivo de la Coruña y simpatizante del Real Madrid), gusta de hacer paralelismos entre el deporte y la música. “El bajista es el defensa central; el batería, más estático y friqui, es el portero. Guitarristas y cantantes son centrocampistas y puntas”, compara. Está deseando volver a calzarse las zapatillas para desempeñar su habitual función de base. “Soy bastante organizador, tengo ese espíritu. Y, a veces, me siento un poco entrenador. Me gusta dirigir”, explica.
Formula la analogía mientras se toma un café una mañana soleada de jueves en una tranquila terraza del barrio de Chamberí, donde reside desde hace años. Su análisis es atinado: como solista desde el inicio de su carrera (cuando firmaba sus discos como Deluxe) en una escena como la independiente, dominada por los grupos, ejerce de "base" y líder con los músicos que le acompañan, lo que le hace dueño único de su destino y le permite ir por libre. Esto vuelve a demostrarlo en su disco más reciente, Caldo espírito, una colección de canciones que zigzaguean del pop-rock indie a la música latina; audacia digna de quien, con los años, ha alcanzado el estatus y la autoconfianza necesarios para seguir su propio camino.
“No hago lo que está de moda”, aclara. “En la música me he encontrado con compañeros muy cerrados en lo suyo. No hacen daño a nadie, y lo respeto. Pero yo he optado por ser libre musicalmente. A día de hoy puedo decir que lo he conseguido”. Asegura que detrás de esa autonomía está el dar más importancia a la canción que al estilo. “Todavía hay gente que se asusta si escucha un instrumento latino. Cuando una canción funciona, es muy difícil cagarla. No va a depender tanto de que le metas una guitarra acústica o un piano. Puedes hacer Radiohead en versión bossa nova. Es vestimenta, ropaje”.
El proceso de creación del disco incluyó la clausura de la banda, para grabar las maquetas, en dos pequeños pueblos de Guadalajara y Ourense. El último es una diminuta aldea llamada Baíste, donde apenas quedan un par de casas habitadas. Se trata de una parroquia con historia: por en sus empedradas e intrincadas callejuelas se rodó el cortometraje Mamasunción, de Chano Piñeiro, de 1984, con el que TVG inauguró sus emisiones un año después. “La señora de la casa del al lado nos traía la comida todos los días: potes de guisos de carne, caldos… Nosotros comprábamos cervezas y café. Dedícabamos el día entero a grabar en aquella cabaña; no había más que hacer”, recuerda López.
En cuanto al contenido de sus letras, Caldo espírito es un disco que transmite desencanto. El título hace referencia a la falta de calidez y espiritualidad en la sociedad actual. “Las letras son bastante crudas”, admite. En una canción titulada “Xiana” habla de la pérdida de la ingenuidad. “A medida que pasa el tiempo vas superando ignorancias y descubriendo un mundo más real”, explica. “Tiene mucho que ver con las ilusiones: no creo que haya que perderlas, pero tampoco pienso que todo es como quieres que sea. Te ilusionas de una forma más certera, con lo que debes ilusionarte”. Entre lo poco que nunca le ha desilusionado está la música. “Sus entresijos, sí. Me he sentido traicionado, he firmado cosas con las que se estaban aprovechando de mí… ¿Quién no ha tenido un contrato abusivo en cualquier profesión? En este disco hay mucha decepción”.
En “Albatros” dice: “No sé si soy más libre o estoy más perdido”. “Sucede mucho cuando decides ir a por la verdad de las cosas”, apunta. “La gente renuncia a su libertad por el miedo a lo desconocido, a dejar de formar parte de un grupo, de una doctrina. Es verdad que cuando te liberas, estás un poco perdido. Te descuelgas y puede que dudes de si estabas mejor antes, adoctrinado. Pero yo ya hace mucho que decidí que quería estar lo menos engañado posible, ser lo más libre posible, aunque en ese proceso me he sentido perdido”.
