Nos contaba Alejo Stivel antes del último baile de Tequila que, si tuviera que quedarse con una de "tantas cosas que han pasado" durante la trayectoria musical del grupo, sin duda elegiría "el contacto con el público en los conciertos". Vibrar, sentir, saltar, cantar, beber, gritar, conectar; es esa la esencia de las actuaciones en vivo, o al menos lo era antes de la pandemia. Después de dos años con pocas actuaciones y fuertes medidas de seguridad, Tequila se despidió a lo grande de los escenarios y su público, en un concierto frenético que devolvió la ilusión y las ganas de desmadre colectivo a las miles de personas que se dieron cita en el WiZink Center de Madrid.
En la hora previa al concierto, sosiego, calentamiento de motores en los bares aledaños y algún impaciente extremadamente puntual. También historias y personajes curiosos. En la puerta del recinto, escorados hacia la taquilla, Aurelio y José, dos amigos de 60 años, preguntan al cronista si necesita entrada. Son los últimos hombres en pie; en origen, iban a venir seis personas al concierto, pero cuatro miembros de la cuadrilla desertaron antes. Una de ellas, la ya expareja de Aurelio. "Pondremos una rosa en su asiento", comenta con media sonrisa y ojos aciagos mientras busca compradores rezagados.
El concierto comienza puntual y contundente. En las primeras filas, jóvenes, mayores, padres e hijos y parejas demuestran que Tequila no es tan solo un banda de finales de los 70 y principios de los 80, sino todo un fenómeno intergeneracional. ‘Plaza de pueblo’, ‘Mira esa chica’ y ‘Matrícula de honor’ para abrir el apetito de un respetable que anhelaba los abrazos y la música en directo sin restricciones -salvo la mascarilla-. El ambiente ya está prendido. “Nos mantenemos de pie. Se hizo larga la espera, pero todo llega”, clama Stivel ante un público que ya es suyo, ataviado con una ‘chupa’ de cuero, pantalones de rayas blancas y negras verticales y sombrero.
Diez minutos después del inicio de la fiesta, cuesta entender cómo una banda demostradamente atemporal, con legiones de fanáticos en el mundo hispano, decide colgar las guitarras. Se lo preguntamos a Alejo Stivel antes del concierto: ¿por qué dice adiós Tequila? “Porque todo cumple su ciclo y es bueno aceptarlo”, responde escueto a Uppers Por si quedan dudas, también aclara que sí, que esta vez es de verdad, que el fin de los escenarios es también el fin de Tequila.
La actuación avanza seguida. Stivel no da pie a discursos emotivos ni de despedida. No es su estilo; no han venido para hablar, vienen para quemar el WiZink Center con su rock desenfadado y eficaz. En el primer tercio del concierto, Ariel se equivoca y comienza a tocar ‘Ser normal’ antes que ‘La brújula’, un detalle solo perceptible para la prensa, que conoce el setlist. “Perdóname Alejo, estoy confundido”, le dice el exlíder de Los Rodríguez al acabar la canción, sin que nadie entienda nada. “La confusión es buena, le da espontaneidad”, responde con naturalidad Stivel. Perros viejos.
El público goza de un repertorio disfrutable y bailongo, hecho a medida para el fanático del grupo. ‘Quiero besarte’ termina con un homenaje a ‘Oye cómo va’, la mítica canción de Tito Puente. Todos disfrutan de esa “locura hermosa” que fue Tequila, en palabras Ariel Rot durante el concierto. El éxito del grupo, heredero del rockero argentino Moris, tiene algo que ver con la mística. “La suerte fue generosa con nosotros”, resume el guitarrista y colíder de la banda.
Pasan las canciones y sube la intensidad. Alejo define su relación con Ariel. "Nos conocimos cuando teníamos 10 años y pasamos mil y una juntos. Vinimos a España a vivir, armamos esta banda y tuvimos el milagro de que nos llamaron para grabar un disco y gustó. Empezó algo, se acabó, nos peleamos, nos reconciliamos... Es lo que pasa con los hermanos. Después de mil años, vamos a seguir siendo amigos para siempre".
De repente, sorpresa doble: suena ‘Mucho mejor’, de Los Rodríguez, en un homenaje a Rot, y entra en escena Dani Martín, que canta a dúo con Stivel. Se queda con ellos, encarando la recta final del concierto. En el entretiempo de las canciones, Alejo cuenta cómo surgió su amistad con Martín. “Lo conocí cuando tenía 13 años, mi madre era profesora suya de teatro. Él venía a mi casa mucho antes de su primera maqueta y comía dulce de leche. Esta canción habla, perdón por la cursilería, de ese niño que todos llevamos dentro y se va difuminando, que se pierde y no encontramos más”. Suena ‘Que el tiempo no te cambie’.
El tiempo no les ha cambiado, de eso no hay duda. Pero sí se les acaba. Tres canciones más -’Dime que me quieres’, ‘Me vuelvo loco’ y ‘Trago’-, junto con el evidente amago de ‘hasta siempre Madrid’, son el preludio de la gran fiesta final. ‘Salta’ cierra la memorable actuación, fomentando una catarsis colectiva que lleva a las miles de personas a hacer temblar el recinto. Es el final, el de verdad, de un grupo que marcó a toda una generación deseosa de vivir su juventud en libertad.