El omnipresente coronavirus los obligó a aplazar dos veces su gira de despedida, la cual produce entre sus seguidores tanta tristeza como avidez. Pero a principios del pasado noviembre anunciaron en su web que, si los dioses así lo quieren, arrancará, por fin, el próximo mayo. El escritor y periodista Javier Menéndez Flores, su biógrafo, repasa en este artículo algunos sucesos trascendentales de su carrera y analiza aquellos rasgos que explican la grandeza de esta banda y por qué han batido el récord español de más entradas vendidas en un solo día.
Los ocho primeros años de vida de Extremoduro fueron un continuo caminar por un alambre incandescente. Las trifulcas con los sellos discográficos, las penurias económicas, los excesos estupefacientes, el desprecio de los medios y los recambios de músicos, que entraban y salían de la formación como si aquello en vez de un grupo de música fuera una banda de atracadores, ejemplifican hasta qué punto cuando un hombre cree en su proyecto artístico y aguanta, puede obrar el milagro. Ese hombre, el placentino Roberto Iniesta, Robe, vivió en su magro pellejo tifones y siniestros totales y lo tuvo casi todo en contra, pero logró soportar aquella sucesión de calamidades gracias a una obstinación alimentada por la seguridad en el propio talento.
También hay que decir que jamás lo habría conseguido sin la ayuda de un músico sobresaliente y con las ideas cristalinas, el bilbaíno Iñaki 'Uoho' Antón, proveniente de Platero y Tú, a quien Robe le pidió que acudiera en su auxilio porque si lo que tenía entre manos no cuajaba se volvía de cabeza "a la chapa" (antes era chapista, como 'Jesucristo García'). De aquella feliz unión nació el disco que los llevó a conquistar los cielos, el inmarcesible 'Agila' (1996). Desde entonces, Extremoduro se 'civilizó', vivió una larga etapa de paz y engendró algunos de los mejores discos que se han grabado en España, en cualquier género, en el presente siglo. Obras maestras incontestables como 'Yo, minoría absoluta' y 'La ley innata', que sobrevivirán al grupo cuando ya no esté.
Fue a partir del citado 'Agila' cuando los medios de comunicación generalistas, que hasta ese momento los habían ninguneado al considerarlos un hatajo de trogloditas, desplegaron ante ellos sus seductoras alfombras rojas. Pero pincharon en metal del bueno, porque Robe e Iñaki decidieron 'devolvérsela' y durante una década se negaron a conceder entrevistas. Ese silencio, en vez de perjudicarles, agrandó su leyenda y puso de manifiesto que, cuando has logrado conquistar el corazón de la gente, el apoyo del cuarto poder no era determinante.
En una conversación que mantuve con ellos, observé que esa actitud esquiva, que contra todo pronóstico contribuyó a acuñar el mito, sólo podía interpretarse como un castigo o una venganza por haber sido ignorados a conciencia durante años. Iñaki respondió: "Es cierto en parte. Aunque no lo interpretaría como un castigo ni una venganza. Si habíamos conseguido llenar pabellones en Madrid sin que saliera una sola reseña en el periódico, pensamos que ya no necesitábamos a los medios. Después de no habernos hecho ni puto caso, de tomarnos por un subgrupo, por una panda de desharrapados, sólo por el hecho de haber tenido cierto éxito en el 95 empezaban a llamar a nuestra puerta. Pero ahí ya no nos hacía falta. Nos hizo falta antes".
Robe apuntó a su vez razones de carácter 'filosófico': "Siempre ha sido el hacer un poco lo que nos ha dado la gana, pero no en plan rencor ni nada de eso. Lo que pasa es que llega un momento en el que te vas haciendo mayor y, aunque a lo mejor no sabes aún lo que quieres, sí sabes lo que no quieres. Las obligaciones no nos gustan, igual que las entrevistas. Pero tampoco quiero ser intransigente del todo. Tener una mente abierta y estar un poco abierto a todo, pero manteniendo ese grado de intransigencia, porque es la única manera de pensar por ti mismo".
Pero ese éxito extraordinario para un grupo que vivía de espaldas a los medios no surgió de manera espontánea, porque sí, sino que tenía una explicación tan etérea como fácil de entender: la magia de sus canciones, capaces de provocar en cualquier oyente con sensibilidad una montaña rusa de sensaciones.
Desde su nacimiento, Extremoduro –léase "extremo duro", lo que da una idea precisa de su índole procaz y juguetona– fusionó rock con mil caballos de potencia con una muy particular lectura de la canción de autor. O lo que es lo mismo, el "rock transgresivo", así bautizado por Robe, es en realidad un cóctel de poesía y nitroglicerina. Esto es, una lírica emocionante, de gran calibre ("Tu cintura, qué hermosura, / todo el día me paso en ella. / Tu cabeza, qué tristeza, / ¿cómo quieres que sepa dónde está?"), mezclada con un lenguaje directo como un disparo a quemarropa y muchas veces soez ("Hizo el mundo en siete días, / Extramaydura el octavo / a ver qué coños salía / y ese día no había jiñado. / Cagó Dios en Cáceres y en Badajoz").
