La reflexión de Máximo Huerta mientras cuida de su madre: "¿Quién se ocupará de los que no tenemos hijos?"

Cualquiera que siga de cerca la vida de Máximo Huerta sabe que desde hace tiempo ha dejado su carrera como comunicador más aparcada, no del todo, para poder cuidar de su madre, Clara, y dedicarle todo el tiempo que pueda. Eso no le ha impedido sacar su nuevo libro, ‘París despertaba tarde’, o seguir volcado con su librería, La Librería de Doña Leo. Sin embargo, la situación por la que pasa le ha llevado a lanzar una reflexión a través de sus redes sociales tras una conversación que tuvo con su madre esta misma mañana.

El valor de los cuidadores

“¿Tantas pastillas cada día? ¿Son necesarias? Sí, para seguir”. Con esta conversación cuenta el presentador que comenzó. Sobre esto, cuenta que mientras hacia de “traficante” de las pastillas del corazón de su madre se dio cuenta de que la industria farmacéutica tendría que cambiar, sobre todo porque el día anterior se puso a dieta tras marcar 100 kilos en la pesa.

“Si quisieran, desde hace décadas habría una pastillita color verde, por ejemplo esperanza, para que todos estuviéramos en nuestro peso ideal, son grasas extra. Pero claro, debe compensar más tenernos en la frontera del sufrimiento emocional y físico”, cuenta, pero deja eso apartado para reflexionar sobre lo que pensó cuando por la mañana le daba la pastilla a su madre.

“Cuando ha puesto la mano formando un cuenquecito para que se las pasara, he pensado en quién hará eso conmigo. ¿Quién? ¿Quién me cuidará? ¿Quién me ordenará las pastillas? Ha sido solo un segundo. Un instante de duda, de preocupación, de futuro incierto. Pero intenso y profundo como un puñal que atraviesa la ropa. ¿Quién cuidará a los que hemos cuidado? ¿Quién se ocupará de los que no tenemos hijos?”, explica en el texto que ha publicado esta mañana en sus redes sociales.

¿Quién cuidará de los que cuidan?

Es una pregunta que no solo se hace él, así se le han hecho saber algunos seguidores en comentarios. “Supongo que, cuando pierda el norte, la chaveta, las orejas se agranden, la nariz y los ojos sean grises, vendrá alguien de mi familia a instalarme en alguna residencia. O seré yo quien, con un poco de suerte, acierte con la fecha concreta y pida habitación antes de que todo se derrumbe”, escribe.

“¿Sin perra? ¿Sin mesa para escribir? ¿Sin sillón para leer? ¿Sin ventana a la montaña? ¿Sin mis cosas? ¿Con la MH bordada en la cinturilla de mi pantalón, de mis camisas, de mi pijama? Solo fue un gesto. De mi mano a la suya. Como fue de la suya a su madre. E imagino, de la abuela Irene a la bisabuela Teófila. Y así hasta el inicio de los tiempos. La cadena se para aquí. En mí. Fin”, lamenta. “¿Quién será?”, vuelve a preguntarse el escritor. 

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