Elena Goded o salvar un monasterio cisterciense en ruinas: "Monté mi negocio de taller textil"

En la vertiente segoviana de la Sierra de Guadarrama, Elena Goded ha devuelto la vida a un monasterio cisterciense del siglo XIII. Compró la ruina y ha creado un taller de artesanía textil a su vera donde crea piezas exclusivas que luego vende. La idea funciona, se han salvado unos restos espectaculares, el negocio da de comer a 9 personas, y de paso, Elena ha descubierto un nuevo propósito vital, y una conexión espiritual con un lugar que la reconforta cada día.

Una conspiración del destino

“Yo no había montado un negocio en mi vida, pero es como si el destino hubiera conspirado para que me encontrara con el monasterio”, cuenta Elena a Uppers. Elena venía del mundo de la docencia, es bióloga y se especializó en investigar los usos tradicionales de las plantas en el sector textil impartiendo clases durante casi 30 años. Su familia compró una casa en Collado Hermoso, Segovia, desde donde veían a lo lejos, entre los pinos y robles de la montaña, los restos del monasterio cirterciense de Santa María de la Sierra.

“Solíamos pasear por la zona porque no es un lugar común, se siente una conexión especial con la naturaleza, por el bosque, por la montaña, por los animales que viven allí… se respira ese ambiente espiritual que debieron sentir los monjes que vivieron aquí”, relata Goded. “Un día nos enteramos de que iban a construir en el lugar un complejo hotelero. Pero finalmente el proyecto no salió adelante”, cuenta Goded.

El monasterio

Santa María de la Sierra era uno de los muchos monumentos que hay en España condenados a desaparecer sin dejar rastro. Situado en un paso de montaña que conecta las dos mesetas, los monjes benedictinos se asentaron aquí en el siglo XI para repoblar la zona en la reconquista. La construcción actual se debe a la orden del cister, que levantaron en el siglo XIII un edificio que aún impacta por sus dimensiones y estructura.

La pequeña comunidad prosperó, llegando a albergar a los reyes castellanos, que visitaban el lugar atraídos por su caza abundante y su cercanía a Segovia. Después empezó el declive, a mediados del XVIII los monjes abandonan el monasterio, y la desamortización de Mendizábal le dio la puntilla en el XIX. El edificio, ya desacralizado, cayó en el abandono, y ha pasado de particular en particular dejado de la mano de Dios y de los hombres. La Asociación Hispania Nostra lo incluyó en la Lista Roja de patrimonio en peligro en 2007 “por su constante deterioro y riesgo de expolio”. Hasta que apareció Elena.

La resurrección   

“Cuando vimos que el proyecto hotelero no prosperaba, le hicimos una oferta a los propietarios, y aceptaron”, continúa Goded, que no sabía muy bien qué hacer con aquello. “Fue un impulso. No teníamos una idea clara de que hacer con el monasterio, pero sí queríamos devolverle la vida. Las cosas han de tener un uso, esto no puede ser un jarrón en medio de la montaña”, cuenta.

Goded daba cursos sobre plantas tintóreas y tintes naturales. Cuando ella y su esposo compraron la propiedad, su hija Camila acababa de terminar sus estudios de diseño en Londres y vieron la posibilidad de materializar una idea: un taller textil, un jardín de plantas tintóreas y un centro de divulgación, y así nació Ábbatte, una empresa que vende productos textiles únicos, elaborados a mano de forma artesanal con fibras naturales. Los productos salidos de los telares manuales se venden en su tienda online o en su local en la calle de Villanueva, en el barrio de Salamanca de Madrid.

También programan talleres de artesanía textil tradicional, recuperando así los usos de cuando Segovia era una potencia mundial de la industria pañera.

La tercera pata del proyecto son las plantas tintóreas, “plantas cuya raíz, hoja o fruto se utiliza para teñir”, explica. En los antiguos huertos del monasterio ha reunido especies de todo el mundo y sobre todo especies autóctonas, como la gayuba de la sierra de Guadarrama o la rubia castellana, antaño un tinte fundamental en la industria pañera y que hoy debe importar desde la India. “No usamos los tintes del jardín, lo tenemos más como elemento de divulgación, para que la gente sepa cómo se ganaban la vida sus antepasados”.

Cuidar del monumento

El monasterio está declarado Bien de Interés Cultural, pero su consolidación y mantenimiento corre a cargo de los propietarios. “Tenemos la ruina consolidada, pero los pilares, cuenta, están en mal estado por el efecto en la caliza de los orines del ganado que se cobijó aquí durante décadas. Además, hay que quitar las plantas silvestres que crecen en la parte superior de los arcos y otras tareas de mantenimiento. Es como una persona muy ancianita a la que hay que cuidar mucho, pero la experiencia de todo lo que hemos hecho aquí es muy emocionante”.

Gracias a estos trabajos de consolidación y mantenimiento Santa María de la Sierra ha pasado de la Lista Roja a la Lista Verde de Hispania Nostra, que recoge los monumentos recuperados. La labor desarrollada en el monasterio ha recibido Premio a las Buenas Prácticas del Patrimonio de Hispania Nostra y también el Premio Nacional de Artesanía al Emprendimiento, y este año el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico les ha concedido una ayuda para construir un lavadero para alfombras y una pequeña sala de muestras y venta, así como para formar a personas de la zona que quieran aprender a cultivar rubia y hierba pastel. Los talleres no se pueden visitar, son centros de trabajo, pero se pueden concertar visitas para ver el monasterio.

Conexión espiritual

Más allá de la visión empresarial Elena ha establecido con el monasterio una relación profunda y casi mágica. “Empecé esta aventura a los 54 años, ahora tengo 68 y no pienso para nada en jubilarme. Es un lugar extraordinario, que vital, espiritual y emocionalmente te aporta mucho. En el solsticio de invierno, la luz entra por el rosetón y cae exactamente sobre el lugar donde estuvo el altar mayor. Lo hemos comprobado. Yo me imagino que los monjes que vivieron aquí sintieron esa paz, esa conexión espiritual haciendo cosas similares a las que hacemos nosotros, cuidando el huerto, creando prendas de ropa… Simplemente estar allí, trabajar allí, las sensaciones que te transmite el monasterio es un privilegio y algo que merece la pena vivir”, concluye.