Ni de lejos tan icónico como sus gafas redondas, sus guitarras o los pijamas que lucía en las performances por la paz que perpetró con Yoko Ono en un par de hoteles, el Patek Philippe 2499, reloj que colgó de la muñeca de John Lennon sus últimos días de vida, tiene una historia por lo menos tan curiosa, si no más. Comprado por Yoko Ono en Tiffany’s por 25.000 dólares de 1980 como regalo de cumpleaños al exbeatle —que aquel 9 de octubre llegó a los 40—, se trata de una joya de la cronometría fabricada en edición limitada (solo 349 unidades) que marcaba hasta las fases de la luna y disponía de calendario perpetuo, distinguiendo escrupulosamente los meses de treinta días de los de treinta y uno, así como los febreros de los años bisiestos. De esfera blanca, caja dorada y correa de cuero, en portales de segunda mano piden hoy, por ejemplares de ese modelo, entre uno y dos millones de dólares.
No era Lennon gran aficionado a los relojes. De hecho, la tarea de encontrar una foto suya luciendo uno en su muñeca en los vastos archivos de un reconocido banco de imágenes ha sido tan larga como infructuosa. Sí se sabe, en cambio, de su pasión por atesorar bienes valiosos.
En el edificio Dakota poseía cinco apartamentos; uno de ellos lo dedicaba exclusivamente a almacenar guitarras y equipo técnico relacionado con la música. Coleccionaba jukeboxes (gramolas que funcionaban con monedas) y arte egipcio, incluido un sarcófago. Seguramente su esposa, la artista japonesa Yoko Ono, con quien se había casado en 1969 en Gibraltar, conocía bien esa inclinación y optó por obsequiarle con tan exclusivo reloj en aquel aniversario, a la postre el último del músico.
Dos meses después de la recepción del presente, sucedió lo que todos sabemos y lamentamos: el 8 de diciembre Lennon fue asesinado a la puerta del edificio Dakota de Nueva York por un desgraciado llamado Mark David Chapman, que le pegó cuatro tiros por la espalda.
Semanas después de aquel aciago episodio, Yoko Ono realizó un exhaustivo inventario de los bienes de Lennon, de casi mil páginas, y guardó el Patek bajo llave en una habitación del apartamento. Allí custodió Ono el reloj y otros recuerdos de Lennon (alrededor de ochenta) un cuarto de siglo.
En 2006, un antiguo chófer, guardaespaldas y hombre de plena confianza de John Lennon y Yoko Ono, un turco llamado Koral Karsan, comenzó a extorsionar a la artista: le pedía dos millones de dólares a cambio de no publicar fotos y grabaciones comprometedoras, que decía poseer; y si no se los pagaba, amenazaba con matarla.
Ono, que si algo tiene es mente fría, lo que hizo fue denunciarlo; incluso medios españoles se hicieron eco de la detención en Nueva York de Karsan, que tenía entonces 50 años, y de la fianza de medio millón de dólares que le impuso la jueza Tanya Kennedy por “alto riesgo de fuga”. Finalmente, Karsan fue encontrado culpable y deportado a su Turquía natal. Pero antes de irse, metió el reloj y el resto de memorabilia de Lennon —que debía de llevar tiempo en su poder— en su maleta.
Se tiene constancia de que desde que Karsan llegó a Turquía, el reloj cambió varias veces de muñecas. En 2009, el antiguo chófer se lo ofreció a un amigo, también turco, pero residente en Berlín, a cambio de un préstamo para comprarse una casa. Este segundo hombre, que responde al nombre de Erhan, aceptó el trato y se llevó tan contento el Patek a su residencia de la capital alemana.
Cuatro años después, Erhan conoció a un ejecutivo que trabajaba para Auctionata, una plataforma de subastas on line fundada en 2012, cuyo novedoso modelo —las retransmitía en directo— empezaba a verse como una audaz alternativa a las clásicas casas Christie’s y Sotheby’s.
A Erhan se le cayó la baba contando la historia de “su” reloj. El ejecutivo, raudo y veloz, organizó una cena con el director de la sección de relojes de Auctionata, un tal Oliver Hoffmann, ante quien Erhan volvió a relatar las peripecias del Patek. Hablaba abiertamente, pues se consideraba dueño legítimo del tesoro. Y en principio no se mostraba muy interesado en deshacerse de él.
