Los últimos corcheros de los montes de Cádiz: "Me gustaría que mi hijo escogiera una vida mejor"

  • Rafael Santana nos lleva hasta la médula de este oficio que empezó su tatarabuelo y no tiene visos de relevo

  • Durante la temporada de extracción, estos hombres suben al monte antes del amanecer y pierden muchos kilos por la fatiga

  • Como recompensa, el corcho da lo mejor de sí: versatilidad, sostenibilidad y el privilegio de custodiar los aromas y sabores del vino

El relato de los últimos corcheros de Cádiz nos desarma al saber que en tan modesta cuna podría arrancar, pongamos por caso, la historia de la botella de vino más cara del mundo, aquella por la que en subasta alguien pagó más de medio millón de dólares en 2018. Cuando decimos aquí nos referimos a Montes de Propio de Jerez, en el parque natural de Los Alcornocales de Jerez de la Frontera (Cádiz). La familia Santana ejerce el oficio del corcho -responsable de custodiar el sabor y aroma del vino- desde hace cinco generaciones, cuando Rafael, el patriarca del clan, fundó su propia fábrica de corcho en Jerez de los Caballeros (Badajoz).

La tradición continúo de generación en generación hasta llegar a Rafael Santana, que nos atiende desde la finca La Jarda, en el corazón de Los Alcornocales. "Mi abuelo José llegó a esta tierra gaditana cuando se cerró la fábrica extremeña, en 1984. Ya conocía la zona porque llegaban a Jerez en busca de materia prima para la fábrica", explica.

Nos detalla la magia que desprenden los alcornoques, pero también los sinsabores de un trabajo sin mecanizar. El corcho forma la corteza del alcornoque abrigándolo frente a la sequía, las temperaturas extremas o los incendios. La extracción, conocida como seca o pela, no se hace con tala, sino con ayuda de un hacha durante los meses de verano. Se pela la corteza y se deja descansar al alcornoque diez años, para que pueda regenerar su epidermis con nuevos anillos que crecen desde dentro. Así durante toda su vida, unos 170 años. "Lo que hacemos es dividir el espacio en diez áreas e ir rotando la saca del corcho, cada año en una", precisa.

A pesar de llevar guantes, Rafael, como el resto de la familia y de los jornaleros, tiene las manos marcadas y tiznada por la savia que desprende. "Es un trabajo manual y requiere mucho cuidado para no dañar el árbol. Yo lo aprendí desde muy pequeño, cuando empecé a acompañar a mi padre. Subía con él al monte los días de verano y los fines de semana. A partir de los 18 años, este fue mi modo de vida".

El mulo, inteligente como el padre y fuerte como la madre

La humildad de este oficio alcanza su máxima expresión con el mulo. Tienen una cuadrilla de doce ejemplares que trabajan por turno. Los Santana encuentran en este animal, un híbrido estéril que resulta del cruce entre una yegua y un burro, una de las ayudas más valiosas. El mulo hereda del padre su inteligencia, sobriedad y paso firme. De la yegua, la fortaleza. Son muy resistentes, extraordinariamente ágiles e inteligentes y poco exigentes. Soportan sobre sus lomos parte de la historia del vino y, si lo pensamos bien, también del hombre.

Al bosque no pueden acceder los vehículos, por lo que son los mulos los que cargan con las enormes planchas de corcho hasta llegar al camino. La carga, a pesar de su apariencia, es ligera. De ahí llegan a los coches que conducirán la materia hasta los almacenes de la fábrica, donde empieza la segunda fase, que consiste en evaluar la calidad de la corteza recogida y su posterior uso. En cualquier caso, se someten a un proceso de curado igualmente exigente para impedir su deterioro. Durante su maduración, el corcho se vuelve más resistente y va tomando su color definitivo. Santana recalca la sostenibilidad del oficio del corcho. "No contamina y se renueva de forma natural. Su extracción, como ves, no puede hacerse de manera más limpia. una actividad cien por cien ecológica que, además, crea empleo en las zonas rurales".

Rafael nos va contando todos los secretos de un oficio modesto dedicado a un material muy noble, casi desconocido, a pesar de que allí donde se le reclama se vuelve importante. Por su carácter versátil y sus propiedades ecológicas, al corcho se le dan innumerables utilidades, más allá de servir como tapón en las botellas. Es un poderoso aislamiento térmico, acústico e impermeabilizante, cualidades muy demandadas en la decoración y el interiorismo. También es cada vez más apreciado en la industria textil y del calzado, en la construcción y en la ingeniería aeroespacial.

A los Santana del Jerez gaditano ha empezado a llegar ya la sexta generación, pero puede que no hereden la pasión por el oficio. Rafael acaba de ser padre y es tajante: "Me gustaría dar a mi hijo una vida mejor. El corcho es un oficio muy duro y hay que soportar mucha fatiga, especialmente en verano, cuando en el monte el calor pega fuerte. El sudor y el esfuerzo físico nos hacen perder muchos kilos en solo dos meses. En temporada alta ni siquiera encontramos hombres cualificados para aumentar las cuadrillas y tenemos que pagar jornales muy altos, a veces por encima de los 170 euros diarios. No hay relevo generacional".

¿Quién trabajará el corcho?

España cuenta con 506.000 hectáreas de bosque de alcornoques, que suponen el 25% del total mundial. Le siguen países mediterráneos como Portugal, Francia, Italia, Marruecos, Argelia o Túnez. Según las publicaciones especializadas, al año se extraen 88.400 toneladas de corcho, que suponen el 30% de la producción de corcho a nivel mundial. La facturación en 2023 fue de 515 millones de euros y el 85% del volumen del negocio corresponde a la fabricación y comercialización de tapones con exportaciones de un 50% a Francia, Portugal e Italia, y en menor medida a EE UU, o China.

Este año la extracción ya tocó su fin y ahora en este paraje natural, modelado durante siglos por los majestuosos alcornoques, solo se escucha el bramido del ciervo. Generalmente, es animal esquivo y muy silencioso, pero ahora vive la berrea y deleita con un llamativo sonido cuyo eco trasciende los límites del parque. Comparte hábitat con otros venados y jabalíes en estado salvaje. Cuando vuelva la primavera, los Santana empezarán a preparar de nuevo las veredas para la próxima temporada de saca.