La pandemia ha acelerado la llamada cuarta revolución industrial, donde la irrupción de la tecnología, de la Inteligencia Artificial y de los robots en el sistema productivo plantea incertidumbres. En este nuevo ecosistema laboral, ¿sirve el actual modelo de pensiones? ¿Deben pagar las máquinas las cotizaciones de las personas a las que van a sustituir?
En 2015 los medios de todo el mundo anunciaron la apertura en Japón del primer hotel atendido enteramente por robots. Los huéspedes eran recibidos por dos dinosaurios mecánicos antes de ser acompañados a las habitaciones por conserjes autómatas. La cadena hotelera informaba de que "la medida ha permitido a la empresa ahorrar un 25 por ciento en costes salariales". Tres años después, la mitad de la plantilla cibernética tuvo que ser despedida porque no hacían bien su trabajo. Hoy los trabajadores humanos y los robots han conseguido mantener a flote el hotel, conjugando pasado y futuro.
La automatización y la irrupción de los robots y la inteligencia artificial en los procesos productivos es imparable. El último informe del Foro Económico Mundial alerta de que en 2025 "habrá 85 millones de puestos de trabajo que dejarán de existir a causa de la automatización o por considerarse obsoletos, pero aparecerán en su lugar 97 millones de nuevos empleos". En España en particular, el 92,9% de las empresas acelerará la digitalización de sus procesos laborales y el 64,3% incrementará la automatización del trabajo.
Casi la mitad del trabajo existente en 2025 será para las máquinas, y "durante la próxima década, gran parte de los empleos de nueva creación serán ocupaciones totalmente nuevas o bien trabajos existentes que experimentarán transformaciones significativas en cuanto a nuevas habilidades", afirma el informe
Este nuevo mundo que se nos viene encima acarrea dos problemas serios para los que no estamos preparados. En primer lugar, la necesidad de convencer a los ciudadanos que el mercado laboral tal y como lo conocemos hoy, está llegando a su final. "Los trabajadores tendrán que reinventarse varias veces durante su trayectoria profesional, formarse continuamente y estar preparados para empezar de cero varias veces en su vida. Eso de estudiar hasta los veintitantos años y luego amortizar esa formación para trabajar toda la vida se ha acabado", comenta Nuria Oliver, doctora en Inteligencia Artificial por Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y cofundadora y vicepresidenta del Laboratorio Europeo de Aprendizaje y Sistemas Inteligentes Ellis.
Estos cambios son más difíciles en los trabajadores maduros. "Intentar cambiar el paradigma mental de una generación entera de trabajadores que ven cuestionados los conocimientos, las habilidades y la experiencia que han adquirido durante décadas, y pedirles que se tienen que reinventar varias veces más, no es una tarea fácil. Cómo gestionar eso con éxito, y evitar que trabajadores de 50 o 60 años se desmotiven y tiren la toalla, es un gran reto, porque la sociedad les necesita, pero es algo que no está resuelto hoy en día, y este colectivo puede quedar excluido", alerta la doctora Oliver.
El segundo problema que nos trae la automatización es que cuestiona el sistema de pensiones que disfrutamos los españoles. El investigador de la Universidad de Alcalá, Juan Francisco Jimeno, acaba de publicar un informe sobre "Las consecuencias de los cambios tecnológicos sobre la reforma de las pensiones". Que hagan falta menos personas para producir lo mismo "implica una menor participación de los salarios en la renta nacional", y por ende menores contribuciones a la Seguridad Social.
Por otra parte, "el incremento de la inestabilidad laboral por la mayor rotación de puestos de trabajo y la reinserción laboral en otro tipo de actividades traerá más heterogeneidad en los historiales laborales y también mayor desigualdad de renta entre la población jubilada", explica Jimeno, para quien la reforma en ciernes puede haber muerto antes de nacer "el sistema necesita una reforma en profundidad que exigirá un reforzamiento de las prestaciones universales financiadas con impuestos generales y un pilar contributivo más flexible y sostenible, que podría articularse a través de un sistema de cuentas nocionales", sostiene.
Si la automatización va a hacer que se cotice menos, y que las carreras de cotización sean más inestables ¿cómo sostenemos el sistema de pensiones tal y como hoy lo conocemos? Cada vez más voces proponen que sean las máquinas las que paguen las cotizaciones.
"No tenemos suficiente gente joven para mantener el sistema actual, y tenemos una gran oportunidad de aprovechar la automatización, que es generadora de productividad y riqueza, y tendría sentido que estuviesen gravados para sostener el sistema, como otras maneras de generar riqueza están sujetas a impuestos" defiende Nuria Oliver.
También el fundador de Microsoft, Bill Gates defiende que los robots deberían compensar fiscalmente los puestos de trabajo que reemplazan. En su opinión, los gobiernos deberían cobrar un tributo a las empresas que los compran. Desde su punto de vista, estos ingresos podrían destinarse a la creación de empleo en otras áreas donde la empatía y la sensibilidad humana es más difícil de sustituir por una máquina, como por ejemplo el cuidado de niños y ancianos.
El Parlamento Europeo estudia una propuesta, conocida como Informe sobre Personas Electrónicas, que pretende que las máquinas inteligentes paguen impuestos y coticen a la Seguridad Social. La idea propone "la creación de un estatuto jurídico específico para los robots, para que al menos los que sean autónomos y más sofisticados tengan la condición de personas electrónicas, con derechos y obligaciones específicas".
También la Comisión Europea ha emitido una recomendación en la que pide a los Estados "explorar la posibilidad de introducir un sistema de notificaciones, previo a la implantación de robots y su participación relativa en el volumen de negocio de las compañías, con el propósito de fijar las contribuciones impositivas y a la Seguridad Social que resulten apropiadas".
En España, el Pacto de Toledo en su recomendación número 20 abre la puerta a que las máquinas inteligentes paguen impuestos: "Si la revolución tecnológica implica un incremento de la productividad, pero no necesariamente un aumento del empleo, el reto pasa por encontrar mecanismos innovadores que complementen la financiación de la Seguridad Social, más allá de las cotizaciones sociales".
El profesor de Innovación y Tecnología de ESADE Javier Busquets, plantea algunas dudas sobre la forma de aplicar la medida. "Este impuesto sobre qué recaería, ¿Sobre el trabajo o sobre la acumulación de tecnología, es decir sobre el capital? Si es sobre el trabajo, los robots deberían "cobrar" un salario. Por ejemplo, pensemos en una flota de Uber formada por vehículos autónomos. Uber podría decir que estos coches autónomos no necesitan conductores. Tampoco son empleados, sino autónomos que trabajan por horas. Por tanto ¿Cómo estructurar el sistema impositivo en este contexto?", se pregunta Busquets.
El tema sugiere profundos interrogantes. ¿Cómo podemos conseguir un nuevo equilibrio entre humanos, robots y algoritmos sin desencuadernar nuestro sistema de pensiones? ¿Cómo podemos encajar a los trabajadores más veteranos en esta inminente transformación del mercado laboral?
Nuria Oliver pide perspectiva. "Si empleamos adecuadamente la Inteligencia Artificial, la robotización y la tecnología, podemos conseguir el tiempo que ahora no tenemos para cultivar la creatividad y nuestras capacidades sociales y emocionales, que son las que nos definen como seres humanos y que han sido claves para nuestra supervivencia como especie. Y ahí las generaciones más maduras tienen mucho que enseñar a los jóvenes", concluye Nuria Oliver.