Lo que menos te esperas mientras cenas un martes a las 21:30 viendo la televisión es que segundos después vas a tener que salir a escape con lo puesto. Eso que parece que solo ocurre en las películas o en las noticias de la televisión te puede pasar a ti, y yo lo comprobé anoche, cuando mi casa, y el edificio entero, se quedaba sin luz por un incendio en el cuarto de contadores.
Cualquiera que lea estas líneas es probable que esté pensando que sabría actuar conforme a eso que ha leído miles de veces en medios de comunicación. Y yo también lo pensaba, soy uno de tantos periodistas que ha escrito temas sobre cómo actuar en esas situaciones, pero la realidad es que todo pasa tan deprisa que es después cuando te das cuenta de todos los errores que cometiste, aunque no sean excesivamente graves y tampoco los recuerdes todos porque fue tan rápido que en tu memoria hay más de una laguna.
Cuando se fue la luz y oí a vecinos en el pasillo supuse que todos nos habíamos quedado a oscuras, así que, aún estando en pijama, salí al rellano y me encontré con mi vecina de enfrente y juntos vimos como el pasillo comenzaba a llenarse de humo, y tu cuerpo de desesperación. En nuestro mismo rellano vive un matrimonio muy mayor que no entendía qué pasaba por mucho que les explicábamos que había que salir, que había humo y, seguramente, fuego. Fue un minuto que se me hizo eterno hasta que apareció un policía y, junto a mi vecina, les advertimos de que allí estaba la pareja para que los pudiesen ayudar, y así lo hicieron.
Tras coger llaves y móvil (a las horas eché de menos una chaqueta o algo de abrigo), corrimos escaleras abajo desde un tercero, donde el humo era aún más denso. Unos treinta segundos expuesto al humo que luego se hizo notar en mi garganta y en la tos que me ha acompañado en las últimas horas. Siguiendo las normas básicas, al encontrar humo en las escaleras no tendríamos que haber bajado, ya que era probable que nos topásemos con el fuego en plantas inferiores. Sin embargo, contabamos con la aprobación del policía, aunque de no haber estado allí seguramente hubiese hecho lo mismo.
Ya fuera, empecé a pensar en todo lo que había hecho, unos pocos minutos que recordaba borrosos. Salí en chanclas, pantalón corto de pijama y la primera camiseta que encontré (cómo no recordar ese comentario de cualquier madre que siempre insta a estar presentable “por lo que pueda pasar”).
A mitad de camino escaleras abajo tuve que taparme nariz y boca con la camiseta porque era imposible respirar, algo que tendría que haber hecho desde un inicio al no tener tiempo para coger una toalla o cualquier otra prenda húmeda con la que tapar mi rostro.
Muchos vecinos que no se enteraron a tiempo del humo y cuando intentaron salir ya era muy denso hicieron bien en quedarse en sus casas encerrados y salir a sus ventanas y balcones, desde donde los bomberos pudieron comprobar que todos se encontraban bien o si alguien necesitaba algún tipo de atención.
En mi caso luego recordé que una ventana se me había quedado abierta, algo contraproducente en los incendios porque el aire exterior ayuda a alimentar las llamas. Sin embargo, el fuego no pasó del cuarto de contadores, aunque afectó a las ocho plantas del edificio con la propagación del humo por los conductos.
Cuando a eso de las 02:30 de la madrugada pude acceder a mi casa junto a un bombero —previamente habían entrado para comprobar que no había peligro y el aire era respirable— le comenté que la ventana del salón se había quedado abierta, pero me explicó que en este caso, al ser solo humo, ayudó a que mi casa se ventilase mucho mejor. No todo lo había hecho del todo mal, aunque fuese inconscientemente. Por mucho que tengamos la información, al final todo pasa tan deprisa que nuestra mente y cuerpo actúa de una manera determinada. Por suerte, no hubo que lamentar daños personales.