Con la crema solar y el bañador puestos, por fin llegas a la playa. Te quitas la ropa y la tiras en el primer hueco libre para meterte directamente al agua, llegó el momento de disfrutar de la maravillosa experiencia de bañarse en el mar, pero está prohibido debido a la presencia de medusas. No es para menos porque la picadura de ciertos tipos nos puede generar graves consecuencias. En Uppers hemos revisado cuáles son las medusas más peligrosas que puedes encontrarte en las costas españolas.
Las medusas son de los organismos que más han sabido adaptarse a los cambios pues pertenecen a esa clase primitiva y por tanto con “sabiduría de sobra”. Una prueba de ello son los fósiles encontrados, que han sido datados en la Era Primaria, es decir, ya existían hace más de 600 millones de años. En cambio, su ciclo de vida es corto, pues dependiendo de la especie va de los seis meses a los dos años.
Un 95% de su masa corporal es agua y su densidad es casi la misma que el medio marino, una característica que las permite flotar. Forman parte del grupo zoológico de los Cnidarios, en el que ciertos integrantes, como las anémonas y los corales, nada tienen que ver con las medusas en apariencia, pero todos comparten una particularidad común. Son los cnidocitos o cnidoblastos, unas células que generan e inyectan un líquido urticante y que les sirve tanto para defenderse de sus depredadores como para capturar a sus presas.
En las medusas, los cnidocitos o células urticantes se suelen localizar en sus tentáculos y en sus brazos orales. El conjunto rodea una sola abertura que hace la función de boca y de ano de la cavidad gástrica interior. Lo habitual es que las medusas tengan forma de campana o de sombrilla con un borde lobulado o festoneado y que su parte convexa esté hacia arriba. Así, de la zona cóncava cuelgan los brazos y esos tentáculos tan temidos ya que en algunos tipos se elongan hasta superar los 20 metros de longitud. También tienen capacidad de retracción, lo que les permite atrapar larvas de peces o crustáceos para llevárselos a la boca. No se resisten ya que cuando las presas tienen contacto con uno de sus tentáculos, los cnidocitos se disparan inyectándoles ese liquido urticante que las paraliza.
El desplazamiento lo consiguen mediante la contracción y la expansión rítmica de sus fibras musculares, sin embargo, no tienen fuerza suficiente como para ir en contra de las corrientes y los vientos. Este es uno de los motivos por los que a veces invaden las playas. También influye la sobrepesca de aquellas especies que se nutren de medusas, lo que provoca el aumento de sus poblaciones, al igual que el excedente de nutrientes en ciertas zonas marítimas que las atrae porque le sirve de alimento.
En este caso se trata de vertidos que provoca la actividad económica e indican claramente que se ha producido un desequilibrio en el ecosistema. Otra de las causas del aumento de la población de medusas es la subida de la temperatura del mar a causa del cambio climático. Esto acelera su reproducción y favorece su proliferación, aunque también su muerte. Por ello en ocasiones a las playas llegan los cuerpos sin vida de cientos de medusas ya en descomposición lo que genera muy mal olor.
En total hay unas 10.000 especies urticantes cuyos ejemplares no dejan de crecer. Las habituales del litoral de nuestro país son la Rhizostoma pulmo, la Cotylorhiza tuberculata, la Aurelia aurita, la Velella velella, la Aequorea forskalea o la Mnemiopsis leidyi. Además, cuatro especies que también son frecuentes son las que se consideran las más peligrosas de las que abundan en España. Como única ventaja es que no son mortales, según apuntan desde el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico. Estas cuatro especies son la Pelagia noctiluca, la Chrysaora hysoscella, la Physalia physalis, conocida como la Carabela portuguesa, y la Carybdea marsupialis.
A la Pelagia noctiluca la denominan medusa luminiscente. Tiene un color rosado rojizo y puede llegar a medir más de 20 centímetros de diámetro. Su campana es semiesférica, está algo aplanada y tiene cuatro largos, festoneados y robustos tentáculos orales, junto a 16 lóbulos periféricos alargados y 16 tentáculos marginales que al desplegarse superan los 20 metros de largo. En el mar abierto forman densos enjambres y los vientos las acercan a las playas del Atlántico y del Mediterráneo.
El Ministerio califica su peligrosidad como alta, ya que además de causar irritaciones y escozor en la piel llega a producir heridas que se pueden infectar. Por otra parte, esos tentáculos tan largos son capaces de picar de una sola vez en todo el cuerpo, por lo que se sufren graves consecuencias debido al efecto del veneno; llega a provocar problemas respiratorios, cardiovasculares y dermatológicos que perduran semanas o incluso meses. Es la más peligrosa de todas.
El nombre común de la Chrysaora hysoscella es medusa de compases o acalefo radiado. El tamaño es superior al de la Pelagia noctiluca pues su diámetro es de unos 30 centímetros. Se caracteriza por el color blanco amarillento de su campana y por tener 16 radios que parecen dibujados. En cambio, sus 24 tentáculos solo se prolongan hasta los 5 metros de longitud, aunque los posee otros cuatro tentáculos orales más que se alargan mucho más.
La Chrysaora hysoscella vive en mar abierto pero las corrientes sobre todo en verano las arrastran a las playas con lo que son frecuentes tanto en el Mediterráneo y como en el Atlántico. Su peligrosidad es elevada según el Ministerio. El roce o el contacto de sus tentáculos con la piel humana al principio genera picor y quemazón y a continuación aparecen lesiones eritematosas y edema con verdugones que tardan bastante en desaparecer.
Los entendidos también conocen a la Physalia physalis como la Carabela portuguesa por su aspecto de barco de vela. Parece una medusa, pero en realidad es un hidrozoo, formado por una colonia de pólipos con funciones diversas cada uno como la defensa, la alimentación o la reproducción. El conjunto en flotación alcanza los 30 centímetros de largo y los 10 de ancho. Es como un flotador relleno de gas, de color violáceo y transparente, que se caracteriza por su cresta o vela superior, la que facilita su desplazamiento. Dispone además de multitud de finos y largos tentáculos que al extenderse superan los 20 metros de longitud. Es típica de las aguas templadas del Atlántico y en ocasiones entra en el Mediterráneo.
En este caso la peligrosidad es muy elevada debido a la gran concentración de nematocistos en parte de esos larguísimos tentáculos y al potente veneno que transmiten. Esta sustancia contiene propiedades neurotóxicas, citotóxicas y cardiotóxicas y llegan a producir un shock neurógeno provocado por el intensísimo dolor. Por ello, a veces acaban produciendo el ahogamiento. Además, los tentáculos se enredan en el cuerpo y al intentar separarse de ellos se adhieren aún más con quemazón, dolor y laceraciones.
Su aspecto recuerda a un cubo y por ello a la Carybdea marsupialis la llaman la Cubomedusa o el Avispón marino del Mediterráneo. El cubozoo (forma cúbica) mide de diámetro de 5 a 6 centímetros del que nacen cuatro largos tentáculos. Es transparente y de color azulado o blanquecino y ello dificulta su visualización y el peligro que conlleva. También cuenta con un ojo complejo gracias al cual reacciona ante objetos móviles y responde a los cambios en la luminosidad. A diferencia de otras especias se mantiene a unos 20 metros de profundidad.
Es de peligrosidad muy alta ya que los cuatro tentáculos se elongan hasta 10 veces el tamaño de la umbrela con picaduras que resultan muy dolorosas. La ventaja es que es raro que llegue a las playas ya que prefieren mantenerse en las aguas más profundas.