Son numerosas las canciones en las que esa ferocidad poética asoma, pero en algunas de ellas es especialmente notoria. Es el caso de 'A fuego' y –ay– 'Hoy te la meto hasta las orejas'. En la primera escuchamos: "Y bajé al infierno a ver dónde se cuecen tus besos / cansado de buscar un trocito de cielo / lleno de pelos. / […] Y harto de buscarte siempre a oscuras / y de volverme en puro hielo, / tiré toda mi vida a la basura / y ni las ratas se la comieron. / […] Y llega en tu braguita el amor de visita, / y en mis pantalones, entre los cojones, / voy a tatuarme, azul, una casita / para que allí vivan nuestros corazones". Y en la segunda: "¡Hoy te la meto de todas todas! / ('¿Por qué anda sola esta amapola?'). / ¡Hoy te la meto de mil maneras! / Y ya anda con la lengua fuera. / ¡Hoy te la meto hasta las orejas / solito con mover las cejas! / ¡Hoy te la meto hasta el mismo corazón / sólo con que digas calor! / ¡Calor!".
En sus inicios, Robe definió sus composiciones como "de amor y de guerra", una manera inusual y fascinante de referirse a la propia obra. Y como puede observarse, las convenciones sociales y la barrera de eso que conocemos como "buen gusto", él, que es un salvaje ilustrado, se las lleva por delante con el lanzallamas de su literatura. De ahí que el autodenominado rock transgresivo venga a ser como aliñar una ensalada con lava y salir airoso.
Es cierto que en los últimos trabajos de Extremoduro –'Material defectuoso', 'Para todos los públicos'– el lirismo innato de Robe se desboca y los machetazos verbales se atenúan, puesto que de su garganta brotan más flores que napalm, pero no hay uno solo de sus discos que no contenga píldoras transgresivas.
Cuando le pregunté de dónde le viene esa infrecuente tendencia a lo 'obsceno', que él ha convertido en armazón de estilo y huella de identidad, me dijo: "Creo que hay que usar el lenguaje de una manera óptima. Se pueden decir las cosas de muchas formas. En el lenguaje y en la comunicación, la primera ley es que el interlocutor te entienda. ¿Por qué no voy a utilizar una palabra malsonante? ¿Que no sirven para nada? Mentira. Sirven para ver la intensidad y el sentimiento. El lenguaje hay que optimizarlo y exprimirlo al máximo. No es lo mismo 'tu pelo' que 'tus pelos'. 'Tus pelos' son los del coño, y 'tu pelo', tu cabello hermoso al viento. Si quieres explicar algo de verdad, intensamente, tienes que usar todas las palabras que te lo permitan".
Otro elemento diferenciador respecto a la mayor parte de los grupos de rock y pop nacionales es que muchas de sus letras encierran significados que nada tienen que ver con lo que el oyente percibe. Son textos que se dan a múltiples interpretaciones, a diversas lecturas. No pocos se preguntan qué contiene 'Jesuscristo García' más allá de lo evidente y de sus gotas autobiográficas, o qué se esconde bajo 'La vereda de la puerta de atrás' –su canción más aclamada según varias encuestas– o 'So payaso', pero Robe, avaro en exceso de sus demonios interiores, se niega a pronunciarse y deja que la imaginación de la gente vuele como vuela la música.
Sirva como ejemplo una de sus composiciones más bellas y conocidas, 'Golfa'. Bajo la apariencia de una visitante inesperada, y con el enamoramiento, la droga y el sexo como eficacísimos señuelos, palpita el más preciado botín para un creador: la esquiva inspiración. Ese tema contiene los dos principales atributos que sustentan la filosofía compositiva de Robe: el anhelo de inspiración y amor, y el hondo dolor que su ausencia provoca.
En las conversaciones que mantuvimos mientras armaba la biografía 'Extremoduro. De profundis', Robe reconoció su imposibilidad para descifrar públicamente aquello que escribe para ser cantado: "Las letras son algo muy personal y es muy difícil explicarlas. Yo no podría. Algunas cosas concretas sí, pero como me dice Iñaki cuando se las explico: '¡Eso no lo entiende nadie, tío! Yo, porque me lo acabas de explicar, pero casi ni así. ¿Cómo quieres que la gente lo entienda?'. Y yo le digo que me da igual que lo entiendan o no. Que si entienden otra cosa, a lo mejor es más bonita que lo que yo estoy queriendo decir. Para mí, sería imposible hacer lo que tú has hecho. Imposible. Hacer ese análisis. Y me gusta también que hayas hablado de las canciones porque, últimamente, lo nuestro parecía 'el extraño éxito de Extremoduro'. Cojones. ¿Extraño? ¿Incomprensible? ¿Por qué? ¿Por qué no salimos en los medios, en la tele? Vamos a ver. Si llevamos un montón de años haciendo música y es buena, ¿por qué es 'extraño' e 'inexplicable' ese éxito?".
