La pandemia ha supuesto el empujón definitivo para una industria del entretenimiento que en los últimos años ha hecho caja exprimiendo la nostalgia. "Esta nos da energía para lidiar con lo que está pasando y avanzar", explicaba a The New York Times la psicóloga y filósofa Wing Yee Cheung, que investiga sobre nostalgia desde la Universidad de Winchester (Inglaterra). De ahí que las plataformas de streaming hayan visto el filón en los últimos meses adquiriendo derechos y lanzando reboots de series míticas de los 80 y 90 como Aquellos maravillosos años o Dawson Crece. Y que, cuando se cumple un año de los últimos bailes en salas de conciertos, acudir a espectáculos sentados, con mascarillas e interpretados por artistas muertos que aparecen sobre el escenario en formato holograma no sea para algunos más que una anécdota en un presente que parece insuperablemente distópico.
Roy Orbison y Buddy Holly 'en concierto' en Gran Teatro Bankia Príncipe Pío de Madrid durante este mes de febrero. O María Callas en el mismo lugar hace justo un año, prueban que las giras de hologramas son una apuesta llegada para quedarse al negocio del entretenimiento. Lo que empezó con una aparición puntual del fallecido rapero Tupac en el festival Coachella de 2012 junto a los Dr. Dre y Snoop Dogg de carne y hueso, desencadenó el nacimiento de un formato con el que ya se han recuperado -y capitalizado- la 'aparición' de Michael Jackson en los Billboards y las giras de Whitney Houston o Frank Zappa.
El boom es tal y la tecnología tan aparentemente convincente que permitirse el lujo de resucitar a un ser querido, como hiciera hace escasos meses Kanye West con su ex suegro Robert Kardashian (el abogado de OJ Simpson fallecido en 2003) para sorprender a la influencer Kim Kardashian por su cumpleaños, es también en 2021 una demostración de privilegios.
¿Cuánto cuesta acudir como público a estos espectáculos que recuperan al ídolo fallecido acompañado de una banda en directo? En España, las entradas oscilan entre los 15 y 25 euros por persona en diferentes plataformas, aunque muchas de ellas ofrecen en la actualidad descuentos y se pueden adquirir por unos 10. En el caso de Orbison y Holly, como el de Callas, que han llegado a nuestro país, la empresa encargada del desarrollo y explotación de ambos es BASE Hologram. En un extenso reportaje del periodista Mark Binelli para The New York Times (Los viejos artistas nunca mueren, se convierten en hologramas), publicado en enero de 2020, le pone cifras: "La gira en solitario de Orbison recaudó casi 1,7 millones de dólares en 16 shows, vendiendo el 71% de los asientos disponibles".
Un filón explotable en el futuro. "Mira quienes se han ido solo en los últimos años: Bowie, Prince, Petty. Y mira quienes siguen pero quizás no estarán aquí en los próximos 10 años, probablemente, al menos no de gira: los Stones, los Who, los Eagles, Aerosmith, Billy Joel, Elton John, McCartney, Springsteen", contaba a Binelli el promotor de conciertos Peter Shapiro vaticinando su éxito. "Esa es la base no solo del rock clásico, sino también del negocio de las giras de música en vivo". En cálculos de Pollstar, medio especializado en esta industria, "aproximadamente la mitad de las 20 giras norteamericanas más taquilleras de 2019 fueron encabezadas por artistas que tenían mínimo 60 años; Elton John, los Rolling Stones y Bob Seger lideraron el top 3.
Como en el caso del deepfake, con el que recientemente la cervecera Cruzcampo 'resucitó' a Lola Flores para un spot publicitario con el beneplácito de sus hijas, la tecnología que se usa para desarrollar los hologramas usa a un doble que estudia e imita los movimientos del personaje en cuestión y sobre el que se superponen capas de edición basadas en imágenes reales. "No cambiéis ni una coma, a mi madre le habría encantado tal cual", dijo Rosario Flores a los creativos que recrearon a su madre. Pero el consenso sobre la explotación de la imagen de la persona difunta por parte de los herederos de sus derechos y la certeza de que esa persona estaría de acuerdo no siempre es tan clara.
Un ejemplo de lo controvertido de la técnica lo deja la polémica 'gira' de Amy Winehouse, orquestada por su padre, Mitch Winehouse, también con la empresa BASE Hologram, con quien firmara en 2018 un acuerdo para un tour de tres años. En el documental Amy (2015), de Asif Kapadia, se palpa la idea que la reaparición del padre en la vida de la artista conforme esta iba adquiriendo éxito y fama tenía más que ver con lo económico que lo sentimental -él, como ella cantara en Rehab, fue además quien le aconsejó no acudir a un centro de rehabilitación por su adicción a las drogas y alcohol-. Y aunque los fines económicos de la gira estarían supuestamente destinados a la Fundación Amy Winehouse para ayudar a jóvenes adictos a las drogas que Mitch gestiona, que la artista quede inmortalizada cantando en bucle los temas del álbum Back to Black -que explícitamente reconoció no querer seguir cantando en vida por el dolor que le causaba- no parece algo que Amy desearía.
La segunda parte del debate bien podría ser qué nombre darle a estos espectáculos. ¿Pueden llamarse conciertos si su principal protagonista no está vivo ni mucho menos cantando en directo? ¿Son arte o perversión? El periodista musical Fernando Navarro reflexionaba sobre esto en El País tras acudir al espectáculo de Orbison en Madrid: "El arte es esa empresa que, por absurdo, disparatado, novedoso o extraño que sea, explica el misterio de la realidad desde la experiencia. No la reproduce. La desentraña". Pero luego entra en juego el componente emocional. Como reconoce en el reportaje mencionado anteriormente Ahmet Kappa, el hijo de Frank Kappa que perdió a su padre con 15 años, recuperar su presencia sobre el escenario aunque sea en formato holograma no deja de ser "una forma muy infantil de lidiar con la pérdida". Pero esa parece ser precisamente la mecha que enciende el negocio.