Hubo un tiempo en el que Baltasar Garzón (Torres, Jaén, 1955) aparecía todos los días en los medios de comunicación. No había causa judicial que no pasara por sus manos. ETA, el yihadismo islámico, el narcotráfico, la corrupción política… todo era susceptible de ser investigado por el denominado 'superjuez'. Su fama incluso traspasó nuestras fronteras cuando llevó a la justicia a Augusto Pinochet y procesó a militares genocidas argentinos. Por primera vez un juez era casi como una estrella del rock. Quizás se excedió en sus competencias, o quizás se volvió un elemento demasiado incómodo, pero en 2010 el Tribunal Supremo le expulsó de la carrera judicial por prevaricación. Y aquello aún escuece, incluso aunque el año pasado el Comité de Derechos Humanos de la ONU terminara dándole la razón a él.
“Yo no era un juez típico y no me podía quedar quieto, esperando que la historia viniera a mí, porque eso sería una actitud pasiva que no es la que reclama la sociedad. La sociedad quiere que la justicia tenga ojos, manos, boca y rostro", se defiende. A los 66 años Garzón, orgulloso padre de tres hijos y feliz abuelo de dos nietos, ya no es aquel ‘juez estrella’ ni está en la primera línea mediática permanente. Su característico mechón blanco le ha ganado terreno a toda su cabellera, pero no ha perdido un ápice de su vehemente compromiso con la justicia. Presenta nuevo libro, ‘Los disfraces del fascismo’ (Planeta), en el que insta a permanecer vigilantes ante esos movimientos que “ponen en riesgo los derechos consolidados infiltrándose en el sistema para dinamitarlo desde dentro". La lucha continúa, aunque no ya no esté en la trinchera de la judicatura.
“Decir hoy día que la utilización de la justicia es un mecanismo de fascismo es duro, pero es que creo que es así. Hacerla jugar un rol que no le corresponde en el desarrollo político de un país es algo fuerte, pero está ocurriendo”, nos dice con un hilo de voz firme pero tenue, visiblemente mermado por una larga jornada promocional en la habitación del hotel Intercontinental de Madrid en la que nos ha recibido. ¿Era distinta la justicia cuando él entró en la Audiencia Nacional en 1988?, le preguntamos. “No era como ahora. La justicia tiene que ir acomodándose a los tiempos, pero a veces lo hace de forma negativa. En aquella época había que cambiar muchas cosas y así lo hicimos algunos. Cuando llegué a la Audiencia Nacional se produjo un cambio sustancial, no sé si como consecuencia de mis acciones, pero algo tuvieron que ver”, suelta con un chispazo indisimulable de orgullo reivindicativo.
Ese espíritu democrático que él mismo contribuyó a forjar desde el Juzgado Central de Instrucción número 5 es el que ahora ve amenazado. “Nadie asume ser fascista, pero luego se manifiestan en esas actitudes en esos disfraces que digo, tanto fuera como dentro de la legalidad democrática. Nuestra responsabilidad es descubrirlos, identificarlos e impedir que sucedan”. Así, permanentemente en guardia, ejerció su profesión. Para algunos, todo era afán de protagonismo. ¿Fueron a por él, como opinan otros? "Sí, de alguna forma sí. Supongo que alguien me quería ajustar cuentas".
"Yo estaba investigando dos hechos criminales muy complejos y delicados: los crímenes franquistas y la corrupción del caso Gürtel. Sabía que iba a traer consecuencias para mí, y las trajo. Rubalcaba me dijo 'estás cavando tu propia fosa y acabando tu carrera', pero tenía que tomar una decisión y, desde mi punto de vista, la administración de justicia me impedía hacer otra cosa. Ahí había unas víctimas y unos indicios de corrupción galopante. Había que investigar. ¿Actué dentro de la legalidad? Sí, creo que sí, porque lo que yo hice lo hizo también el juez que me sustituyó", nos razona.
Garzón nunca entendió por qué se dictaminó que había prevaricado en sus actuaciones. Sigue sin entenderlo ("¿me pueden decir por qué me están juzgando? ¿prevaricación? ¿dónde está esto establecido en el Código Penal?", se exaspera), aunque al menos tiene el consuelo del contundente dictamen del Comité de la ONU, que determinó por unanimidad que la sentencia que le condenó había sido arbitraria, parcial y sin previsibilidad. Cuando le dio la noticia a su madre, de 92 años, ella le dijo a toda la familia: 'Dios me ha dejado vida para ver esto'. "Después de que tu madre te dice esto, que el Tribunal Supremo diga lo que le dé la gana", confiesa con emoción el también exdiputado.
