Tras 25 años dirigiendo un estudio de arte y diseño gráfico, David Ruiz (Barcelona, 1960) decidió que la mejor forma de festejar el aniversario era dando la vuelta al mundo en su velero Thor. Necesitaba un reseteo, así que cerró la empresa y se lanzó a cumplir uno de los sueños que albergaba desde su juventud. Una hazaña que duró cuatro años y que le llevó a vivir experiencias de lo más variopintas, tanto buenas como trágicas. Eso sí, la balanza siempre se inclina hacia las positivas. Unas vivencias que ha dejado ahora por escrito en el libro 'Irse' (Elba).
Pregunta: ¿Cómo surge la idea del viaje?
Respuesta: Yo siempre he tenido el miedo de que llegara un momento en mi vida en que me sintiera frustrado por no haber realizado ciertas cosas. Este viaje lo tenía en mente desde hace mucho, y, de repente, un día me di cuenta de que podía hacerlo: mis hijos eran mayores, la empresa cumplía 25 años y pensaba que era un buen pretexto celebrarlo a lo grande cerrándola; tenía la necesidad de volverme a sentir como parte de la naturaleza; y, por último, quería romper con la rutina. En ese momento trabajaba en lo que me gusta, me ganaba bien la vida, pero el cuerpo me pedía cambiar y convertirme en un personaje de Julio Verne. Todo ello me llevó a tirarme a la piscina.
P: Más que tirarte a la piscina, tirarte al mar. ¿Cómo te preparas para algo así?
R: Cuando tenía 15-16 años leía todos los libros de navegantes que me pasaba mi padre y eso me cautivó mucho. En un momento de mi vida este interés desapareció y cuando iba a cumplir los 50 años, volvió. Siempre había navegado, pero más por la costa, y cuando llegué a la mitad de siglo, me compré el velero Thor y me lancé. Fue una aventura tan fantástica que a partir de ahí quería más. Luego la repetí unos años después, por lo que estaba más o menos preparado para este viaje que siempre había querido hacer.
P: En el libro muestras la parte más idílica de la experiencia, pero no te olvidas de los momentos malos que viviste.
R: El mar es como la vida misma: no existe solo lo bueno. Yo sé de antemano que voy a tener que enfrentarme con tormentas, con situaciones complicadas, etc. Pero también está la parte idílica, es decir, las zonas que visitas, la satisfacción que produce… Para mí el balance es mucho más positivo que lo malo.
P: Al final el mar puede ser tu peor enemigo. Es un medio hostil, llegas a decir.
R: Soy consciente de que estoy en un terreno hostil, donde soy un intruso. Y lo que me separa de la muerte son los cuatro milímetros de chapa del barco. El mar es quien decide si paso o no, ya que soy insignificante para él. Pero, si aun así estoy decidido a seguir, si compensa hasta perder la vida, merece la pena seguir.
P: En frases como esta se puede apreciar tu amor y respeto por el mar y la navegación.
R: Creo que no hay otra forma de acercarse a él si no es con respeto. Para mí el mar es sinónimo de libertad. El hecho de navegar a vela, de hacerlo con la naturaleza, el dejarse llevar por el viento y las olas, todo eso me proporciona una satisfacción que no encuentro en otro lugar. Por ello me compensa esa parte hostil.
P: Viviste muchas aventuras únicas. ¿Cuál recuerdas con más alegría? ¿Quizá la bahía de Tahauku?
R: Esa es una de las partes más emocionantes del viaje. Esta bahía está en el archipiélago de Las Marquesas y fue la travesía más larga sin ver tierra, ya que llevaba 33 días desde que salí de Panamá. Esto influye mucho en tu estado emocional y, cuando llegas ahí, a estas islas tan bonitas, sin mucho turismo, las emociones se disparan. Estas islas tienen muchas flores que son muy aromáticas. Y, cuando estás navegando, casi un día antes ya puedes percibir sus olores. Además de que te vas acercando lentamente, por lo que vas asimilando esa llegada. Eso fue una de las partes más emocionantes del viaje sin duda.
P: Un lugar que te sirve para explicar lo que es llegar en barco, la intensidad con la que se vive una experiencia así. Mucho más que si viajaras en avión.
R: Totalmente. Esto que dices es muy importante. Cuando se viaja en avión o en un medio de transporte rápido, se pierde el camino. Llegamos en unas horas a otra parte del mundo y encima a un aeropuerto. Sin embargo, cuando te transportas así, la velocidad es mucho más humana. Vamos tan rápido a todas partes que no disfrutamos del trayecto, que no es más que la vida. En el viaje he sido muy consciente de todo esto, lo que ha hecho que viva mucho el presente. Y cuando llegaba al sitio que me había propuesto, la percepción que se tiene de ese lugar es completamente diferente a si has ido de otro modo. Yo llegué a Australia en dos años, no tiene nada que ver con las 20 horas de viaje en avión. Creo que esta manera es más artificial.
P: Una aventura que pudo acabar mal, pero que tuvo un muy buen cierre. Coincidió con el inicio de la pandemia, momento que tú pasaste en una isla desierta cuando todos estábamos encerrados en casa.
R: Al final del viaje, como dices, estalló la pandemia y me echaban de todos los países por los que pasaba. Acabé fondeando en estas islas en Egipto junto con otro velero mejicano. Allí conocimos a una serie de gente muy interesante. Lo que era un problema en un principio, se convirtió en una situación muy placentera, ya que estábamos en un sitio paradisiaco, buceando en aquellas aguas, con esta gente haciendo fiestas en la playa. Una historia que podría haber sido crítica fue una gran experiencia. Luego abrieron los puertos y ya pude llegar hasta Turquía y volver a España después.
P: ¿Hay planes de repetir?
R: Este mismo viaje no porque ya lo he hecho. El plan ahora es trabajar. Me gusta lo que hago y quiero seguir unos años. Pero en el horizonte hay ideas que van saliendo y madurando. Una cosa que me gustaría hacer sería llegar a la Antártida a vela. Hoy no me quita el sueño, pero ya veremos qué pasa.