Carlos Ann, Bunbury y el disco más raro del siglo dedicado a Panero: “Bebíamos absenta y recitábamos sobre un taburete”

  • Se reedita en vinilo y ampliado el álbum que ambos, junto a José María Ponce y Bruno Galindo, grabaron con poemas de Leopoldo María Panero.

  • “Los músicos sentimos cierta fascinación por los temas tabúes, y Panero era el máster en hablar de asuntos incómodos”, dice Carlos Ann.

  • “Si saliera hoy, en la sociedad en que estamos, donde somos policías de los otros, probablemente sería un trabajo que estaría señalado”.

A finales de los noventa, la casa de Carlos Ann en Barcelona era Sodoma y Gomorra. Su amigo José María Ponce, director de películas pornográficas y del Festival Erótico de la Ciudad Condal, la utilizaba a menudo como set para sus producciones. “Durante años, fue el plató de José María. Allí se han rodado centenares, centenares de escenas”, recuerda el músico. Visitante habitual de aquella vivienda era también Enrique Bunbury. Por entonces, la absenta, licor cuya graduación oscila entre los 50º y los 80º grados, corría de vaso en vaso. “El culpable era yo”, dice Carlos. “En esa época yo maceraba absenta”. Elaboraba tres tipos, que luego distinguía por la etiqueta: “En una de ellas aparecía un vampiro, en otra un extraterrestre, y la tercera… no la recordamos”.

Carlos Ann y Bunbury podrían haberse conocido en 1997, cuando Björk presentó su disco Homogenic en Moviedisco, el club de música electrónica del que el primero era copropietario. “Enrique se puso en contacto con nosotros porque quería ver el show y, por supuesto, le facilitamos el acceso, pero una vez en la sala no coincidimos”.

Poco después se organizó un encuentro a través de Shuarma, de Elefantes, y Morti, de El Fantástico Hombre Bala, amigos comunes. Carlos Ann y Bunbury conectaron, y empezaron a compartir noches de fiesta que, en Barcelona, tenían como epicentro la vivienda de Carlos. “Terminábamos recitando poesía subidos a un taburete. El otro se quedaba sentado escuchando. La absenta es durísima. Me ha producido una de las peores resacas de mi vida: estuve un mes mal”.

De aquellas noches poético-etílicas salieron dos proyectos musicales, casi paralelos. Ambos se publicaron en 2004. El primero que conoció el público fue el grupo Bushido, con Carlos Ann, Bunbury, Shuarma y Morti. Pero antes incluso de que esa especie de superbanda grabase su disco, Carlos Ann ya había registrado con Bunbury su parte en uno de los álbumes más extraños y apasionantes que han visto la luz este siglo en España: Leopoldo María Panero. En él, sus artífices ponen música a (o solo recitan) poemas del iconoclasta poeta madrileño. En este caso completaron el cuarteto el cineasta José María Ponce (quien ha fallecido en marzo de 2024) y el periodista Bruno Galindo.

Entre unas cosas y otras, Carlos Ann y Bunbury pasaron cerca de un mes trabajando estrechamente, primero en casa de Carlos, donde el excantante de Héroes del Silencio grabó sus temas para el disco de tributo a Panero, y después en una masía de Tarragona para dar forma al álbum de Bushido. “Es una persona muy cercana y con mucho sentido del humor. Tiene un gracejo maño muy característico”, lo describe entre risas.

Una grabación sin normas

Para celebrar el vigésimo aniversario de Leopoldo María Panero, este trabajo, que nació de la admiración de sus creadores por el poeta maldito, se reedita ahora en vinilo. Es verdaderamente llamativo que un disco raro haya dejado tan honda huella en la música nacional, algo que sorprende incluso a Carlos Ann.

“Tampoco tenía una finalidad. Era más bien un ejercicio personal de quienes lo hicimos. Nos arropamos bajo el manto de la música más experimental. No había ningún tipo de norma. Quizá por haber sido un disco tan libre, veinte años después lo sigue siendo. Nunca estuvo de moda y, por tanto, no ha pasado de moda”, analiza.

A Carlos Ann, catalizador del proyecto, le subyugó la obra de Panero. “Aparte de su estilo poético único, me cautivó esa verdad sin tapujos, esas ganas de no gustar a nadie, ese arrebato controlado completamente poético, y su persona, todo lo que envolvía a Panero. Teníamos un Rimbaud viviente. Los músicos sentimos cierta fascinación por los temas tabúes, y Panero era el máster en hablar de asuntos incómodos. Queríamos formar parte del imaginario paneriano”.

La ausencia de líneas rojas en la poesía de Panero, no apta para personas con remilgos, hace que Carlos Ann dude de si el disco podría haber salido hoy. “Hay temas superincómodos”, dice. “Se habla de necrofilia, de incesto, de drogas, de asesinatos… En la sociedad en que estamos, donde somos policías de los otros y nos estamos controlando todo el tiempo, probablemente sería un trabajo que estaría señalado por algunas personas”.

