Conseguir entradas para ver en directo a nuestros artistas de cabecera empieza a convertirse en una misión para audaces, casi imposible. Lo que hace años lográbamos sin grandes agobios, incluso esperando hasta el último día a sabiendas de que normalmente incluso quedarían tickets disponibles en taquilla, hoy se ha convertido en un verdadero quebradero de cabeza. Hasta el punto de que quien consigue comprar (a precio de caviar, claro) puede sentirse un verdadero privilegiado.
El diabólico procedimiento ya es recurrente: Anuncio del concierto a bombo y platillo solo unos pocos días antes de ponerse a la venta online. Precios desbocados que a veces solo se dan a conocer el día D. Colas virtuales mastodónticas a la hora H. Anuncio de 'sold out' minutos después y cara de pescado congelado en el melómano que termina con las manos vacías. Con el agravante de que casi inmediatamente esos tickets agotados ya están ofreciéndose en reventa mucho más caras. ¿Qué diantres está pasando?
El último ejemplo de este bucle infernal son los dos conciertos de Paul McCartney en el Wizink Center madrileño para el 9 y 10 de diciembre, cuando en visitas anteriores nunca hubo problemas para conseguir boleto, pero la lista es larga y solo este año incluye a Taylor Swift, Bruce Springsteen, Karol G o AC/DC. La decepción y el enfado cunde en miles de fans y aficionados que se quedan fuera de una fiesta a la que siempre habían estado invitados, pero lo cierto es que no hay una sola explicación para este fenómeno.
Para empezar, los conciertos multitudinarios viven tiempos de gloria. La música en directo fue la industria más afectada por la pandemia, pero también ha sido la que mejor se ha recuperado después. La fiebre por los eventos musicales no ha hecho sino multiplicarse en los últimos años. Y no se divisa su fin. La facturación por venta de entradas alcanzó un récord histórico en 2023 en España, alcanzando los 578,9 millones de euros y superando los ya impresionantes 459,2 de 2022, según datos de la Asociación de Promotores Musicales (APM).
Las grandes estrellas, conscientes de que donde se juegan los cuartos ya no es en la venta de discos sino en sus espectáculos en directo, cuidan más la producción, el montaje y la complejidad de sus giras, lo que hace que los costes sean mayores y que sus cachés suban. Todo eso hay que pagarlo y por eso las entradas hoy son bastante más caras no solo que hace 20 años, sino que hace cinco.
Hoy ya es muy raro poder ver a una gran figura internacional en pista por menos de 100 euros. Y eso sin contar los Golden VIP, Premium packs y ocurrencias similares cada vez más habituales. El público (quien puede permitírselo, claro) parece dispuesto a pasar por el aro -salvo raras excepciones como el pinchazo de Pearl Jam en Barcelona, con unos precios excesivos en comparación con los del Mad Cool madrileño donde también actúan los de Seattle-.
A los precios hay que sumarle los gastos de gestión que cobran las ticketeras como Ticketmaster, una comisión que se lleva el vendedor online en teoría para sufragar los costes de mantenimiento de su infraestructura, pero que en ocasiones eleva el precio original de la entrada a cifras de escándalo, pudiendo llegar a suponer un recargo de más de 40 euros. Robert Smith, de The Cure, ha sido de los pocos que ha clamado contra estos excesos, obligando a su ticketera a reducir estos costes bajo la amenaza de suspender su contrato.
Y también ha terminado llegando a España un nuevo factor importado de EEUU, los precios dinámicos. Ya hemos podido comprobarlo en eventos como el de McCartney: se trata de precios sujetos una variación en función de la demanda, de igual forma que sucede en aerolíneas, hoteles o Cabify, con la consecuencia de que el coste de una entrada puede llegar a multiplicarse por 10. Ya es normal encontrarse con asientos a 700 euros sin pasar por la reventa, aunque irónicamente las vendedoras de tickets justifiquen estas prácticas como herramientas para combatirla.
Los precios lo ponen más difícil, sí pero al final se impone el ansia por estar en uno de estos eventos que desde los promotores hasta los medios de comunicación nos venden como acontecimientos únicos e irrepetibles. Para los uppers muchas veces la oportunidad de ver alguien en directo por última vez -dada la avanzada edad de muchos de nuestros ídolos- es otro acicate más. Otros, menos apasionados, simplemente buscan su foto para posturear en Instagram y poder decir que estuvieron ahí.
Sin embargo, lo que más molesta a muchas personas que sí han asumido todos los peajes económicos que hay que pagar hoy por ver a su artista favorito es que esos tickets se agotan casi de inmediato, sin dar oportunidad de conseguirlos a millones de personas interesadas. La demanda es muy superior a la oferta, de modo que en cuestión de minutos no quedan entradas oficiales. El problema es que haciendo una simple búsqueda en Internet se pueden encontrar en el mercado secundario casi al momento, eso sí a precios ostensiblemente más elevados.
Aquí entran en escena los malignos 'bots', manejados por revendedores profesionales que pueden adquirir decenas de entradas de golpe y que luego las intentan colocar en otras webs a precios desorbitados. Así que cuando estés en una cola virtual con 100.000 personas delante de ti piensa que un buen porcentaje de ellas son en realidad 'bots' manejados por una sola que se están haciendo con cientos o miles de los tickets disponibles.
¿Es esto legal? Desde 'ABC' Álvaro Rincón y Carlota García lo explican muy bien: "Depende. Automatizar un proceso de compra no tiene por qué ser ilegal. El problema llega cuando las personas que andan detrás de estas estafas usan mecanismos que sí pueden incurrir en delito. Para maximizar su tasa de éxito suelen saturar los servidores y las páginas web ante lanzamientos de alta demanda. Y consiguen tumbar la web. Minutos después paran el ataque y lanzan sus 'bots' para posicionarse con éxito".
Según algunos expertos, este negocio de los 'bots' puede incluso estar respaldado por las compañías oficiales, ya que no es ningún secreto que estas empresas también participan de la reventa oficial, por lo que todos obtienen una parte del pastel. No olvidemos que las propias ticketeras a veces retienen entradas para promociones, radios o entidades bancarias. Y tampoco conviene infravalorar el efecto de muchos particulares que se meten en el proceso de compra de entradas, no con la intención de disfrutar del concierto, sino con la de hacer negocio en el mercado secundario.
La reventa de entradas no es ilegal siempre y cuando se haga a través de plataformas que cuenten con el consentimiento previo del promotor y mientras no se haga con finalidad especulativa, por ejemplo, cuando no puedas asistir por causas de fuerza mayor. Pero ¿es posible luchar contra la especulación abusiva? La normativa española no es nada clara al respecto. De hecho, habría que remontarse a un real decreto de 1982, un tiempo muy anterior a Internet, que prohíbe la reventa callejera de entradas. Puede que el espíritu de la norma se mantenga, pero la letra se ha quedado muy desfasada.
La situación puede mejorar con la aprobación este año de la Ley de Servicios Digitales, una normativa europea que se aplicará a plataformas como StubHub y Viagogo con la intención de crear un espacio digital más seguro en el que se protejan los derechos fundamentales de todos los usuarios de servicios digitales. La cuestión es si será suficiente para poder ir a ese gran concierto al que soñábamos ir o si al final nos saldrá más rentable quedarnos en casa escuchando los viejos CDs y volviendo a visionar los DVDs antiguos. Porque a este paso los grandes eventos eventos musicales se va a convertir (si no lo son ya) en un lujo asumible solo por las clases más pudientes.