"Nuestro destino de viaje nunca es un lugar, sino una nueva forma de ver las cosas", escribió Henry Miller. El periodista y escritor Pablo Zulaica podría hacer suyas estas palabras. Acaba de publicar 'Paisajeros' (geoPlaneta), la crónica de 20 periplos en tren donde lo importante no es tanto el destino como el viaje, y, en especial, las personas y los espacios que habitan esos viajes. Después de 'Los acentos perdidos' y 'Un fin de semana en la coladera', Zulaica, periodista, freelance y avezado observador, ha escrito una excepcional crónica que va desde Noruega a La Patagonia y desde Canfranc a Madagascar.
¿Por qué has querido hacer un libro sobre viajes en tren? ¿Qué significa el tren para alguien que le guste viajar?
No sé si fue antes el tren, el viaje o la escritura, pero se fueron uniendo intereses, goces y lecturas de libros de algunos autores como Paul Theroux o Germán Sopeña, que fue un periodista argentino, y la pregunta de por qué casi no hay libros de viajes en tren en castellano, con todo lo que pasa dentro y fuera de ellos y las claves y metáforas que eso ofrece. Y eso que a menudo hay un tren en un póster de película, o vías que se fugan en algún cartel que trata sobre la existencia…
¿Qué significa el viaje en tu vida?
No sé si el viaje significa salir del estado de confort o entrar en él. A veces, el estado de confort resulta ser el viaje, si sabes llevar la incertidumbre, y del mismo modo llega un punto en el que sientes que es bueno parar, repensar y ordenar lo vivido y aprendido. Y también ordenar lo que uno ha documentado. Lo de viajar y parar puede ser otro de esos equilibrios tan difíciles, como el de tener tiempo o dinero, que no suele darse a la vez, o habitar el campo o en la comodidad de la ciudad.
Eres un viajero experto. ¿Cómo has dado el paso hacia la escritura?
Siempre he escrito (y seguiré metiendo la pata, por mucho que haya viajado, y también lo contaré). Escribía diarios en verano porque me lo mandaban en el cole, pero seguí haciéndolo a lo largo del año entre los 15 y los 23 años. Luego entendí que aquello se había vuelto una rutina, no un proyecto, que ya me había dado los momentos de catarsis que le estaba pidiendo y que podía tratar de llevar un blog un poco más direccionado. Después trabajé como redactor publicitario y en un momento de suerte se me ocurrió una campaña de guerrilla ortográfica que terminó en un cuento para niños, 'Los acentos perdidos'. Ese fue el momento en que sentí que iba a tratar de dar el salto. Desde entonces, 2010, me fui formando en talleres de periodismo, viajé y propuse temas a algunos medios, esencialmente mexicanos. Por supuesto, tuve y tengo que complementar eso con talleres de redacción, clases de castellano, traducciones o incluso vendimias en Borgoña, que son fuente de experiencias y de historias.
¿Qué has querido expresar con ‘Paisajeros’?
Que el tren es un destino en sí, pero no el tren de lujo, que está muy bien si te lo pagan, sino el de uso cotidiano, sobre todo. Que se puede aprender tanto o más desde un vagón de tren y sus espacios -estaciones, asientos, techos, vías muertas, líneas desmanteladas o mapas ferroviarios- que en algunos destinos definidos a los que uno viaja en tren. Y que esto sucede a menudo, claro, a través de las personas que conforman los ambientes de esos trenes.
¿Cuál es la ruta de las que describes que te fascina más?
No estoy seguro de tener una línea favorita. Podría decir una en Irán, otra en la Patagonia, el Transiberiano o el viaje que hice en bici en Paraguay siguiendo una vía desmantelada. Casi que me quedaría con esta última: fue el viaje más personal. El más buscado, porque allí, según se viera, ya no había nada. Cuando nos dicen que en tal sitio no hay nada que ver, yo a veces desconfío. Aquello era una 'nada' demasiado sugerente, la última línea a vapor en América, y gracias a unos jubilados argentinos logré conocer un pequeño ramal activo.
¿Cuál es tu viaje ideal?
Un viaje lento a través de un paisaje para el que ya tengas algunas preguntas. Con lento me refiero a que puedas bajarte, pasear, charlar hasta la medianoche y aceptar un techo inesperado, por ejemplo, sin la tiranía de haber reservado otros billetes, otros sitios, un vuelo de vuelta, porque entonces te perderás lo inesperado, que suele ser lo mejor.
Hay personas que se trasladan de un sitio a otro por necesidad o de manera funcional, pero a las que no les gusta viajar. ¿Qué le dirías a una persona que nunca ha querido viajar por placer?
Una vez, un pariente mío me dijo que había visto un reportaje sobre Estambul y que con eso le bastaba. No tengo mucho que decirle, no sé si podría o debería convencerle de algo, y ahora pienso que dejará menos huella de carbono. Pero quizás un libro sobre Estambul también podría resultarle un buen viaje… ¡y a eso aspiro yo!
¿Te ves viviendo siempre en modo itinerante, sin echar raíces?
¡Tengo raíces en Vitoria, en un pueblecito cercano llamado Maeztu y en Ciudad de México! Me sería complicado deshacerme de esas tres raíces. Es necesario echarlas en algún sitio, un sitio rara vez se revela mucho cuando uno está de paso, aunque hay personas que arraigan y desarraigan con mayor facilidad. A mí me encanta y me enseña muchas cosas el irme y el volver. La vuelta suele dar grandes momentos de claridad, y volver es algo que, aunque suene a perogrullada, solo puede hacer quien antes ya se ha ido.