De asumir consecuencias y pagar peajes sabe mucho Baltasar Garzón. Su familia lo ha sufrido en sus propias carnes. "Mis hijos han vivido durante gran parte de su vida en una situación de estrés permanente por la posición que yo tenía en la Audiencia Nacional", admite. Los tres, María, Baltasar y Aurora, padecieron " las limitaciones, las medidas de seguridad, las cosas absurdas que teníamos que hacer en la casa. A mi hija y a su pareja le quemaron el coche en la puerta de casa. A mi otra hija le pintaron cruces gamadas en el vehículo. Siempre he tenido una buena relación con ellos, fluida, pero ha sido bastante traumática".
El adalid de la justicia nos deja ver entonces su cara más familiar. La que se muestra orgulloso de los suyos y de las personas en las que se han convertido. Le pedimos que nos diga algo que hayan heredado de él: "La sinceridad en sus afectos, la fuerza de voluntad y unos planteamientos ideológicos muy progresistas y sensatos. Uno se tiene que sentir orgulloso de tener una hija, María, que es una luchadora feminista. La menor, Aurora, tiene una gran capacidad de análisis, y Baltasar posee una bondad que es manifiesta".
No puede evitar una sonrisa aún más distendida cuando le preguntamos por sus dos nietos, chica y chico de 12 y 9 años respectivamente: "Aurora es un cielo, una cosa espectacular. Ya está absolutamente comprometida en la lucha social y en la defensa de los derechos de la mujer. Y el pequeño todavía no me ha ganado al ajedrez pero está a punto. Se enfada porque dice que pienso mucho. Lo que no sabe es que lo hago porque el puñetero mueve las fichas con demasiada velocidad y tengo que meditar la jugada".
¿Teme por el futuro que les espera? "Bueno, es un futuro incierto, pero yo creo que todo es incierto en estos tiempos que vivimos. Va a ser un futuro difícil, pero precisamente para ello los padres, nuestros hijos, tienen que prepararles muy bien. Cuando los ves tan comprometidos y con esas ansias de estudiar y avanzar creo que no les irá mal, pero van a sufrir mucho". Y se pone más serio: "Yo creo que esos valores que tienen emanan de nuestros genes, que son los de esa generación que nos precedió, la de nuestros padres, que sufrieron mucho e hicieron el altísimo sacrificio de abandonar su vida para que pudiéramos llevar a cabo la nuestra".
Y en el amor ¿bien?, le preguntamos tímidamente, intuyendo que probablemente no querrá detenerse más de la cuenta en la relación que mantiene desde hace dos años con la Fiscal General del Estado y exministra de Justicia Dolores Delgado. "En el amor bien, sí, claro que sí. El amor siempre es un elemento que equilibra o desequilibra el mundo", sentencia. Algo es algo. Qué opina de las segundas oportunidades en la vida, insistimos: "Siempre hay una segunda oportunidad y se debe aprovechar. En la vida nada está escrito, nada está determinado, nada es eterno. Si los sentimientos que puedas tener en un momento cambian o evolucionan tienes que ser coherente y respetar lo que has vivido, pero debes entregarte de lleno a lo que está por venir".
La inhabilitación del Supremo no le ha privado de acometer otros retos durante estos últimos años. Ha formado parte del equipo de defensa jurídica del fundador de Wikileaks, Julian Assange; ha desempeñado labores de asesoría en Argentina, Colombia y Ecuador; y ha impulsado la formación progresista de izquierdas Actúa, de la que es presidente. Pero cuando le preguntamos si tiene ganas de retomar la carrera judicial no se lo piensa mucho: "Mi idea es por lo menos que se me reconozca el derecho a hacerlo. Hombre, puedo volver si me lo reconocen antes de que me jubile. Como estamos en una edad de oro, o de platino, la de los 66 años, me quedan unos cuantos, no muchos, para llegar a los 72, que son aquellos en los que te tienes que jubilar con la prórroga incluida. Supongo que no me lo van a poner fácil, pero yo voy a seguir en la pelea". Entonces, ¿cómo es un día perfecto para Garzón a esos 66 años?: "Aquel que comienza y termina bien, el que permite volver a amanecer. Como decía aquella película española, 'Amanece, que no es poco'".