Esa búsqueda de libertad, ese instinto que le lleva a salirse del rebaño, es lo contrario de la polarización. “Tratan de agruparnos”, lamenta. “Impera el maniqueísmo. Me atrevería a decir que la mayoría de la gente está en los grises. Pero dices algo que se sale del canon y te acusan de ser lo contrario. No: es un matiz. Esconder tu criterio bajo la alfombra es lo más cómodo, pero he abrazado la incomodidad. Tengo clarísimo que soy un librepensador. Estoy abierto a todas las músicas, a todos los tipos de gente, aunque tengo mis líneas rojas, pero soy una persona abierta y libre”. No se considera fanático de nada; solo apasionado de la música más allá de etiquetas. “Me encantan un Van Morrison, un Juan Luis Guerra, una Nina Simone, un Serrat… De repente hay tres temas de Beyoncé que me vuelven loco… ‘Umbrella’ de Rihanna me parece una obra maestra”.
En la escapista “8000” (la canción más indie del disco) habla “de ese pico desde el que todo lo ves, de tener esa perspectiva de las cosas”. La desilusión en el amor también tiene hueco en Caldo espírito. Así, “Glaciar” aborda la autencidad en las relaciones: “Si no tuviera esta estabilidad, ¿me querrías igual? Si me echaran del trabajo o enfermase de cáncer, ¿me querrías igual? ¿Es amor verdadero o simplemente te interesa? La sociedad legitima a veces relaciones más superficiales. El amor sigue existendo; para mí es que tu pareja enferme y la sigas cuidando hasta el final. Mientras las cosas funcionan, todo va bien, pero cuando el glacial se desprende, ¿me querrías igual?”.
Aún más explícito sobre el chasco sentimental se muestra en “Esto no es amor”. “Hablo de lo que para mí es una relación tóxica”, describe. “Cuántas veces lo hemos visto en gente de nuestro entorno: desde fuera todos vemos que no le quiere nada, y el otro o la otra no se entera. Y de pronto hay momento de lucidez y se da cuenta de que eso no es amor. Y dice: ‘No quiero más este carnaval’. Era una pantomina, un baile de máscaras. Hay relaciones de dependencia, de abuso psicológico, y entre lo que yo he vivido y lo que me han contado, salen estas canciones reveladoras que espero que puedan servir a alguien como me sirvieron a mí. Llega un momento en que piensas: a tomar por culo. Y lo sueltas. No hay buenismo en este disco”.
Aunque no lo reconoce abiertamente, es indudable que su divorcio, ocurrido hace cinco años, ha podido influir en esa demanda de calidez, de verdad y de integridad que rezuman sus declaraciones y sus letras. Hoy el mundo de Xoel López gira en torno a su hijo, de nueve años, de quien habla con pasión. El compositor se muestra orgulloso de que haya heredado de él la afición por la práctica del deporte (el fútbol, en el caso del pequeño). Por el momento, las dotes musicales, si las tiene, no las ha sacado a relucir.
Cuando Xoel López se dio a conocer en la música española en 2001 bajo el seudónimo de Deluxe y con el disco Not what you had thought, fue inmediatamente incluido en el apartado de la escena independiente, incipiente por entonces, pues si ya había dado nombres de relieve en los noventa, aún no se había convertido en el fenómeno masivo que fue poco después. Pero antes que indie, Xoel fue mod; y antes que mod, fue… rapero. “Al principio se me etiquetó como mod, que es mi origen conocido. Mi hermano y yo fuimos raperos, con 12 años. También tuvimos una época que escuchábamos la música de nuestros padres: cantautores, música latina…”, recuerda.
Después de ese disco cantado en inglés (“mi etapa anglófila”), apuesta común entonces entre los indies, se produjo su primer punto de inflexión: el siguiente trabajo, If things were to go wrong (2003) se abría con un tema en castellano, “Que no”, clásico ya del pop-rock español de este siglo. “Tenía claro que había que dar ese salto”, dice. “Entiendo que las etiquetas orientan: ¿indie? Vale, no es jazz ni blues. Aunque no hay ningún grupo puramente indie. En 2003 saqué un disco con canciones en castellano y fue el principio de lo que vino después: al cabo de dos o tres años, varios grupos que cantaban en inglés se pasaron al castellano. Está mal que lo diga, pero ‘Que no’ fue la canción importante para hacer el cambio”. Su tercer disco, Los jóvenes mueren antes de tiempo (2005), fue ya íntegramente grabado en castellano.
