Aunque sus años dorados fueron los ochenta, de vez en cuando reaparecen cual Guadiana para darnos una alegría. No es una frase hecha ni innecesario peloteo: escuchar a Los Nikis pone de buen humor. En 2019 lanzaron el EP Menos de lo mismo, Vol. I, con cuatro canciones, y en enero de 2023 actuaron como teloneros de Carolina Durante —uno de los muchos grupos que han heredado su visión desenfadada de la música— en el WiZink Center de Madrid. Más sorprendente ha sido su última reaparición, en la que abandonan el punk y abrazan… el country.
Para esta chocante rentrée, y a modo de pista, han añadido apellido chiquitistaní a su nombre: Los Nikis de la Pradera. Explicar quiénes integran la banda exige conectar varias ramas de su árbol genealógico (y cierto esfuerzo por parte del lector). Hay en sus filas tres de los cuatro Nikis originales: Joaquín Rodríguez (bajista antaño que ha añadido una “n” a su instrumento, pues toca el banjo), el guitarrista Arturo Pérez y el batería Rafa Cabello. Solo falta Emilio Sancho, el cantante, quien se involucró en la creación del nuevo proyecto, pero luego desertó. “De las cosas raras él pasa”, explica Joaquín. “En su día hicimos Negros SA, que era una cosa de música disco con Alaska y Ana Curra y ahí tampoco quiso participar. A Emilio no le gusta la música, en general. No escucha música nunca. Solo escucha Los Nikis cuando ensaya y a los Ramones igual hace cuarenta años”.
Completando este quinteto de pecadores de la pradera figuran, por un lado, Mauro Canut, ilustre secundario del pop-rock español, hermano de Nacho Canut (Pegamoides, Dinarama, Fangoria) y de Johnny Canut, quien fue temporalmente batería de Los Nikis (y miembro de Parálisis Permanente). Mauro tocaba con Los Vegetales e Intronautas, y en 2003 montó Los Acusicas con Joaquín, de Los Nikis. Cuando plantearon a Emilio que Mauro iba a unirse al combo como cantante, dijo: “¿Que viene Mauro? Mejor, así me piro”, recuerda Joaquín. Por último, y como Joaquín se ha pasado al banjo, el bajo lo toca Nacho Biosca, de Ataque de Caspa, el quinto vaquero de esta intrépida cuadrilla.
Si aún no has escuchado nada de Los Nikis de la Pradera (su disco sale el 10 de mayo, aunque ya han lanzado varios sencillos y ofrecido algunos conciertos), no entres en pánico: son las letras al estilo de siempre —como las de “El imperio contraataca”, “Sangre en el Museo de Cera”, “Maldito cumpleaños”, “Brutus”, “Mi chica se ha ido a Katmandú” y todos aquellos clásicos del despiporre punk que les valieron el apodo de “los Ramones de Algete”— pero con canciones que suenan como si las tocara una banda de vaqueros en un bar de Arizona mientras los clientes desenfundan el Colt. Algo muy Nikis, en realidad.
“Justo antes de la pandemia —narra Joaquín— yo recibía clases de piano, y de repente me dio la ventolera y me apunté a clases de banjo”. Lo primero que grabaron fue una versión de “¿Quiénes somos?”, de Siniestro Total, para un homenaje a los gallegos perpetrado por Radio 3 en 2019 (y aún con Emilio como cantante). Y así empezó su reconversión al country. “El punk a cierta edad es como… cansino, ¿no?”, dice Mauro. “Mucho ruido: en el trabajo de vez en cuando nos hacen audiometrías y me salen de aquella manera”, apunta Joaquín, uno de los dos pilotos de avión que hay en el grupo (el otro es Rafa).
Aseguran que no les ha costado nada adaptarse al country. “Son tres acordes”, dice Joaquín. “Los mismos que los de los Ramones y Los Nikis. Al cantar, alargas mucho una sílaba y ya está. Hemos cogido lo que en Los Nikis llamábamos el trote cochinero: una vez que lo coges, eres capaz de tocar cualquier canción. En Los Nikis no sabíamos tocar muy bien, pero el trote cochinero lo teníamos pillado. Aquí, en cuanto lo hemos cogido… 52 canciones”.
Sí: afirman que tienen material para tres o cuatro discos más. Aún no están en disposición de calibrar la acogida por el público del country. “Ni idea. Igual nos apedrean. Manolo Fernández [veterano locutor especializado en este género] nos vio tocar en Valencia y dijo: ‘Por fin alguien que no se toma en serio esto’. Es un buen piropo”. Por lo pronto, tocarán en julio en el Huercasa Country Festival de Riaza (Segovia).
A rebufo de Los Nikis, Siniestro Total y otros, los efervescentes ochenta se llenaron de formaciones que cantaban con humor; Joaquín y Mauro echan de menos esa actitud hoy en día. “Hay grupos de ahora que no aguanto más de diez segundos, tipo Vetusta Morla”, dice Joaquín. “Igual son buenos, pero oigo una frase, todo superintenso, mega en serio, y no puedo seguir, me salen sarpullidos. Es algo personal, no digo que sean buenos o malos. A la gente le gusta, porque arrasan, así que nosotros somos outsiders”.
