El Gran Teatro del Liceo de Barcelona es una de las señas de identidad de la ciudad, el teatro de ópera que sigue activo más antiguo de la ciudad en plena Rambla. Con casi 200 años de historia, por ahí han pasado los más grandes, pero lo cierto es que el edificio esconde algunos misterios desde su construcción, e incluso una maldición que se cierne sobre el edificio, culpable de los dos grandes incendios que se produjeron en 1861 y 1994, este último con un gran impacto, especialmente si se recuerda a Montserrat Caballé llorando al ver como ardía la que siempre fue su casa.
Pero para entender esa maldición hay que irse muchos, muchos años atrás. Allá por el siglo XVII en esa ubicación había un convento de los trinitarios descalzos, que en el siglo XIX, con las tropas napoleónicas en Barcelona, adaptaron el edificio como almacén, pero tiempo después volvió a manos de los trinitarios. Sin embargo, durante unas revueltas en la ciudad el convento fue una víctima más y se incendió.
Algo había que hacer con ese espacio en pleno centro de la ciudad y se levantó un pequeño teatro con unas 600 localidades para competir con el Teatro de la Santa Cruz en el que acoger funciones y conciertos. Así, donde antes hubo un convento, surgió un teatro cercano al mercado de la Boquería que años después de su inauguración sufrió un incendio en 1861 en plena celebración del carnaval, destruyendo el edificio prácticamente por completo.
Una leyenda que siempre ha sobrevolado sobre el Liceu es que en entre los escombros de aquel incendio se encontró un papel en el que se podía leer un mensaje: “soy un búho y voy a solas, si lo volvéis a levantar, lo volveré a quemar”. Un mensaje que, de ser cierto, se le hizo oídos sordos y se volvió a levantar el teatro y, en medio de la construcción, durante una gran tromba de agua, la Rambla quedó inundada y retrasó los trabajos de reconstrucción.
Fue así como un nuevo Liceu surgió en el centro de Barcelona, mucho más clasista, al que acudía la burguesía de la ciudad para disfrutar únicamente de óperas. Y en noviembre de 1893 surgió una nueva tragedia. Era época de violencia política y el anarquista Santiago Salvador atentó contra el teatro. En aquel momento se estaba representando la ópera ‘Guillermo Tell’ de Rossini y una bomba causó una veintena de muertos, mientras que el segundo de los artefactos nunca llegó a explotar.
Hay quien dice que en años posteriores, y hasta la actualidad, más incendios han surgido dentro del Gran Teatro del Liceo de Barcelona que no han llegado a trascender a la opinión pública. Sin embargo, en 1994 la maldición se hizo evidente ante un nuevo gran incendio que arraso con casi la totalidad del Liceu.
Fue durante unas tareas de mantenimiento cuando al parecer una chispa prendió el telón y rápidamente el fuego se extendió por todo el edificio, haciéndolo arder de nuevo y dejando una imagen que quedó grabada a todos los vecinos. Aún así, el Liceu sigue vivo, lo volvieron a reconstruir y en 1999 se inauguró con una fachada muy similar a la del siglo XIX, donde los actos y la cultura siguen sin prestar demasiada atención a esa maldición que se cierne sobre el edificio.