"El primer amor se recuerda más por primero que por amor". Esta es la primera apreciación que nos transmite el psicólogo Antoni Bolinches cuando le pedimos que ponga un poco de luz a ese recuerdo que nos persigue de por vida. De su mano, recorremos el testimonio que nos llega de Juan Carlos (61 años), un pequeño empresario de la construcción que vivió su primer amor en Altea, un municipio de la costa alicantina, en los años 70. "Se llamaba Blanca y tenía un año más. Seguramente la había visto más veces, pero fue en el verano de mis 15 años cuando me fijé en ella y, de repente, sentí que aquella chica sería mi perdición. Yo había estirado un poco y ese verano llegué con al pueblo con el ego más subido que de costumbre. Creo que nos bastó una mirada para enamorarnos. Al menos eso creíamos".
El relato de Juan Carlos continúa con detalles de cómo se vivía entonces un primer amor, casto y muy diferente a hoy, cuando los adolescentes, según las estadísticas, tienen sus primeras relaciones sexuales antes de los 17 años, aunque se inician en algunas prácticas bastante antes. Su descripción es la de una vivencia delicada, romántica y muy tierna.
Sin embargo, Bolinches matiza que, igual que ahora, se vivía con la explosión hormonal propia de la juventud, aunque no hubiese más contacto que algún beso o roce. "La pasión a esa edad produce un continuo chorreo de hormonas, como la dopamina y la oxitocina, que nos elevan a un estado de alegría y enajenación casi irrepetible. El primer amor es el de las emociones y la sexualidad emergente, el de las confidencias recíprocas o el de promesas que se disipan con el mismo candor con que se pronunciaron”, dice.
Pero no es solo esta exaltación lo que hace que nuestra cabeza vuelva insistentemente a ese primer amor, como dice el tango de Carlos Gardel. "Son amores -añade el psicólogo- que, de alguna manera, siempre quedan vivos porque no se llegan a cerrar del todo y se interrumpen casi siempre en fase ascendente, en su punto álgido y sin que se llegue a completar su ciclo natural, que sería el sexo consumado". Así ocurrió en el caso de Blanca y Juan Carlos.
"El final del verano forzó nuestra separación y no volvimos a vernos hasta un año después. Para entonces nuestros gustos y nuestra forma de querer disfrutar de las vacaciones habían dado un vuelco". Hablamos de amores fantasiosos y egoístas. El escritor británico Benjamin Disraeli no lo pudo describir mejor: "Lo verdaderamente mágico de nuestro primer amor es la absoluta ignorancia de que alguna vez ha de terminar".
Si nos fijamos, en la biografía de cualquiera de nosotros existen dos o tres grandes amores, de esos que nos marcaron, y uno de ellos es casi siempre el primero. Tal vez tenía un carácter narcisista marcado por la necesidad de complacer nuestro deseo, pero permitía una exploración de uno mismo muy útil para después amar diferente y mejor.
Habría que volver a ellos y descifrar lo que entonces vivimos para entender nuestro estilo de amar o nuestros dilemas con el amor en la edad adulta, cuando de la pasión se avanza hacia el amor compañero, que permite a dos personas crecer juntas y madurar una relación que será, seguramente, menos eufórica, pero más real y afectiva. Solo un 13% de las personas acaba formando pareja con ese amor iniciático, según un estudio liderado por los psicólogos argentinos Alicia Cayssials y Marcelo Pérez.
Lo natural es pasar página y que el recuerdo, aunque sublimado, pase a un segundo plano en nuestra memoria. "No podemos dejar que se quede atorado en nuestra vida, obstaculizando las siguientes relaciones de pareja, paralizándonos y afectando a nuestra autoestima", aconseja Bolinches. Durante años, la imagen de Blanca rondó a Juan Carlos, pero solo de vez en cuando. Se preguntaba qué sería de ella y, sobre todo, fantaseaba con la idea de volver a verla. "No era un sentimiento obsesivo, pero se reavivaba cuando me atravesaba baches en mi matrimonio".
Cuando finalmente se separó, hace siete años, él no pudo resistir la tentación de buscarla en redes sociales. Y la encontró en Facebook. "Quise saber qué hizo cuando ya no estábamos juntos, cómo había sido su mundo, qué otros amores llegaron, si hubo uno definitivo". Sus últimas fotos hicieron evidente que la tenía idealizada. De aquella adolescencia Blanca solo conservaba unos ojos grises muy intensos que contrastaban con su tez morena. La vida no la había mimado demasiado. "Contacté con ella -relata-, intercambiamos varios mensajes y nos dimos nuestro número móvil, pero jamás llegamos a llamarnos. Al matar la curiosidad, mis sentimientos se desvanecieron. No era la adolescente que yo conocí. Tampoco lo sería yo para ella. No había un mínimo rescoldo sobre el cual pudiera brotar de nuevo ese fuego y, afortunadamente, creo que la percepción fue mutua".
"En absoluto. Lo tomo como el cierre definitivo de una etapa que fue muy hermosa y que alimenté y reelaboré con los años en mi imaginación", responde Juan Carlos. "Volvemos al primer amor por añoranza regresiva. Es una curiosidad natural, pero lo más sensato, en la mayoría de las ocasiones, es dejarlo pasar. Madurar significa saber afrontar la realidad y gestionarla adecuadamente", argumenta Bolinches añadiendo una sentencia: "El amor no tiene edad, pero las personas sí".
Según un estudio de la editorial Harlequín Ibérica, los españoles somos los más nostálgicos con aquel primer enamoramiento. La huella que deja es tan profunda, que, si pudieran, un 59% de los hombres y un 40% de las mujeres tendrían relaciones sexuales con ese amor lejano. Ellos viven este momento con mayor impulso. Es difícil desprenderse del recuerdo de ese primer amor por lo que tiene de iniciático, febril, frenético, obsesivo y sensible. "Con él -concluye Bolinches- medimos los que vienen después". Muchos escritores lo han inmortalizado en su obra. Como ejemplo, estos versos de Giacomo Leopardi dedicados en 1817 a Geltrude, una mujer casada a quien amó en secreto sin llegar jamás a consumar su deseo:"Vuelve a mi mente el día en el que supe / de amor por vez primera y me dije: / ¡Ay, si esto es amor, cómo destruye!".