Son las 11.30 de la mañana en un hotel de lujo de Madrid. Nos cuesta encontrar un espacio idóneo para poder grabar el vídeo de la entrevista. No puede fallar ni el sonido ni la imagen. Al final, Santi Balmes (1970) se sienta en un taburete y de espaldas a él, se levanta una especie de bunker que parece no tener fin. Está mirando el móvil. Enseña a todo el equipo un vídeo de un canal británico en el que aparece el primer hombre "transespecie", que asegura vivir como un perro. "En esto estamos", le comenta un compañero. Y él confirma - medio en serio, medio en broma - que bien podría escribir una canción sobre este asunto.
En realidad, el hombre al frente de Love of Lesbian nos está tanteando para saber hasta dónde puede llegar. Lo descubrimos más tarde, cuando termina la entrevista. En eso de medir la temperatura a la gente se parece a David (en adelante Deibid) Weirdo, el protagonista de su último libro, 'Bajaré de la luna en tirolina' (Planeta, 2021). Deibid es un adolescente de doce años un tanto peculiar, cuyos padres se están divorciando y que, para colmo, se acaba de enamorar por primera vez. En cada capítulo de la novela suena un tema de R.E.M o de Queen o de los Stones Roses. Hablamos de eso, de sus hijas adolescentes, del trap, del acto de la destrucción y de lo que supone llevar vivo medio siglo.
gamerinfluencerHay mucho de Santi Balmes. Y también hay una voluntad por sacarle de contexto del siglo XXI y que se convierta en un nerd. Conoce las redes sociales, pero no está muy puesto. Su particular red social es su imaginación. La influencia de su hermano mayor y las circunstancias que atraviesa hace que nos centremos más en la vida de los problemas reales. Lo he hecho plenamente consciente.
Creo que siempre debes tener un pie en el asfalto (en la vida real) y otro flotante. El equilibrio ideal cuesta muchísimo porque a veces la vida te pone en su lugar varias veces. Otro tema es la espontaneidad, que es algo que vamos perdiendo con el tiempo. Quizás, escribir la historia de Deibid Weirdo me ha servido para recuperarla. Durante el confinamiento, que es cuando se escribió, la tenía estancada dentro de mí. Ha sido como recuperar a ese chaval sin filtros que a veces fui.
Creo que tiene que ser un entreno. Tienes que proponerte como unas cinco veces al día romperle los esquemas de la gente. Pero esto yo creo que se lleva o no se lleva. Mis hijas lo acostumbran a hacer - no sé si lo han aprendido en casa o no -. A mí me gusta entrar en ese juego, tomarle la temperatura a las personas como hace Deibid y comprobar cuáles son los límites.
Mucho. Observarlas ya es un privilegio. Es un espectáculo ver a seres humanos creciendo a tu lado. Dejé a Laura, la mayor, leer un poco la historia. La abandoné por un tiempo para seguir trabajando en el disco. Y ella venía y me decía: papá, ¿vas a seguir escribiendo eso tan gracioso? Entonces, pensé: si a una adolescente le ha hecho gracia, quizás no iba tan mal encaminado. Casi, casi te diría que fue por encargo de ella.
Intentan, en la medida de lo posible, no decirlo nunca. No es que se avergüencen; no son las hijas de un asesino. Pero sí les da rabia que la percepción que tengan de ellas cambie porque su padre es un músico conocido. Al final se acaban enterando, pero ellas hacen todo lo posible por ocultarlo durante unos meses. De esa manera, la gente ya tiene una idea preconfigurada de ellas tal y como son.
El trap al final acabará fusionándose con el pop, que no deja de ser la autopista central de todo. Todos los estilos surgidos en las últimas décadas han acabado, en el segundo o tercer disco de esa banda que lo rompía con un estilo muy particular, 'popizándose'. Me parece fantástico el trap; es una música muy estimulante. Instrumentalmente, me gustan mucho los ambientes que se crean, la parte más hipnótica, más loop. Es algo que he ido descubriendo a través de mis hijas. Es cierto que hay cierta parte de música que condiciona la mentalidad de cada generación; lo que me falta por averiguar es cómo está condicionado mentalmente el trap a las personas que lo escuchan. Ya no digo el reguetón porque prefiero no hablar de él.
Yo creo que sí. No podemos juzgar objetivamente las bandas que nos impactaron con dieciséis, diecisiete años porque, de alguna manera, tenemos los poros muy abiertos y las hormonas están a tope. Yo puedo escuchar 'All I Want' de The Cure - que no es uno de sus mejores temas-, pero en ese momento yo estaba un poco fastidiado por una chica y era como…
(Hace el gesto de clavarse un puñal en el corazón)
Tenía un acompañamiento vital. Luego, The Cure saca un tema infinitamente mejor, que llega en un momento en el que estoy recogiendo a mis hijas en el colegio o pagando una multa. El cómo te encuentre la música es fundamental para que te entre de una manera u otra.