En 2008, otro cambio radical: se fue a vivir a Argentina. Enterró Deluxe y reapareció en 2012 firmando los discos con su nombre y apellido. “He hecho ese ejercicio de libertad con plena consciencia y sabiendo que corría riesgos. Dejé el proyecto Deluxe haciendo una música con la que a otros les iba muy bien”. De su estancia en Argentina dice que “hay mucha tela que cortar”. Así la explica: "Venía de mucho, mucho curro, de pagar cartas de libertad con sellos indies que eran lobos con piel de cordero… Pasé una época difícil, y en mi mejor momento me dije: ‘Estoy muy cansado y tengo la sensación de que si sigo así me voy a repetir’. Necesitaba un corte, que fue el viaje a Argentina, y que me llevó también a Colombia, México, República Dominicana, Brasil, Chile, Estados Unidos…”.
Y añade: “Siempre que he sentido que me estancaba he saltado como una rana. Es un sobreesfuerzo y entiendo que mucha gente no lo haga”. Estos últimos meses, y tras su concierto en el WiZink Center de Madrid el 29 de noviembre de 2023, ha vuelto a parar para tomar aliento; calma interrumpida solo por su nominación a los Goya —por “Eco”, para la banda sonora de Amigos hasta la muerte, de Javier Veiga— y unas pocas y escogidas entrevistas (como esta). “Hace poco me preguntaban: ‘¿Cómo estás?’ Y dije: ‘Pues regular’. Porque me está pasando lo que no le pasa a la gente que no para nunca. Cuando paras, te encuentras con todos tus demonios y todas tus dudas. Ahora estoy en una pausa, entre el WiZink y la gira. Parar genera desasosiego, y a veces es mejor seguir. Pero prefiero pasarlo un poco mal y decir: ‘Voy a por ello’”.
Su gira, que este año se reducirá a presencia en varios festivales, incluirá fechas en salas en 2025. “Soy un improvisador nato”, comenta. “Tengo ganas de volver a tocar para mi público en una sala, porque se genera algo que no pasa en los festivales: en las salas tocas para tu público, cada espectador sabe que el de al lado está en la misma onda que él, y se genera una comunión muy especial. Luego tocas en un festival y hay gente que no te mira porque está esperando a otro más famoso. Eso es sano, porque te pone en tu sitio. Pero me apetecía inclinar ahora la balanza del lado de las salas”.
En los festivales, en cambio, coinciden fans recalcitrantes con público que pasaba por allí. “Cuando se llega a cierta cantidad de público, es inevitable cierto efecto llamada. ¿Cuánta gente que va a un festival es melómana? Algunos no, pero bienvenidos sean. Desde ahí se podrían hacer melómanos. No hay autenticidad en casi nada en la vida como para pretender que en un concierto sí la haya. Si quieres autenticidad, vas a la sala El Sol, donde todos los que van, o la mayoría, son auténticos”.
Pertenece Xoel a una generación de músicos de enorme éxito pero cuya popularidad a pie de calle no es tan grande como la de sus antecesores de los ochenta. “Es mucho mejor así. No hemos tenido que lidiar con esa fama a veces absurda, que no sé si es sana para una persona. Lo pensaba cuando veía algunos talent shows de televisón: pasar de tocar en una orquesta a esto, ¿es sano mentalmente? Tiene que ver que hoy en día está todo más atomizado. Creo más en el proceso de las cosas. Los atajos son una realidad, pero no son realistas; generan una ficción emocional que no es muy sana”.
Parte de ese éxito discreto se debe a que no va de estrella del rock, papel que sí adoptaban cantantes que le precedieron. Quienes lo vean en este instante en la terraza donde charlamos lo catalogarán como un vecino del barrio que ha bajado a tomarse un café. No se disfraza con chupas de cuero o gafas de rock. “Tengo una relación muy natural con la gente que me sigue. Me muestro tal y como soy. Lo otro no es cierto. Creer que esa persona que canta tiene poderes mágicos es complejo, porque siempre te va a defraudar; es un ser humano como otro cualquiera. Podría fingir y como hacen otros que son muy pillos y juegan con la psique humana y se sitúan en otro lugar, pero todos cagan y mean”.