Dormir en un monasterio para desconectar del mundo un rato: "No preguntamos si creen o qué les gusta"

  • El monasterio de Leyre dispone de una hospedería con diez habitaciones a 55 euros la noche

  • Los huéspedes deben acatar la regla del silencio que rige en esta comunidad

  • Hablamos con su hospedero, fray Óscar Jaunsaras, sobre espiritualidad, naturaleza e historia

Muchos han buscado la felicidad a través de la filosofía, la psicología o la religión. Bien lo saben los monjes benedictinos del monasterio de Leyre (Navarra), que, además de cultivar su espíritu, hacen de anfitriones para todo aquel que visita su hospedería interna. Un modo de desconectar del mundo y reconectar un rato con esas cosas que nunca tienes tiempo de hacer o de pensar, a razón de 55 euros la noche. Desde allí nos recibe su hospedero, fray Óscar Jaunsaras, uno de los 18 religiosos que dedican su vida al "ora et labora".

La frugalidad como hábito

La hospedería interna es un servicio ajeno al hotel que existe en este monasterio navarro donde se citan la espiritualidad, la historia, el arte y la naturaleza. Para empezar, su acogida tiene unos fines espirituales, de manera que los huéspedes conviven con los monjes. Comparten desayuno, comida y cena y, por tanto, su frugalidad, aunque fray Óscar no habla en ningún momento de austeridad, sino de sencillez, algo que, según advierte, "viven con inmensa gratitud y alegría".

La convivencia exige unirse a la oración litúrgica en algún momento de su estancia. "Esto tiene que ver -explica- con la razón de ser de la hospedería. Es un propósito estrictamente espiritual presente desde hace más de 1.200 años. El monasterio acoge a quien desea acercarse a Dios o beneficiarse de nuestra espiritualidad. No preguntamos quiénes son, a qué se dedican, qué les gusta o qué hábitos tienen. Ni siquiera necesitamos saber si creen o no o si su condición sexual es una u otra. Una vez que cruzan la puerta, se les muestra el claustro y se exige respeto a la comunidad y a sus normas".

Todo ello está inscrito en la regla de San Benito. "A todos los huéspedes que lleguen al monasterio recíbaseles como al mismo Cristo, pues Él ha de decir: huésped fui y me recibisteis", indica en su precepto 53. El hospedero lo repite con otras palabras: "San Benito enseñó a los monjes a tratar a sus huéspedes como hijos de Dios y así se sigue haciendo".

Ni niños ni mujeres

Un apunte: como las diez habitaciones destinadas a este fin están dentro de la clausura, solo admiten varones. "Las mujeres, los matrimonios y las familias que deseen pasar unos días en Leyre y participar de los oficios litúrgicos de los monjes, tienen a su disposición la hospedería externa, el Hotel Hospedería de Leyre, aunque acabamos de iniciar una reforma que se prolongará unos dos años", advierte.

Las obras no afectarán a la hospedería interna, que permanecerá abierta, como siempre, ofreciendo estancias de tres a diez días por un precio aproximado de 55 euros diarios (incluye pensión completa). Sus habitaciones son individuales y cuentan con servicio.

Además, los huéspedes disponen de un oratorio y una salita de reunión. No hay ascensor y tampoco wifi. El hospedero nos insiste en que no es una pensión barata donde alojarse durante las vacaciones, sino un lugar religioso donde se nos recibe para compartir la vida monacal de los frailes y sus rezos o celebraciones litúrgicas.

La norma que más sorprende y suele ser motivo de retirada precipitada de algún invitado es el silencio. "Frente al ruido creciente de la sociedad, en el silencio el espíritu encuentra sosiego y respira hondo. Unas jornadas en el monasterio son suficientes para lograr un encuentro consigo mismo, con su espiritualidad y con Dios. Para nosotros es una gran satisfacción porque es nuestro deber más sagrado y el mejor legado que deja el monasterio a través de los siglos. Quien viene se va con el don del silencio, pero no todos lo soportan y deciden adelantar la salida".

Las rutinas de los huéspedes son similares a las del resto de los religiosos. Las comidas se celebran en silencio y escuchando una lectura. Por eso se pide puntualidad. En el transcurso del día, pueden pasear, orar o reflexionar, tanto en sus dormitorios como en la capilla o en los alrededores del monasterio. "Si necesitan un monje como guía espiritual o un confesor, siempre tendrán uno a su disposición", indica fray Óscar.

Tiene su propia leyenda

La sensación que se lleva quien pasa unas jornadas en el convento es que el tiempo se detiene y esto forma parte de la leyenda de este lugar mágico. Cuentan que san Virila, abad del monasterio a finales del siglo IX, en un momento de duda sobre la idea de la vida eterna en el cielo, salió a dar un paseo y se quedó dormido junto a una fuente escuchando los trinos de un ruiseñor. Cuando regresó al convento habían pasado 300 años. Evidentemente, forma parte del folclore de este espacio sacrosanto, aunque sí es cierto que las reliquias del abad se conservan en él y su firma aparece en un documento del año 928.

El monasterio de Leyre está cargado de arte e historia, muy unida a los monarcas de las diferentes épocas, como el rey Sancho III el Mayor, que describió este convento como "centro y corazón de mi Reyno". Se considera la cuna espiritual del antiguo reino de Pamplona (posteriormente reino de Navarra) y en él se encuentra el panteón donde descansan los restos de sus primeros monarcas. Situado sobre una balconada natural en la falda de la sierra de Leyre, es el principal monumento románico de Navarra y uno de los conjuntos arquitectónicos de la Alta Edad Media más interesantes y mejor conservados. Destacan la singularidad de su iglesia abacial o de su cripta y la tradición viva del canto gregoriano.

Los monjes benedictinos forman una familia con edades dispares, desde los 24 hasta los 80. Fray Óscar, de 69, llegó a los 38 años después de una vida mundana que para nada hacía presagiar su vocación. "Dios llenó el vacío que hasta entonces no había conseguido llenar con nada y encontré una vida plena. La Regla de San Benito inspira nuestras vías monásticas desde un ideal basado en el amor y en el camino hacia la perfección y la patria celestial a partir de la oración, la obediencia, la humildad, la paciencia, el orden y la caridad, entre otras virtudes que debemos ejercitar".

Esto significa levantarse antes del amanecer, a las 5.30, y reunirse para orar siete veces al día. El resto del día lo distribuyen en oración personal, lectura divina y tiempos de trabajo. Cada monje tiene asignada una labor, intelectual o manual, por parte del padre abad. Cocina, sastrería, lavandería, carpintería, pintura, biblioteca, etc.

"El frío y las jornadas de silencio, roto solo durante los rezos y el rato de descanso que sigue a las comidas, son el mayor desafío, pero un paso más en ese crecimiento que buscan las almas", concluye este hospedero. Está convencido, porque así se lo confiesan, que sus huéspedes se despiden con infinita paz y enriquecimiento espiritual, un mejor entendimiento del mundo y con un nuevo sentido para sus vidas".