Entre otros temas molestos, Panero escribió mucho sobre drogas. De hecho, en 1992 publicó el libro Heroína y otros poemas, cuya pieza principal se ha musicado en el disco. Aunque el propio poeta mantuvo una relación estrechísima con todo tipo de sustancias, Carlos Ann no cree que sean indispensables para crear.

“No, si sabes recurrir a otros canales”, sostiene. Aun así, concede: “Cada droga te deriva a un lugar concreto. Depende de lo que busques. Hay drogas que aportan una vibración más baja, como la cocaína, y otras más alta, como los hongos o el MDMA”.

Los integrantes del cuarteto llegaron a conocer a Panero, quien compareció como homenajeado en la presentación del disco aquel 2004. “Era una persona muy simpática y graciosa”, recuerda Carlos. “Creaba momentos incómodos que eran lúcidos. La gente dice: ‘Panero estaba loco’. No lo comparto. Si pusieran una cámara en mi casa sabrían lo que es la locura. Evidentemente, era una persona alejada de las normas establecidas; intentaba transgredirlas. Tenía la capacidad de robar el corazón de cada persona que entablaba con él una conversación. Era el Aníbal Lecter de la poesía”. Panero falleció en 2014 a los 65 años.

Un verso suelto del rock español

La etiqueta de “maldito” que de forma recurrente se ha usado para referirse a Panero también reviste la fama de Carlos Ann, músico oscuro, marginal, y de cuya faceta extraprofesional los aficionados conocen poquísimo. Ni siquiera su fecha de nacimiento está clara. “¿Cuántos años tienes?”, le interpelo. “¡Eso no se pregunta a una princesa!”, me suelta con una sonora carcajada (según varias fuentes, nació en 1967, aunque en el librodisco de Freak show, de 2005, el álbum en directo de Bunbury en el que colabora, figura, seguramente por error, que vino al mundo en 1961).

En cualquier caso, se encuentra cómodo en el traje del malditismo. “Actualmente, ese concepto suena a negatividad, pero en otras etapas sonaba como algo positivo, como un privilegio e incluso poético. Hoy la mayoría de la gente no quiere que se le asocie a términos negativos. A mí me parece bien: prefiero que me llamen maldito que no bendito”.

Tras formar parte de grupos como Danzando Confuso y Analogic Emotion, Carlos Ann debutó en solitario en 1999 con el disco Día especial. Desde entonces ha publicado dieciséis referencias, la última de las cuales es el EP 2052, presentado a finales de 2023. Aunque la electrónica domina su propuesta, su música es inclasificable. “No me gustaría trabajar con alguien que me dijera: ‘Esta canción no, esta letra te la van a censurar…’. Siempre he creído en la individualidad”, justifica.

El afán de no repetirse le lleva a estar muy atento a la actualidad musical, que devora con avidez. “Escucho poco del pasado”, reconoce. “Me interesa el presente, no solo musical, sino también literario. Pienso que lo mejor está por venir. Escucho mucha música electrónica. A veces practico el revisionismo: te levantas por la mañana y te apetece escuchar un disco antiguo muy concreto. Pero no me gusta quedarme estancado. Creer que lo pasado es mejor que lo presente me parece un pensamiento viejuno. Lo mejor esta por hacer y los libros mejores están por llegar”.

De las novedades, descarta el reggaetón. “Culturalmente lo veo totalmente ajeno a mí. Me puede llenar la cumbia, pero el reaggetón… Es que no lo veo ni erótico. Ni me llama, ni me excita y puedo prescindir de él”.

“Todos mis discos los he editado yo, desde los noventa. Decían que estaba loco por intentarlo”, explica. A pesar de que ese tenaz autogobierno implica estar continuamente en la cuerda floja, ha conseguido vivir siempre de la música (la experiencia del club Moviedisco fue breve: “Lo dejamos por salud. No era vida. O mejor dicho, se vivía demasiado”). Se describe como un hombre inquieto que ha generado sus oportunidades. “Soy una persona de barrio que ha debido buscarse la vida. No tengo detrás una fortuna familiar. Cada disco, que me pago yo, es una aventura”.

Apartado de cualquier movimiento musical que haya dado este país, no está seguro de qué lugar ocupa en el rock español. “La vida te coloca donde debes estar”, dice. “Cuando empecé en la música, mi sueño era lanzar discos. Y lo sigue siendo. Lo demás se escapa de mis brazos. Eso es lo que me da felicidad: poder componer y editar canciones. Y sobre todo poder tener independencia total. Si acaso, soy una persona que ha hecho lo que le ha dado la gana y que nunca ha tenido que dar explicaciones a nadie”.