Le reprocha Mauro que los indies no son “los grupos de hoy”, que su tirón ha pasado y que quienes arrasan estos días son los traperos y reggaetoneros: “Hoy los traperos dicen burradas pero más de sexo y con un toque romántico. Es como lo que dice Young Beef de: ‘Mi droga es tu coño’: ¡qué bonito! Esa es la música de hoy. Todos esos tipo Vetusta Morla, Viva Suecia, Viva Belgrado, Arde Bogotá… A mí no me llegan, me llega más el trap”.
Joaquín: “Tuvimos una escena a principios de los 2000, con Airbag, Fanta, Carolina Durante… Pero nosotros tampoco inventamos nada. Eso de hacer raca raca con la guitarra y una letra diciendo gilipolleces ya lo hacían los Ramones. La única aportación nuestra fue hacerlo en castellano. Igual que nuestra aportación al country es hacer letras sobre gilipolleces en castellano. La gente se toma todo muy en serio, no solo la música. La música es algo lúdico”.
Mauro: “Es como cuando algún músico hace declaraciones serias y la gente se lleva las manos a la cabeza: ¡Miguel Bosé ha dicho esto! Pues como si lo dice Kylie Minogue o Karina. Es un problema de la gente, no de los cantantes. Imagínate que haces caso de lo que te diga Ozzy Osbourne. También ocurre con los actores. Si lo dice un catedrático de Economía, vale, ¡pero es que lo ha dicho un actor! Alguien que se ha aprendido cuatro líneas para una escena. Ya me dirás lo que sabrá de geopolítica un actor español”.
Joaquín pasó parte de la pandemia en Cádiz, y dedicaba sus ociosos paseos por las largas playas a idear letras que encajaran en las melodías que le enviaba Mauro. “Hemos estado haciendo canciones como descosidos”, dice el exbajista banjista. La clave residía en dar un repaso a las estupideces del mundo actual en clave de humor, esquivando temáticas trilladas o sobre noticias demasiado puntuales, con un enfoque campero, pero “huyendo un poco de lo clásico del bourbon y el tractor. Si conduces el tractor, no bebas bourbon. Además somos burgueses mayores. Sumamos 300 años entre los cinco”, señala Joaquín.
Cuando se le ocurría una idea, la anotaba en el móvil. “Tan desesperados estábamos que hemos llegado a hacer una letra sobre el Fantasma de los Ojos Azules [protagonista de un popular chiste en los ochenta], cosa que solo entenderá gente de cierta edad”. “Y otra de Eurovisión sobre un hacker ruso”, apostilla Mauro.
En la actualidad, hacer humor implica aceptar que determinados temas no se pueden tocar, por lo que en las letras han aplicado lo que Joaquín llama “un filtro automático”. Así lo explica: “Inconscientemente te estás cortando todo el rato. Ahora venía detrás de una furgoneta en la que ponía: Lacasitos y Conguitos, y me he acordado de una canción de Los Nikis, ‘Aurelio el misionero’, que decía: ‘Dejad que los conguitos se acerquen a mí’. Todas esas cosas ahora ni se me ocurren. Alguno va a salir ofendidísimo”.
La colección de canciones, por sus temáticas y enfoques, no tiene desperdicio. “Las letras del country son siempre como de ladrones y atracadores de bancos, y pensé: ‘Hoy en día los forajidos serían los delincuentes financieros”, dice Mauro. De ellos habla “Forajidos del siglo XXI”. En “Mis amigos se han echado a perder” despotrican contra los maduritos que se distraen yendo de casa rural y tomando un whisky mientras escuchan jazz. “Real como la vida misma. Lo que es cojonudo es decirlo en tercera persona: ellos. Yo no, jajajaja”, bromea Joaquín. “No somos de tomar un riberita y eso. Preferimos hacer el tonto con un grupo de country”, desliza Mauro.
El tema “Tres acordes y la verdad” —lema tradicionalmente usado para describir la música country— ejerce de acta fundacional de Los Nikis de la Pradera. “Es la historia de nuestra conversión al country”, dice Joaquín. “El hater” cuenta la historia de un odiador de Internet “que quiere ser bueno pero no puede y se sujeta el brazo como Peter Sellers en Teléfono rojo para no coger el ratón”, describe Joaquín. “Soy tan feliz” es un autorretrato del propio Joaquín, quien procura ser impermeable a las aciagas noticias de televisión: “No es autocrítica, es autoalabanza. Las noticias intento no verlas. En la pandemia, la gente veía el informativo de mediodía, el de la noche, se metían 600 informativos en un año para el cuerpo, y se llevaban una idea del mundo falsa. Sacan las noticias malas, y el 90% restante, que son buenas, no las cuentan. Me la pela lo que me cuenten en los informativos. Generalmente el mundo no está tan mal como dicen”.
