Ten por seguro, amigo lector, que en este preciso instante cuatro personas en algún punto del país están reunidas en torno a una mesa, mirándose de reojo y dirigiéndose extrañas imprecaciones: "¡Envido!", "¡Paso!", "¡Duples!", "¡Órdago!", "¡Solomillo!". Al mismo tiempo, se dedican curiosas muecas susceptibles de dobles interpretaciones: así, mientras uno junta los labios como si lanzara un besito, el de enfrente arquea las cejas manifestando sorpresa. Otro guiña un ojo y el de más allá le responde mordiéndose el labio. Pero nada de esto es lo que parece. Ni están seduciéndose, ni discutiendo, ni valorando la calidad de un plato de carne. Están jugando al mus.
No hay juego de mesa en nuestro país más tradicional, atávico, arraigado y, por qué no decirlo, español, que el mus. En primer lugar, porque nació aquí, en el País Vasco. "Otros juegos, como la brisca y el tute, proceden de Italia", dice José María Iturralde (42), presidente de Asesmus (Asociación Española de Mus). "El póker tiene origen anglosajón. En cambio, el mus es el juego español por excelencia. La primera mención escrita data de 1775”.
En segundo lugar, porque en esta modalidad que combina un poco de azar y un mucho de astucia, ocupa lugar importante la típica picaresca nacional: el intentar engañar al prójimo, lo que posibilita lograr la victoria aun teniendo malas cartas.
“No juegas dinero, lo cual es mejor cuando compites con amigos, porque jugar con amigos y ganarles la pasta, no es muy agradable”, indica Jordi Briñol (58), quien, además de aficionado y presidente de Barcelona Mus Club, escribió un libro titulado Órdago: reflexiones de un jugador de mus. "Es un juego de envite, como el póker, solo que en vez de dinero lo que apuestas son fichas o piedrecitas denominadas amarracos".
"Tiene parte de engaño, también como el póker: se trata de hacer que tus malas cartas el contrario las interprete como buenas. Por otro lado, permite hablar durante la partida, lo que lo enriquece mucho. Está abierto a las bromas, a los comentarios jocosos… Y, además, se compite en pareja, y la comunicación con ella a través de una serie de señas establecidas da muchísimo juego", añade.
Como añade Jordi Briñol, el mus abarca mucho más que la partida: “Es una batalla intelectual. La gran satisfacción del que gana no es el café que le paga el perdedor o el gran premio económico del torneo; es demostrar que ha sido más listo que el rival; que cuando ha querido engañarle, lo ha conseguido y que cuando el rival ha intentado engañarle a él, le ha pillado. Exige analizar a los rivales: si son más o menos agresivos, más o menos expertos… Y cuando terminas, llega la pospartida, momento en que comentas las jugadas. Si has jugado bien, estás en una nube: si has cometido un error, esa noche no duermes.
Por lo general, el mus se descubre en la adolescencia. José María Iturralde echó sus primeras partidas con 14 años. Le introdujo el padre de un amigo. "Me pareció un juego divertido y un poco chulesco. Lo pasan bien los cuatro de la mesa", explica. Briñol comenzó por casualidad: durante unas vacaciones en el Pirineo se puso a llover, y un familiar le propuso enseñarle a jugar.
"No me pareció el plan más apetecible —admite—, pero por no hacerle el feo, accedí. Al día siguiente seguía lloviendo, continuamos con las clases y pensé: ‘Esto es distinto de los juegos convencionales’. Me enganchó, y al término de las vacaciones, de regreso a Barcelona, vi un cartel de un campeonato de mus; empecé a interesarme, a jugar con la gente y a seguir aprendiendo". Otros se inician en la universidad, donde es fácil encontrar el mismo número de personas jugando al mus en la cafetería que estudiando en la biblioteca.
"Lo más importante son los valores entre la gente que juega: respeto, caballerosidad… Te permite ver gente de generaciones distintas. Juega el abuelo con el nieto, lo que no ocurre en otras actividades de ocio. Es una forma de socializar, y genera muchísimas amistades", indica José María Iturralde. La asociación que preside organiza el Máster Internacional de Mus, al que concurren 350 parejas de 28 provincias españolas y de otros países, como México, Chile, Uruguay… ¿El premio? Una simbólica txapela.
En su libro, aparte de describir la mecánica del juego, Jordi Briñol explica que el mus es fiel reflejo de la vida misma. "Si vas al banco a negociar que te bajen el interés de la hipoteca —pone como ejemplo—, debes marcarte un farol para que el empleado crea que si no te baja el interés te vas a ir a otra entidad. Cuando a lo mejor no tienes dónde caerte muerto".
¿Puede un juego tan secular cambiar con el tiempo? La respuesta es sí. En la última década han florecido muchos torneos y campeonatos con suculentos premios en metálico. Uno de los más llamativos es el que acoge el Casino Gran Madrid (de Torrelodones, Madrid), que reparte 25.000 euros entre ganadores y finalistas (12.000 para la pareja vencedora). Bajo el paraguas de Mus Series Events, algún restaurante de Toledo otorga 18.000 euros y el Casino de Guadalajara, 10.000. Estos torneos están modelando un nuevo perfil de jugador, semiprofesional, que recorre el circuito asiduamente; y, por extensión, están acuñando una nueva forma de jugar al mus.
"En los últimos diez o quince años han proliferado torneos con grandes premios de valor económico", explica Jordi Briñol. "Es verdad que muchas de las parejas que asisten a ellos son siempre las mismas. No existe el jugador profesional de mus, aunque vamos camino de ello. Hay dos tipos de mus: el social, que practican unos amigos en la sobremesa; y el de competición, a cara de perro. Son muy distintos. La forma de jugar varía completamente, y eso está cambiando la forma de jugar al mus, igual que el fútbol de hoy no tiene nada que ver con el de hace cincuenta años. Atrae a gente más joven, que ya no lo ve como el juego que practicaba su abuelo en la taberna con el párroco del pueblo. Y hay parejas, que si bien no pueden dedicarse exclusivamente al mus, porque no se gana tanto, sí que asisten a la mayoría de estos torneos en calidad de semiprofesionales”.
Como dice José María Iturralde, "aunque la mayoría de jugadores prefiere la partida de sobremesa, hay otros a los que les llama el aliciente del premio. No existe la figura del jugador profesional, pero quienes participan asiduamente en campeonatos no son pocos". A medida que engordan su palmarés (y engrosan sus cuentas corrientes), sus nombres trascienden entre los aficionados y pasan a ser considerados los cracks de este juego.
"Hay una élite de nombres respetados", añade Iturralde. "Una persona que juega habitualmente en el circuito de torneos termina despuntando, y los demás sabemos de sus cualidades. En estos torneos, el 90% son jugadores muy buenos". Aunque lo de ser bueno en el mus, donde prima una proverbial fanfarronería, siempre es relativo. "No hay jugadores buenos y malos", bromea el presidente de Asesmus. "Todos nos consideramos buenos".