Tobías, el aventurero que se recorrió Groenlandia en bicicleta de mar: “Si te caes, estás muerto”

  • Director y productor de documentales, acaba de regresar de una expedición a Groenlandia en bicicleta acuática para filmar los efectos del cambio climático.

  • “Cuando llevas allí unos días, te mimetizas con el entorno; te das cuenta de que somos el agua. ¿Por qué ensuciarnos nosotros mismos?”, se pregunta.

  • En enero cruzó el Atlántico a vela con once desconocidos de 17 a 80 años: “Es inevitable pensar en la muerte, pero hasta que nos llegue la hora, no dejes de vivir”.

Cuando terminó su expedición en Groenlandia, Miguel Ángel Tobías tenía mucha hambre. “Esa noche comí, literalmente, dos platos de pasta carbonara, un plato de arroz con una rodaja de salmón enorme, un litro de leche y cacao con dos rebanadas de pan con nutella… Pensé: ‘Me va a sentar mal’. Me sentó espectacular”, recuerda. El equipo iba provisto de alimentos, que no siempre probaban. “La comida liofilizada está asquerosa, muy salada. Había cocido montañés, espaguetis con salsa de champiñón y pollo… Pero cuando echas el agua a la bolsa, para que se cocine, todo sabe igual”. En ocasiones, preferían ayunar para reservar agua. “El hielo no se puede beber, te abrasa la lengua. Se necesita gran cantidad de agua para derretirlo, y no puedes estar haciéndolo todo el tiempo. Debes racionar el agua, y hay noches que decides no cenar para no desperdiciarla. Son condiciones duras a todos los niveles”.

A finales de agosto, Miguel Ángel Tobías (56 años), Albert Bosch, David Espallargas y Pepe Ivars iniciaron una ruta de varias semanas rodeando el sur de Groenlandia en bicicletas náuticas. El objetivo: constatar los efectos del cambio climático. Grabaron imágenes con las que Tobías producirá un documental titulado Life’s ice (“El hielo de la vida”). Lo que vieron les produjo profunda consternación.

“Nos convertimos en buscadores de hielo”, dice Tobías. “Cuando te vas acercando a un glaciar, compruebas que está en permanente descomposición. Una de las cosas que más impresionan es que estás oyendo día y noche tormentas gigantes que no son tormentas, sino bloques de hielo desprendiéndose. Los más viejos del lugar nos decían que las montañas verdes antes estaban cubiertas de hielo. El deshielo completo de Groenlandia elevaría siete metros el nivel del mar, lo que significa que el 45% de las zonas habitadas del planeta quedarían sumergidas, empezando por Nueva York. Además, se sabe que allí hay virus y bacterias enterrados para los que los humanos carecemos de defensas”.

La experiencia supuso un gran desafío para Tobías, quien a pesar de su larga trayectoria en medios audiovisuales —además de crear diversos programas de televisión, ha rodado documentales sobre los terremotos de Haití y Nepal—, ha sido solo de un tiempo a esta parte cuando se ha erigido en protagonista de las odiseas que graba. Casualmente se enteró de que se estaba fraguando el viaje a Groenlandia y se apuntó sin pensarlo. “Me decidí en dos segundos”, afirma. “Dije que sí sin saber dónde me metía. No es que esté loco. Es que desde hace ya unos años no le digo que no a la vida”.

Su lesión crónica de rodilla y el no estar acostumbrado a pasar mucho tiempo encima de un sillín estuvieron a punto de abortar la aventura el primer día. “Sin haber dormido, a la hora y media de estar pedaleando, los otros tres se habían alejado de mí. Pensé: ‘Aquí ha acabado mi función como expedicionario’. Me acordé de la última escena de Rambo, cuando le preguntan: ‘¿Cómo vas a vivir? Y responde: ‘Día a día’. Pensé: ‘Intenta acabar este día’. Por la noche sopesé si seguir o no, pero a la mañana siguiente me puse a pedalear. A partir del cuarto día decidí que si había llegado hasta ahí, debía acabar la expedición. Y afortunadamente así fue”.