“Diez sobre diez” habla de “un narcisista”, mientras que “Fase lunar”, sobre un astronauta al que nadie va a recoger “por recortes presupuestarios”, aporta un anacrónico toque poético con versos como “selenita de adopción (…) afincado en el mar de la tranquilidad”. En “El imbécil” cargan a modo de recitado contra los que emplean un aluvión de anglicismos para dárselas de muy profesionales. “Se me ocurrió —cuenta Joaquín— una vez que nos dieron una charla en el trabajo y el tipo dijo: ‘En la siguiente slide…’. Tío, eso es una diapositiva de toda la vida. A partir de ahí me empecé fijar y es horrible”. Este tema incluye un cameo de Emilio, que cuela guiños a Los Nikis en versos como: “Y seremos de nuevo un empire”.
En “No traiciones a tus fans” critican “justo lo que hemos hecho. Siempre me encantó la historia de Dover. Cuando sacaron Follow the city lights dieron un cambio total y los seguidores dijeron: ‘¡Traidores, qué nos habéis hecho…!’. Pero, tío, que tú eres el público, tú no mandas, si no te gusta, no vengas. Me encanta el fan ofendido”, dice Joaquín. Le sigue “Me disparó y me morí”, en la que cantan a dúo con Carlotta Cosials, de Hinds. “Me hace gracia la idea de hablar una vez que te has muerto”, explica el letrista. “Es muy típico del country cantar a dúo, y en España teníamos a Juanito Valderrama y Dolores Abril. Me gustan las canciones de pelea, tipo Pinpinella”, dice Mauro. “Tenemos otra, para el próximo disco, sobre una cita en Tinder en la que cada uno va diciendo lo que piensa, como: ‘Mira el pedorro este lo que está contando ahora”, avanza Joaquín. Nada es lo que parece en “El alcohol es Satán”, que no se refiere a comas etílicos sino al "diabólico" hidrogel.
Sin duda, una de las perlas del disco es “El acento cambiado”, en la que Joaquín denuncia la manía de muchos cantantes y grupos españoles de cambiar el acento de algunas palabras para que la letra encaje en la melodía. El texto evoca, a modo de ejemplo, el remoto uso de “idoló” para que rimase con “pudor” en el tema “Chicas de colegio”, de sus coetáneos Mamá.
“Llevo años y años tratando de evangelizar a los letristas”, dice. “Produje una canción de Airbag y antes de grabarla les dije: ‘Tenéis seis o siete acentos cambiados. A veces la misma palabra, cantando de otra manera, encaja sin cambiarle el acento y da gusto oírlo’. Al final me dijeron: ‘¿Sabes qué? Que no te vamos a hacer caso porque es una marca de identidad nuestra’. De verdad que yo dedico horas y horas para que los acentos sean correctos. Pero es una cosa generalizada, y no tiene más que inconvenientes. Fanta tienen una que dice: ‘Y el pisó poder pagar’, ¡en vez de ‘el piso’! A veces no entiendo una letra y no es porque esté medio sordo, sino porque había dos o tres acentos cambiados”.
“Todo a zen” se burla “del rollo ese oriental, eso de colocar la mesa así o asá; para uno que es de la meseta, es esnobismo”, mientras que “Yates y Lamborghinis” es “el spin off del boom de las punto.com, y como alguien de esos cae en desgracia y ya es un miserable porque ya no tiene avión privado”. Cierra la remesa “El último hombre”: “Es un tío que un día se levanta y de repente no hay nadie. Se han ido todos y dice: ‘Guay, tengo todo a mi disposición pero es un coñazo”.
Dos comandantes de avión, un ejecutivo de marketing (Mauro), hijos, algún nieto… ¿De dónde sacan tiempo Los Nikis de la Pradera para ensayar sus simpáticas tonadas? “La verdad es que surgen inconvenientes: tuvimos que parar porque uno fue abuelo, otro hubo de operarse de la próstata…”, revela Mauro. “Yo toco sentado, no te digo más. Si toco de pie me equivoco”, dice Joaquín. Las hijas de Mauro siguen la senda musical de la familia Canut. “Hice un grupo con una, y ahora a la de 16 mi hermano Nacho le ha obligado a hacer un dúo con una amiga”, comenta. “Aun así, opinan que tocar la guitarra es de pijos”. Rafa tiene un hijo DJ. Ana, la hija de Joaquín, no ha mostrado interés por los instrumentos. “Los Nikis nunca hemos sabido tocar, por lo que no tenemos cultura en casa”, justifica.
Afirman que en los locales donde quedan para tocar, ellos son los yogurines. “Los locales de ensayo hoy son como los bares de jugar al mus. Solo hay gente mayor”, dice Mauro. Y Joaquín apunta: “Para nosotros es un hobby. En vez de reservar una pista de tenis, reservamos un local de ensayo. Está garantizado que no vamos a ganar dinero con esto. No me cabe ninguna duda de que no nos vamos a comer un bollo. Es un grupo minoritario seguro. Por eso nos lo pasamos bien. La gente que tiene aspiraciones de triunfar lleva la música de una manera muy sufrida. La música mola cuando vives de otra cosa y es tu hobby”.