Cuando en diciembre del año pasado anunciaron en su página web que habían llegado al final del camino, que se separaban, en las redes sociales atronó un lamento unánime. Bien es verdad que su último disco de estudio, 'Para todos los públicos', data de 2013 y que la gira española que lo defendió concluyó en noviembre de 2014.
También, que a partir de ahí Robe inició una carrera en solitario que de momento ha dado dos monumentales discos de creación y uno en directo, y que Iñaki reactivó el grupo Inconscientes y alumbró a su vez un par de discos de estudio que recuperan los mejores atributos del rock clásico (una gota de esperanza en nuestra geografía eminentemente pop).
Pero ambos, si bien señalaron que el grupo necesitaba hibernar por un tiempo, aseguraron que volverían. Por eso, la noticia del adiós definitivo, refrendada un par de días más tarde en una rueda de prensa, cayó igual que un misil entre las varias generaciones de españoles que han crecido con su lírico rugido de fondo.
Y si aún quedaban algunos despistados que dudaban de su extraordinario tirón, el día que pusieron las entradas a la venta tuvieron que rendirse a los hechos: en 24 horas habían despachado 200.000. Brutal. Eso supone el récord español de venta de entradas en un día, tanto de un artista nacional como internacional. Al especial atractivo que esa gira tiene, la de ser la última, su canto del cisne (o del buitre, por situarnos en la atmósfera del grupo), se une el hecho de que sus conciertos carecen de anticlímax. Son como una buena novela de suspense o una de esas películas de acción que regalan dinamita de principio a fin. El que va a verlos, sabe que durante esas dos horas y media olvidará todas sus cuitas y será feliz.
La poderosa presencia de Robe y la energía única de Iñaki, que es el guitarrista más explosivo y espectacular que puede verse en nuestro país sobre un escenario, lo explican bien. Pero, insisto, su mayor atractivo son sus canciones, enormes, con sus emocionantes desarrollos musicales y esas letras que el público se sabe de memoria y corea al unísono como en una suerte de misa pagana.
Y luego está su pureza. Su índole insobornable. En un cuestionario previo a la gira 'Robando perchas del hotel' (2012), en el que Extremoduro se prestó a aclarar algunas de las dudas de sus seguidores, se detallaba una escueta pero poderosa relación de aquellas actividades que consideraban necesarias para llevar una vida plena, y que podría entenderse como su ideal 'modus vivendi': "Es vital, para disfrutar de la vida, aprender a reconocer el valor de las cosas inútiles, como por ejemplo: la poesía, subir a una montaña, afilar un palo con una navaja, el voto inútil, echar pan a los gorriones o hacer canciones para la paz".
Esa vocación ecologista, contemplativa y pacifista está muy presente en la rutina diaria de Iñaki y Robe, quienes aguardan la llegada de los que serán sus últimos conciertos juntos en la estricta intimidad de sus respectivas vidas familiares.
El primero reside en la provincia de Vizcaya y el segundo a caballo entre el País Vasco y su Extremadura natal, tierra de conquistadores cuyos dirigentes políticos, tras años de desencuentros con el indómito artista, terminaron reconociendo su grandeza con la medalla de esa comunidad.
Ambos viven en entornos rurales y llevan existencias discretas y saludables, nada que ver con aquellos furiosos días de juventud que forjaron su leyenda de 'destroyers'. Y hasta que arranquen los ensayos de la gira aprovechan para tratar de componer, aunque ya por separado. Lo hacen sin relojes ni calendarios y con el perfeccionismo que los caracteriza. En eso han sido también un ejemplo, pues desde que el éxito entró en sus vidas son ellos los que marcan los tiempos y no toleran la menor intromisión externa.
Muchos son los colegas de renombre que los siguen citando como maestros y referentes absolutos, y a pesar de que siempre se han mostrado agradecidos con esas muestras de reconocimiento y cariño, procuran mantener la cabeza fría para evitar que los halagos, tan placenteros como peligrosos, les hagan rebajar su nivel de exigencia y su capacidad de autocrítica.
Y es que pese a su creciente legión de imitadores, ni la música de Extremoduro, que tal y como la conocemos jamás habría sido posible sin la precisión y la 'finneza' de Iñaki, ni su esencia épica, con Robe como bravo mascarón de proa, tienen parangón. Nadie en nuestro país alberga un mundo creativo semejante. Nadie crea, en suma, en esas coordenadas artísticas, y eso lo ha convertido en un grupo de una modernidad permanente, de ahí que su separación sea un motivo para la tristeza.
Pero aún no. Disfrutemos antes de los conciertos de su gira y de un más que probable disco en directo que la inmortalice. Siempre y cuando, claro, la vacuna chute y el maldito bicho afloje de una vez la presión que ejerce sobre nuestras cabezas. Ojalá que así sea.