Además de pasar hambre, estuvieron expuestos a serios peligros: los posibles ataques de osos, una caída de la bici (“si te caes estás muerto, por la bajísima temperatura del agua”), el eventual hundimiento de un iceberg… “Te avisan de que no debes acercarte, pero aunque estés de lejos, al desmoronarse despide millones de pedazos que saltan como cuchillas”, dice. Grandes bloques de hielo podían voltearse, provocando violentas corrientes de agua, e incluso icebergs sumergidos podían salir a flote a su paso. Todo ello lo vivían a bordo de sea bikes, cuya velocidad media es de 4,5 kilómetros por hora (pues a veces avanzan contra corriente o con viento de cara).

Pese a todo, Tobías ha regresado maravillado. Relata emocionado que ha descubierto “tonos de azul que no existen en el mundo que conocemos”. Pero, sobre todo, se trajo en la mochila una reflexión que ha cambiado su percepción de las cosas: “Cuando llegas ahí, tienes la sensación de que te estás moviendo por un decorado. A medida que pasan los días, llega un momento en que empiezas a mimetizarte con el entorno y sientes que formas parte de eso y que eso forma parte de ti. ¿Por qué ensuciamos el agua? Porque lo vemos como algo ajeno, como una cosa distinta a nosotros. Si pensáramos que el agua somos nosotros, ¿a qué no nos ensuciaríamos a nosotros mismos? Y eso conduce a la idea de que todos somos uno. ¿Cómo no vas a cuidar de algo que es parte de ti?”.

Cruzar el Atlántico a vela con desconocidos

Unos meses antes, en enero, el productor bilbaíno tomó parte en otro plan extremo: cruzar el Atlántico en un velero acompañado de once desconocidos de 17 a 80 años. “Desde que era joven —explica— nunca he entendido por qué hay separar a los seres humanos por razas, sexos, creencias…, ni por edad. Solo hay una generación: la de todos los que estamos vivos en el momento en que estamos vivos. Si mañana Amaral saca una nueva canción, todos la vamos a recibir. Si sale una nueva app, será de mi interés o no bajármela, pero estará disponible para todos. Este mensaje me parece muy importante, especialmente en una sociedad en que con 50 años te quedas sin curro y piensan que ya no tienes nada que aportar”.

Con esa idea se embarcó. “El concepto era: en el ejercicio de que todos somos uno, qué mejor que meter a once personas que no se conocen en un barco donde caben seis. Podría haber sido un desastre, pero fue una gozada. Se demuestra que si todos colaboramos, podemos hacer grandes cosas. El mensaje no es que puedes hacer cualquier cosa sea cual sea tu edad; es que no hay edad”.

Lo ejemplifica con el papel que desempeñó Juanjo, el veterano en aquella travesía de 32 días. “Cuando le propuse que viniera, me dijo: ‘Tengo miedo de no estar a la altura’. Resulta que ha hecho la labor física más dura y más importante de toda la travesía: cocinó todos los días para toda la tripulación, lo que implicaba estar abajo dando tumbos de un lado a otro. Yo procuraba no bajar por la sensación de mareo permanente. El de 80 años ha hecho lo que nadie podía hacer. Y ha sido el único que no ha estado enfermo en ese mes y pico”. Esa travesía ha dado lugar al documental Atlántico: navegantes del alma.

De este tipo de vivencias ha sacado conclusiones de índole espiritual. “Nuestra misión en el mundo es cumplir el mayor número de sueños posible. De lo contrario, solo estás sobreviviendo. Hay que atreverse, la vida está al otro lado del miedo, tenemos más fuerza de la que creemos, encontramos fortalezas donde no las había… Hemos de ponernos a prueba para darnos cuenta de todo lo que estamos capacitados para hacer”.

Un impulso que, en su opinión, debe prevalecer sobre el miedo a la muerte. “En España mueren 1.300 personas cada día: 200 de una enfermedad terminal; el resto se levantó esta mañana y no va a llegar a la noche. Eso debería ayudarnos a rebajar nuestro miedo a que nos pasen cosas. Es inevitable hablar de la muerte cuando estás en esas situaciones, pero en el Atlántico, decíamos: ‘Si el barco se hundiese, sería una buena muerte’. Una muerte épica. Hasta que nos llegue la hora, no dejes de vivir”.