Pero hete aquí que al entonces director ejecutivo de Auctionata le pareció que subastar el reloj que había pertenecido a John Lennon reportaría a su firma sustanciosa publicidad. Así que movieron todos los hilos posibles para materializar la subasta. Lograron que el fabricante suizo expendiese un documento que refrendaba que no constaba como robado y pagaron un avión a Karsan para que fuera a Berlín a corroborar que el reloj era un regalo de Yoko Ono a John Lennon.
Todo estaba listo y perfectamente organizado para que el Patek de Lennon saliese a subasta en Auctionata, pero en el último momento Erhan se echó atrás. Corría 2014. Hoffmann, que no deseaba abortar el negocio, ideó llevar a cabo una venta privada, según la cual, a través de Auctionata, que ejercería de intermediaria, se realizaría la transacción del Patek de Erhan a un coleccionista anónimo de relojes raros. Dado que la pieza de Lennon se tasó entonces en 600.000 dólares, para hacerse con ella este hombre entregó a la empresa de subastas varios modelos Patek y Rolex de su propia colección.
A partir de aquí la trama se precipita. En vez de quedarse con el reloj de Lennon, como habría sido de esperar (presumía de tener en su colección otros relojes de famosos como Eric Clapton), el comprador anónimo, tentado de hacer fortuna con él, se puso en contacto con un delegado de Christie’s en Ginebra. El empleado se olió algo raro, llamó al abogado de Yoko Ono en Nueva York y este telefoneó a su clienta, que corrió a la habitación cerrada donde creía que seguía el dichoso reloj y descubrió que no estaba… desde Dios sabía cuándo.
El kilométrico periplo del cronógrafo, que viajó de Nueva York a Turquía, de Turquía a Berlín y de Berlín a Ginebra, salió a la luz en septiembre de 2023 gracias a una reportera francesa llamada Coline Emmel, que trabaja para la web suiza Gotham City. Basándose en unos papeles que cayeron en sus manos por esas fechas, desbrozó y publicó lo que ocurrió después de que Yoko Ono tuviera constancia de la desaparición.
Y lo que ocurrió fue que, naturalmente, la artista japonesa (que el pasado febrero cumplió 91 años) inició un proceso judicial en Suiza para conseguir que se le reconociera la propiedad del reloj y este volviera a su oscura habitación. Aunque el juez le dio la razón en primera instancia, el coleccionista anónimo recurrió. El testimonio del exchófer Karsan no ha podido inclinar la balanza de un lado u otro, pues se halla en paradero desconocido. El desenlace habría sido peliagudo si la casa de subastas digital Auctionata no se hubiera metido por medio: demandó a Ehram, que fue condenado por posesión de bienes ilegítimos. Y, claro, esto demuestra que la pieza fue robada.
Auctionata cesó su actividad en 2017. Se calcula que en la actualidad por el reloj de Lennon podrían pagarse hasta 40 millones de dólares. El caso está pendiente de la sentencia en firme (se supone que a favor de Ono) del Tribunal Supremo de Suiza; mientras tanto, el reloj aún es propiedad del coleccionista anónimo (aunque está depositado en una caja de seguridad en Ginebra).
Tras la singular odisea del Patek hay una subtrama, más interesante, quizá, para aquellos ajenos al mundo de los relojes de lujo pero interesados en la figura de John Lennon: ¿por qué demonios Yoko Ono regaló un reloj de ese valor a su marido, que coleccionaba cosas pero no usaba reloj?
Jay Fielden, periodista de The New Yorker que ha seguido la pista del Patek, halló que en verano de 1980, mientras Lennon se retiró a Bermudas a componer Double fantasy (su último disco en vida, publicado tres semanas antes de su asesinato), Yoko Ono habría pasado ratos más que agradables en Nueva York con el apuesto marchante de arte Sam Green, amigo íntimo de la pareja (en 1979 Lennon le había regalado un piano Baldwin).
Parece que cuando Lennon regresó de las Bermudas, él y su esposa retomaron su relación como si de un nuevo comienzo se tratase. Eso explicaría que Yoko Ono decidiera grabar en el Patek Philippe 2499 una inscripción que, por más vueltas que dé, hace de este reloj una pieza única y perfectamente reconocible: “(Just like) starting over. Love Yoko. 10/9/1980. NYC”. O lo que es lo mismo: “Justo como comenzar de nuevo. Con amor, Yoko”. “(Just like) starting over” era precisamente la canción que abría Double fantasy.