De nada sirven carísimos productos ni tratamientos estéticos si no reparamos en el exposoma, uno de los factores más importantes en el envejecimiento de la piel.
El exposoma es un término acuñado por Christopher P. Wild, que hace referencia a todos los factores que tienen un impacto sobre la salud y que no están vinculados a la genética. La dermatología es, precisamente, uno de los campos en los que se han llevado a cabo los avances más significativos.
Según se explica en la web de Grupo Pedro Jaén, el exposoma actúa en tres frentes. En primera instancia, deteriora la barrera cutánea, especialmente el manto hidrolipídico que protege la epidermis; en segundo lugar, promueve la producción de radicales libres, y, en última instancia, obstaculiza la regeneración celular al impedir la producción óptima de colágeno y elastina.
La buena noticia del exposoma es que, al tratarse de factores externos que no dependen de nuestra biología, sí podemos actuar para protegernos de ellos o limitar su acción en nuestra piel. Vayamos uno a uno.
Hay una relación directa entre la exposición a los rayos ultravioleta UVA y UVB y problemas de salud derivados del exceso de radicales libres que provoca el abuso de sol. Los más importantes son las cataratas, un sistema inmune menos eficaz, las quemaduras cutáneas, que pueden ocasionar cáncer de piel, y el envejecimiento cutáneo.
La exposición solar sin protección acelera el fotoenvejecimiento cutáneo, un proceso que se manifiesta en forma de hiperpigmentación, manchas, deshidratación, arrugas y pérdida de firmeza. La protección solar debe aplicarse desde la niñez porque el el daño que provoca es acumulativo y sus consecuencias se notan a largo plazo. Nuestro capital solar queda mermado y es la puerta de entrada de patologías graves.
Fumar provoca alteraciones en el ADN celular y aumenta la producción de radicales libres, ligados a la oxidación y deterioro celular que juegan un papel determinante en la aparición de tumores en encías, lengua, labios y paladar, entre otros, y agravan enfermedades cutáneas como la rosácea o la psoriasis.
El tabaco también tiene un efecto vasoconstrictor que se ve en a llamada 'cara del fumador': tono grisáceo, deshidratación, falta de luminosidad, textura acartonada, aparición prematura de arrugas faciales y peribucales (código de barras), párpados hinchados con bolsas en los ojos y coloración amarillente en los dientes y la piel de los dedos. Esto se produce porque la pie recibe un aporte menor de oxígeno a través del torrente sanguíneo por el efecto vasoconstrictor del tabaco.
Aunque la relación entre contaminación y salud cutánea empezó a estudiarse hace poco, ya se sabe que existe un vínculo entre las partículas contaminantes sólidas y el estrés oxidativo que implica daño celular.
Además, diversas investigaciones muestran que la polución actúa de manera sinérgica con la radiación ultravioleta, multiplicando su potencial nocivo para la piel.
Muchos trastornos de salud están relacionados con una dieta poco saludable o desequilibrada. La piel no es una excepción, como muestran abudantes estudios sobre el poder de los antioxidantes en la apariencia y tono cutáneo.
Hortalizas, frutas y verduras son la fuente básica de estos antioxidantes. Pero, además, hay que consumir proteínas de calidad para combatir la flacidez y evitar el alcohol, los azúcares refinados, las grasas saturadas y los productos ultraprocesados. Dañan la piel y, en general, no son buenos para la salud.
Demasiada presión y una mala gestión emocional pueden desencadenar enfermedades cutáneas como el acné, la rosácea, el herpes, la psoriasis y la dermatitis atópica.
El estrés produce mayor cantidad de cortisol, la hormona que está relacionada con la inflamación crónica, un fenómeno implicado en la producción de radicales libres y un mayor estrés oxidativo.
El sueño nocturno es el tiempo de reparación de nuestro cuerpo, cuando se dan los procesos fisiológicos que permiten poner a punto el organismo para el día siguiente. No tener un descanso reparador interfiere en la síntesis de colágeno y elastina, y activa la producción de cortisol y radicales libres. Dicho de otro modo: estamos acelerando el envejecimiento.
Las personas que no duermen un mínimo de siete horas diarias muestran una piel deshidratada, tono apagado, hipersensibilidad ante las agresiones externas, poros dilatados, ojeras, bolsas, arrugas y flacidez. Si la falta de descanso se prolonga en el tiempo, el daño puede ser irreversible.
Las temperaturas elevadas provocan el envejecimiento térmico de la piel, un fenómeno causado por una oxidación celular más rápida, un incremento de la inflamación y diversas alteraciones de la estructura interna de la dermis.
Por su parte, el frío daña la barrera cutánea, la capa protectora que evita la pérdida de agua y la entrada de agentes nocivos. Cuando la barrera cutánea se deteriora, la piel se deshidrata y enrojece, pudiéndose dar eccemas, sensación de tirantez o de sensibilidad extrema. El frío no es un buen aliado de la microcirculación sanguínea. ¿El resultado? Piel más apagada y con mayor cantidad de células muertas que inciden en la aparición de arrugas.