Hubo un tiempo en el que ponerte la camiseta de una banda significaba algo. Lanzaba un mensaje y una advertencia al resto del mundo: "Este soy yo y este es mi rollo". Te la ponías no solo porque te gustara la música de ese grupo, que no necesariamente tenía que ser tu favorito, sino porque te permitía asumir como propios unos códigos que tu tribu, aquellos que te importaban, sabría interpretar. No era lo mismo lucir una camiseta de Kiss que de Nirvana. Eran declaraciones distintas, pero lo importante es que aquello te representaba a ti y a tu forma de entender el mundo, de una manera no muy distinta a como ahora lo hace un tatuaje.
Hoy ya no es así. En algún momento del siglo XXI las cosas se complicaron, se pervirtieron. Las camisetas de bandas pasaron a ser significantes sin significado, o al menos sin su significado original. Posiblemente todo empezó cuando empezamos a ver por la calle a gente que jamás en su vida había escuchado 'Blitzkrieg Bop' con la camiseta de los Ramones. ¿Qué estaba pasando ahí? ¿Qué demonios pensaban que era Ramones? ¿Una marca de ropa? También empezó a pasar con Motörhead. Incluso con Joy Division. Qué escalofrío.
Justo cuando el rock empezaba a perder la fuerza subversiva que siempre le había caracterizado y la juventud le daba la espalda en favor de géneros como el reggaetón, el trap o el R&B, las grandes cadenas de ropa como H&M e Inditex empezaron a vender camisetas de bandas de rock fuera de todo contexto.
Hay quien dice que el punto de inflexión se produjo cuando Balenciaga utilizó en 2012 una tipografía muy similar a la del logo de Iron Maiden. A partir de ahí, todo el monte fue orégano. Empezamos a asistir a fenómenos inexplicables, como que Kendall Jenner apareciese con una camiseta de Slayer, o que Justin Bieber luciera una de Nirvana. Bowie, Led Zeppelin, Blondie, la inevitable lengua de los Rolling Stones... las grandes vacas sagradas pasaron a ser pasto del fast fashion y el postureo.
A ver, que todo el mundo es libre de ponerse lo que le dé la gana y de expresar con ello (o no) lo que quiera o lo que crea, pero a los puristas no nos deja de resultar paradójico cómo se ha desdibujado un elemento que históricamente servía para forjar identidad y como elemento de reconocimiento entre iguales. ¿Qué lleva a alguien que nunca ha escuchado a un artista a incorporarlo a su vestuario?
Hay quien no ve apropiación cultural en esto y defiende que esas bandas hace tiempo que se convirtieron en marcas y símbolos, y son consumidos como tal. Que ni siquiera hace falta haber escuchado a esos grupos para sentirse identificados con el ideal que simbolizan, ya sea rebeldía en el caso de los Ramones, lascivia hedonista para los Stones o autenticidad en Bowie. La cuestión es si realmente mucha de esa gente que lleva esas camisetas es consciente de sus significados o simplemente están pensando en lo bien que quedarán en Instagram y TikTok.
No, no son solo camisetas. Se supone que dicen algo sincero, real, sobre ti. Se trataba de un pacto no escrito que te comprometía de alguna manera. Antes había que buscarlas en tiendas especializadas, o en los puestos de merchandising de los conciertos. Hoy te las encuentras en el Zara haciendo juego con unos vaqueros. Quizás en un 2x1. Kurt Cobain soltaría una carcajada amarga antes de volverse a la tumba.