Es que son nombres rarísimos. Todos sabemos que a partir de cierta edad los nombres empiezan con un tal "future-in" no sé qué, no sé cuánto. Desde Kanye West, que resulta que ahora se llama Ye, a Sen Senra, que se escucha mucho en casa. Y toda la serie de trap indie que se ha generado homemade, que me pasan mis hijas. Son artistas que tienen 200 seguidores y que creo que no van a ser conocidas jamás.
Es muy probable. La tendencia que hemos tenido siempre ha sido la de incorporar nuevos sonidos. En 'Cosmos', por ejemplo, la base es trap. Y la gente la escucha.
Ha habido cosas muy fuertes. Frases como "he entrado en radioterapia escuchando vuestra música, es muy heavy". Sobre todo, los cánceres superados o aquellos que están en una situación más complicada. Eso te deja absolutamente abrumado. Lo más bonito es cuando vas por la calle y alguien te para: "Solo quería decirte una cosa: gracias". Es muy sincero.
Con una tremenda responsabilidad, por un lado; y también increíblemente afortunado. No sabes de tu importancia social o de lo que significas para las personas hasta que no pasa eso. Las ventas de discos o los followers no es que no sean relevantes, pero no te transmiten esa verdad que hace un 'gracias'.
Todo es optativo. Yo he usado alguna vez algún tipo de sustancia para componer. Marihuana, siempre. Ha sido un atajo para pasar de un estado de vigilia a otro creativo más rápido. No obstante, también puedes conseguirlo sin necesidad de maría. Y con respecto al dolor, pienso que los momentos complicados se convierten en canción. Esa canción te cura, te hace un efecto catártico y cambia la polarización de ese momento.
No, pesa, pesa, pesa. Yo no encuentro nada bueno a tener cincuenta años, nada. Absolutamente nada. Todo lo que te digan de que se adquiere sabiduría y tal… ¿Para qué quiero yo la sabiduría? No la quiero aún, ¡qué va! Es un autoengaño para la gente que tiene cincuenta años. No encuentro nada positivo, nada. Cero.
No. (Risas)
Sí, absolutamente. Preferiría tener ese margen de equivocación. Preferiría poder decir: "me voy de fiesta esta noche y mañana estaré como una rosa. Preferiría poder tener todos los órganos del cuerpo de una persona de veinte años". Así que si hay alguna persona de veinte años que se ofrezca a donarme sus órganos, muy presto y raudo los aceptaré. (Risas)
¿Te gustaría volver a los veinte? Sí, claro. ¿Con tu sabiduría de ahora? No, para volver a machacarme el cuerpo.
Ahora no tienes aguante para nada. Venga, te voy a contestar en serio: hay una serenidad, una manera de relativizar las cosas, saber qué es lo importante y qué no lo es, mientras que te vas desmontando y se te cae un tendón yendo por la calle.
Nada. Cincuenta, sabiduría, madurez. Fuera. Sí que es cierto que a los cincuenta, si te has cuidado, como es mi caso… (Risas)
No, en serio, me he cuidado bastante. No he sido nunca una persona de demasiados excesos. He sido hedonista, pero en dosis homeopáticas, que me ha servido para tener este increíble cutis. (Risas)
Los excesos son una gilipollez. Quien lleva su cuerpo al límite es idiota. Hay siempre una copa de más que no te deberías haber tomado, un porro de más u otras cosas de más. Hay ciertas competiciones patéticas en tu juventud. Yo me he criado escuchando: "tío, ¡menudo globo que pillamos ayer! Nos dimos una buena hostia con la moto". Como si fuera algo divertido. No me lo podía creer. Para mí el disfrute es otro, siempre lo ha sido. El disfrute ha sido sacar una buena canción, ha sido sentarme en un sitio y ver a la gente pasear y preguntarme qué vida deben tener esas personas. He tenido mucha plenitud dentro como para necesitar cosas externas que me ayuden a vete tú a saber qué. He vivido muy intensamente por dentro, sobre todo. Y por fuera también. (Risas)
Sí, no sé. Mi familia es bastante longeva en ese sentido. He aprendido que no es necesario que te comas un plato hasta reventar, sino que comas hasta haber saciado tu hambre. Cocínate la dosis suficiente o bebe, pero no pases al triste o al patético. Lo cierto es que me encuentro bastante bien por tener cincuenta años.
Sí, estoy virando, estoy virando. (Risas)
Bowie tuvo la grandísima virtud que era esa capacidad de mutar continuamente disco tras disco. Y tuvo bastante en cuenta que la creación se basa en la destrucción. No puedes practicar demasiado el apego a cierta melodía porque igual es la que hace que la canción sea demasiado redundante. O ese disco que hiciste - que piensas que todo el mundo te lo va a pedir – es el que tienes que destruir para empezar de cero, tal y como hacía Bowie.
Yo creo que sí. Me di cuenta hace relativamente poco que la creación se basa, mucho más de lo que creemos en cortar, eliminar, destruir o, quizás, llevarle la contraria a tu disco anterior.
Yo me rijo por el instinto. Si una idea me resuena constantemente, me digo que es en eso en lo que tengo que trabajar.