No hubo un momento concreto. Los medios de comunicación, el sistema educativo y los propios cambios sociales hicieron su trabajo. Poco a poco, el sexo se fue colando con naturalidad en los hogares españoles. Si para los mayores de 50 hablar de sexo con nuestros padres era más que un tabú; en 2019, sexo, orientación sexual, masturbación. ‘Uppers’ ha reunido a tres millennials para que nos cuenten de qué y cómo hablan en casa cuando hablan de sexo. Y el resultado es que reinan la naturalidad, la permisividad y el interés por la seguridad y el bienestar de las hijas. Y que los padres no se sienten tan cómodos hablando de sexo. Ellas son Arrate (26), Lola (24) y Cristina (26).
Para ninguna de estas mujeres hubo una fecha señalada. Las conversaciones sobre sexo fueron incrementándose de manera paulatina al ir cumpliendo años. “No hubo un día concreto. Simplemente, en mi casa no era un tema tabú. Tengo un hermano mayor y yo me iba enterando de las cosas que mis padres le decían. La charla sobre sexo me la dieron cuando empecé la Secundaria. Mi madre habló conmigo. Sabía que yo era muy responsable, pero me pidió que tuviera cuidado y me explicó lo que era un preservativo”, explica Arrate.
Para Lola, la experiencia fue similar: “Nunca me llegaron a informar como tal, pero el sexo fue siempre algo natural en casa. Si salía algo en la tele, no lo quitaban, aunque yo notaba que a mi padre le daba más reparo. Luego, en el cole, te enteras de todo”. La relación de Cristina con el sexo y con la vida familiar fue aún más natural, y, de nuevo, sin grandes conversaciones. “No hubo una charla. Con mi primera pareja estuve de los 13 a los 21 años, así que poco a poco fue normal que me quedara a dormir con él o que él se quedara en mi casa. Mi madre tenía sus razones y más de una vez le oí decir que prefería que me quedara en casa y que ‘hiciera mis cosas’ a que me fuera por ahí”. Cristina habla “de todo” con su madre y con su hermana: “De hecho, mi hermana pequeña, de 19 años, me cuenta demasiadas cosas. Yo soy algo tímida: ¡no quiero saber tanto!”, explica divertida.
En casi todos los casos, existe una diferencia en el modo de relacionarse con sus madres y con sus padres, y en alguno, incluso, subsiste cierta actitud machista. Según Lola, “con mi hermano de 18 años sí veo que mi padre se siente más cómodo en estos temas y que incluso le ríe las gracias con comentarios que en mí le sentarían mal”. En casa de Arrate, la educación sexual entre chicos y chicas no fue igual. “No hubo grandes cambios de actitud, pero sí creo que con mi hermano hablaron menos, seguramente porque no hay miedo al embarazo. Ahora me parece una actitud algo machista”.
Todas reconocen no ser explícitas en cómo viven el sexo, pero no lo ocultan, aunque prefieren hablar con sus madres más que con sus padres. “Ahora que tengo pareja, hablar de sexo está totalmente normalizado en casa. Ha sido así desde los 19 años, cuando tuve mi primer novio”, explica Arrate.
Lola, incluso, recibió cierta presión por parte de su madre para que compartiera con ella todas sus experiencias: “la principal preocupación de mi madre era que se lo contara. Siempre me preguntaba: ‘¿me lo vas a contar?’ Perdí la virginidad tarde, a los 20 años, y a ella le extrañaba que no le dijera nada. Pensaba que ya había ocurrido y que no se lo había contado. Cuando tuve mi primera relación sexual, su reacción fue preocuparse por mí. Quería saber cómo me había sentido”. La preocupación de la madre de Lola era normal, ya que en España la edad media de inicio de las relaciones sexuales está en los 16 años, según la Sociedad Española de Contracepción.
Los padres merecen mención aparte. “Con mi padre hablo menos. Podemos hablar de sexo en general, pero no de mí. Noto que aún soy su niña pequeña y que le resulta incómodo. El primer día que dormí fuera con mi pareja de entonces (tenía 19 años), sentí que él pensaba: ‘se ha hecho mayor’. Más tarde, nunca me pusieron ningún problema para ir a ver a mi novio, que vivía lejos”, explica Arrate.
Sobre las orientaciones sexuales, la homosexualidad está plenamente integrada. “Mi madre y mi abuela lo han asumido desde siempre. A mi padre le ha costado más verlo. Una prima mía es lesbiana y hace poco acudió a una boda familiar con su pareja. Antes yo había hablado con mi padre para que no hiciera ningún comentario raro. Todo fue bien y al final de la boda reconoció que tenía que estar a la altura de los tiempos: ‘me he dado cuenta de que la sociedad ha evolucionado. El que no ha evolucionado soy yo”, explica Lola, aún emocionada por la reacción de su padre.
