"Cuando ante ti se abran muchos caminos y no sepas cuál recorrer, no te metas en uno cualquiera al azar: siéntate y aguarda. Respira… Quédate quieta, en silencio, y escucha a tu corazón. Y cuando te hable, levántate y ve donde él te lleve". Este fragmento de la obra 'Donde el corazón te lleve', de Susanna Tamaro, describe la ruta que siguieron nuestras dos protagonistas, Munota y Clara Bueno, cuando decidieron emprender una nueva vida. Quemaron lo viejo y rompieron los patrones de siempre. El vértigo de asomarse a la ventana y no ver más que el infinito les dio susto, pero enseguida se recuperaron del sobresalto del primer impacto.
Munota llegó al mundo en 2004. Hasta entonces había sido Mónica Eguilar, una ejecutiva publicitaria exitosa nacida en 1969 que trabajaba en la distribuidora cinematográfica Lauren Films, en Barcelona. Su vida era plena, excitante, satisfactoria, llena de retos y con mucha ilusión por delante. Cada película era un proyecto diferente. Un día saludaba a Quentin Tarantino, otro lidiaba con algún exaltado mandamás de Hollywood. ¿Quién no habría deseado vivir esos momentos?
Después de 16 años en la empresa, tanto arrebato le cansó. El estrés habló por ella y decidió dejarlo todo y empezar de nuevo sin una diana fija. Munota se dio cuenta de que, por mucho que lo desease, el estado de las cosas no iba a variar mucho. Pero ella sí podía cambiar y la vida le ofrecía infinitas posibilidades. Su primera parada fue un taller de joyería. En un mes aprendió los secretos del diseño y la creación de piezas diferentes.
El azar quiso que en ese momento de cambio quedara libre una masía centenaria rodeada de viñedos en Montblanch, una villa medieval amurallada situada en la cuenca de Barberá, en Tarragona. La compró y fijó en ella su residencia con la idea de convertirla en un pequeño hotel con encanto. Envuelta en esa quietud inusual para ella, cumplió su deseo de maternidad al tiempo que iba dando rienda suelta a su faceta más creativa con las joyas. "De repente, artista, empresaria hostelera y madre. Todo vino de golpe y sin apenas programarlo. Me dejé llevar por el corazón y cuando quise darme cuenta ya tenía la autenticidad que yo quería en mi vida".
Crea joyas personalizadas, casi siempre por encargo. Su proceso creativo arranca con algo tan expresivo como el dibujo de un niño que ella replica sobre plata, el material que mejor le permite marcar su estilo. "La inspiración -explica- toma forma en hilos de plata moldeados con las manos. Directo del corazón a los dedos. El resultado es una joya fresca y emocional- Detrás de cada dibujo hay una historia y ellos la reflejan en toda su pureza. Esto me hace sentir una conexión mágica con la persona que va a lucir la joya".
Su nombre artístico le viene por Núria, la hija de unos amigos a la que le costaba pronunciar su nombre, Mónica. "Me bautizó Munota y me gustó tanto que decidí adoptarlo para mi nueva vida como diseñadora de joyas". Su primera pieza personalizada llegó en 2004. "Era el cumpleaños de una amiga y animé a su hijo para que le hiciera un dibujo que yo grabaría después en un pequeño colgante". Tuvo tal éxito que todo su entorno quiso tener su propia joya personalizada. En 2010 lanzó la marca Munota Art By Kids y abrió la tienda on line con joyas exclusivas que entrega con certificado de pieza única. Le inspiran artistas como Andy Warhol o Javier Mariscal por su estilo tan característico, pero también pequeños artesanos que tienen un sello muy personal.
Con el tiempo ha ido perfeccionando el packaging, las técnicas del comercio electrónico, su posicionamiento en Google y el contacto con los clientes a través de las redes sociales. “Detrás ha habido un trabajo muy intenso, adaptación a un universo muy cambiante y perseverancia, pero todo esfuerzo ha valido la pena”, reconoce. Sin embargo, a Minota le faltaba un detalle más para completar esa estampa idílica: Altafulla (Tarragona), un pintoresco pueblito mediterráneo de pescadores, playas y castillos, donde pasó las vacaciones de su infancia. Esos veranos siempre han estado en su cabeza durante este proceso de cambio y por fin ha conseguido que vuelvan mudándose allí. "Recuperar mis raíces me permite privilegios impensables cuando Munota ni siquiera era un esbozo. Navego en mi barca, disfruto de mi familia y los amigos de siempre y siento cerca el mundo de los marineros y el olor de la brisa marina".
Está lista para nuevas ideas y, mientras llegan, se muestra feliz porque toda su vida está en coherencia con sus ideales y sus sueños. Los años le han enseñado a no perder más el tiempo esperando esto o aquello. "Lo que deseo salgo a por ello".
Clara estudió Derecho y accedió a la judicatura, pero hubo una imagen que la marcó para siempre. “Fue en Ibiza, el lugar donde veraneaba desde los 17 años. Siendo ya juez, vi por primera vez una bailarina oriental. Algo resonó dentro de mí que comencé a tomar clases de danza oriental con ella”, confiesa. Ahí descubrió que en su destino no había nada escrito, sino que sería ella misma quien lo marcaría, aun sabiendo que no siempre sería fácil avanzar.
Tenía que jugar sus propias cartas y ese era el momento. La Audiencia de Palma acababa de invitarle a concursar durante dos años para pasar a ser juez titular por el cuarto turno. "Es entonces cuando decido hacer lo que mi corazón siente, ser fiel a mí misma y decantarme por la danza. Sin duda, el verano tiene algo mágico que invita a cumplir los sueños y lo observo también en los alumnos de mis cursos estivales. No es por una reflexión, sino más bien por una propensión a seguir los pensamientos que surgen del gozo, que suelen ser los más sabios. El disfrute siempre trae sus frutos".
Seguir ese camino y realizar lo que realmente sentía, le obligó a Clara a dejar a un lado los miedos y perjuicios que suelen paralizar en este tipo de situaciones. "Los prejuicios estaban solo en los que me rodeaban y el miedo a no tener una vida asegurada se quedaba muy pequeño frente a la creatividad y libertad que me proporcionaba toda una aventura que se convirtió en mi vida".
La judicatura le había llegado por el gran sentido de la justicia que tuvo desde pequeña, pero "al ejercer de juez me di cuenta de que no poder ser siempre justa me oprimía. Estar mediando siempre con las peores cosas que ocurren en la sociedad alteraba mucho mi equilibrio interno, no podía mantenerme impermeable, por lo que mi futura carrera judicial me otorgaba una perspectiva que cada vez iba a ser más dura", explica. Frente a esa rigidez, la danza le daba libertad. "Quizás por ese gran contraste, cuando terminé mi mandato me lancé de lleno y cumplí un sueño que nunca me había permitido".
Después de dejar atrás una vida alejada de juicios y sentencias, su balance no puede ser mejor. "La danza -dice- me ha llevado a esos lugares y cosas maravillosas a los que me transportaba la mente: bailar con músicos excepcionales, crear espectáculos en los que poder materializar lo que sentía y enseñar la danza a las mujeres dándoles alas para volar a la vez que armonizan su cuerpo". A nivel personal, ha logrado el equilibrio entre mente, cuerpo y espíritu, así como un crecimiento que le regala muchísima felicidad. Y nos regala una última reflexión: "La vida la creas a través del pensamiento, por lo que todo lo que te produce bienestar eleva tu frecuencia atrayendo lo que amas. Mi pensamiento fue la danza y yo quiero danzar con la vida".