Puede que la masturbación femenina haya sido uno de los últimos tabúes. Hablamos en pasado, porque, según expresan estas tres mujeres, está completamente integrada en sus hábitos, y, por tanto, en las conversaciones. “Está totalmente normalizada, aunque no hable explícitamente de ella con mi madre. Con mis amigas, el sexo es un tema recurrente. En cuanto tomamos un par de cañas, hablamos de lo que sea, incluso de la masturbación, pero eso ha cambiado. Hace unos años, era un tema casi tabú; ahora lo vemos como algo normal”, cuenta Arrate.
Para Lola, también se trata de algo superado, al igual que para Cristina: “no he hablado de este tema con mi madre relacionado conmigo, pero ella, cuando está con otras personas, sí hace alguna mención. Mis padres están separados y ella lleva ocho años sin pareja. Las amigas le dicen a veces que, claro, para qué emparejarse si lo pasa estupendamente sola. Yo me siento incómoda”, afirma Cristina. ¿Existe en este caso un sesgo de edad? ¿Cierto edadismo? “Quizá”, admite. Parece que no nos cuesta entender el placer entre los jóvenes, pero sí entre las personas mayores.
La seguridad de las hijas y su bienestar es el primer objetivo de cualquier madre. Por eso llama la atención que en el capítulo de la contracepción aún importe más el temor a un embarazo no deseado que a las enfermedades de transmisión sexual. “Mi madre siempre me dice que me cuide, que tenga cuidado, que tengo toda la vida por delante, que soy muy joven para quedarme embarazada”, explica Lola.
Arrate se muestra muy crítica con la prevención y la educación sexual: “me siento totalmente desencantada con la formación que me dieron en el colegio y en el instituto. Yo soy de un pueblo de Navarra y exigí que viniera a mi centro algún sexólogo. Vino, nos contó cuatro tonterías y se fue. En mi casa, sin embargo, nunca hubo ningún tabú sobre este tema. De hecho, mi madre me acompañó al ginecólogo para ver cuál era el mejor método anticonceptivo para mí. Ella quería venir y yo quería que viniera. En la consulta, el médico me hizo muchas preguntas y yo contesté sin reparos”.
La madre de Cristina es la única preocupada más por la salud que por la descendencia. “Hemos hablado mucho de anticonceptivos, y eso que yo sé ahora que tener nietos le haría una gran ilusión. Cuando empecé a usarlos e iba al ginecólogo, siempre se interesaba. Vivimos separadas, ella en Cádiz y yo en Madrid, y no siempre ha podido acompañarme, pero quiere saberlo todo. La verdad es que a ella le preocupaba que me protegiera más por las enfermedades de transmisión sexual que por los embarazos”, afirma.
En las conversaciones familiares no se habla solo del sexo como estereotipo, también se alude a tendencias o nuevas formas de relación. Ya no es aquello de ‘espaciamos las salidas y que cada uno haga lo que quiera’. Ahora cada pareja diseña su ‘contrato’ con toda la libertad y todas las apetencias. Y la fórmula parece funcionar porque el poliamor y las parejas abiertas están a la orden del día. “Son más habituales de lo que parece y cada pareja acuerda su tipo de relación: nos engañamos y nos lo contamos; nos lo contamos a medias o no nos contamos nada. Yo no podría hacerlo, pero hay parejas que funcionan así”, afirma Arrate.
Lola opina de manera muy parecida: “Las respeto, pero no me veo capaz de vivirlas, aunque tengo un par de amigos a los que les va muy bien así. Mi madre sí que no las entiende en absoluto. Dice que es una locura”. Cristina va un paso más allá: “tengo conocidos que hacen tríos, participan en orgías… Lejos de Madrid eran de una manera y aquí han descubierto un mundo para ellos flipante. También conozco alguna pareja abierta. Me parece un estilo de vida aceptable, si eres capaz de admitir que tu pareja esté con otras personas sin que te pase nada”.
¿Hasta qué punto puede compartirse todo con una madre? ¿No debe quedar espacio para la intimidad? Psicólogos y psiquiatras coinciden en que debemos preservar zonas de ideas y experiencias exclusivas para nosotros. Arrate, Lola y Cristina hablan de casi todo con sus madres. Casi. Falta esa pequeña parte, muy valiosa, que forma el todo. Las tres están de acuerdo que no compartirían con sus madres (ni con nadie) la intimidad más profunda, esa que solo le pertenece a uno. Sus madres también lo saben y cuando llegan a esa frontera de lo que no se puede hablar lo tienen claro: “siempre nos dicen que nosotras somos lo primero”, afirman Arrate y Lola al unísono. En el caso de Cristina hay otra frontera: la infidelidad. “A mi madre le diría que he roto con mi pareja, pero nunca le diría que he sido infiel. No me gustaría la opinión que podría hacerse de mí”.
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