Es entendible que unos padres estén pendientes de sus hijos, ya no lo es tanto, como indican los expertos consultados, hacerlo de un modo constante e intenso. Explican, también, que ser un padre/madre controladora o “hiperpadres”, puede “llevar a la rebeldía del adolescente”. Hablamos con un padre y un hijo que exponen cómo afectaron ese tipo de actitudes en su vida cotidiana.
La Asociación Americana de Psicología (APA) señala cuatro tipos de crianza: la autoritaria; padres cariñosos que se establecen límites; la permisiva, padres cariñosos que no establecen límites; y, la pasiva, con progenitores poco accesibles y a veces, ausentes. La crianza “helicóptero” es aquella que tiene que ver con el control y la sobreprotección al hijo llegando a atosigarlo.
En 2022, el Journal of Family Studies publicó el documento El control materno y la internalización y externalización de los síntomas infantiles en el entorno de la seguridad barrial. Una de las ideas que se ponía en el centro es que los progenitores deberían poner más atención y aumentar el control en ambientes menos seguros.
El tipo de madres del que hablaban poseen normas estrictas, manipulan, interfieren y critican las elecciones del hijo, usan la culpa y, entre otras cosas, carecen de empatía y respeto hacia él.
Dificultad en las relaciones sociales y en logros educativos, fue la conclusión que derivada de otro estudio de la Universidad de Virginia que publicó la revista Child Development. Trataban de averiguar el influjo de una crianza manipuladora en la salud del adolescente con el paso de los años.
Se realizó el seguimiento a 184 adolescentes de los 13 a los 32 años. A través de los años, quienes contaban con padres controladores a los 13 años tenían menos apoyo en relaciones románticas a los 27 y menos probabilidades de tener una relación seria en la treintena.
Isaac, estudiante de 19 años, cuenta que la relación con sus padres siempre ha sido bastante tensa porque le frenaban para ser él mismo. “Se me cuestionaba todo, mis decisiones, mis ideas..., y si ya siempre había sido muy introvertido, cada vez me encerraba más en mí y esperaba a que decidiesen por mí. Si quería comprarme un pantalón negro, mi madre me decía que era mejor uno azul porque no desteñía y así era”, explica.
Hasta el pasado año no buscó ayuda profesional y le facilitaron herramientas para poner distancia respecto a sus padres. “Sentarme y hablar con ellos para mí era muy complicado, no sabía cómo hacerlo porque pensaba que no me escucharían, pero la psicóloga me ayudó a autodefinirme y valorarme más”, dice.
Tuvo una conversación con sus padres: “Querían que estudiase otra carrera diferente a la que yo quería y dije ‘hasta aquí’, y me fui a una residencia universitaria”.
Hoy en día se ven mucho menos e Isaac tiene más claro cómo dirigirse a ellos y hasta dónde quiere dejarlos llegar.
En el caso de Susana de 54 años, ama de casa, fue ella la que necesitó ayuda profesional porque la sobreprotección que ejercía sobre su hija Lidia, de 14 años, llegó a ser enfermiza y a perjudicarla en su actividad diaria. “Siempre he querido estar muy presente en la vida de mi hija y ayudarla con todo, pero no veía que esa forma de actuar fuese excesiva. Le exigía a menudo cambiar de ideas y la manipulaba”, cuenta.
Asegura que su marido se divorció de ella porque sólo estaba pendiente de la joven y no la dejaba ser, “la asfixiaba” y él lo pasaba muy mal viéndolo. “Mi familia me decía ‘deja a la niña’, ‘no hables por ella’... Llegó el día en que lo vi cuando con 13 años tuvo un problema serio con un amigo y no supo resolverlo, se bloqueó y entró en pánico. Su profesora me llamó y tuvo una reunión conmigo”, expresa.
La educadora dijo a esta madre que su hija sólo alcanzaba a pedir que su madre fuese a ayudarla. Añadió que si seguía así no sabría solucionar nada sola y lo pasaría mal el día que viviese sola y tuviese otra familia e hijos.
“Quería ayudar, pero pretendía vivir una vida que no me correspondía. Hay mucho dentro que hemos de sanar como adultos”, refiere.
Según señala el psicólogo, educador social y mediador familiar, Antoni Jiménez Massana, aunque la pretensión de los “padres helicóptero” suele ser la de proteger y garantizar el éxito de los hijos, llegan a involucrarse sobremanera en todos los aspectos de su vida (actividades escolares, relaciones personales...). Además, refiere que: “Intentan manejar o controlar sus emociones en lugar de permitirles experimentar y gestionarlas”.
Por otro lado, perciben una preocupación ilógica, constante y excesiva por su éxito y bienestar; apenas tienen confianza en su capacidad para manejar situaciones, constantemente intervienen para solucionar sus problemas e imponen expectativas extremadamente altas.
“Esta forma de crianza pueden afectar el desarrollo emocional, social y psicológico de los menores y pueden intentar escapar adoptando una actitud sustentada en mentiras y ocultaciones”, afirma. Continúa que puede derivar entre otras, en:
Que los padres sean así puede darse al temer por la seguridad y el bienestar de sus hijos o para que no cometan sus mismos errores. “Algunos pueden haber experimentado una falta de control en sus propias vidas y buscan compensarlo controlando la vida de sus hijos", apunta. Tratar de revisarlo todo (que tampoco es posible) puede causar en los padres una sensación de frustración y agotamiento”, destaca.
“La adolescencia es una etapa en la que nuestros hijos necesitan mayor autonomía, independencia, encontrarse, reafirmar su identidad con su grupo de iguales y tomar sus propias decisiones. Este tipo de madres y padres restringen tremendamente la autonomía de sus hijos”, identifica Mariana Capurro, psicóloga general sanitaria y directora del Centre Integral de Salut i Educació.
Para la experta, este tipo de progenitores “Saben todo sobre sus amigos, incluso tienen cierta relación con ellos; están presentes en sus redes sociales y llegan a revisar conversaciones privadas sin ningún tipo de consentimiento o aviso previo”.
Esta profesional resalta que se trata de familias que generalmente utilizan el castigo y la humillación como una manera de dirigir el comportamiento de sus hijos hacia la dirección que ellos consideran, algo que provoca en los adolescentes una gran falta de confianza en sus propias habilidades, impactando directamente en su autoestima.
“La presión constante por cumplir expectativas de los padres y la falta de control sobre su propia vida pueden aumentar los niveles de ansiedad y estrés limitándoles la capacidad para establecer relaciones saludables o, por el contrario, pueden volverse extremadamente rebeldes y resistir cualquier forma de autoridad, lo que puede complicar sus interacciones sociales”, argumenta.
Todo esto provocará un gran deterioro en la relación y dificultará el proceso de desarrollo de la identidad que se da en esta etapa. Para Capurro es fundamental que los progenitores encuentren un equilibrio entre proporcionar guía y permitir la autonomía necesaria. “Resulta conveniente mantener una comunicación abierta, predisposición al diálogo, no juzgarlos constantemente y apoyarlos. El respeto debe ser mutuo y el apoyo emocional también”, revela.
Por último, la psicóloga aconseja tomar consciencia de si eso sucede en el núcleo familia para sustituir esos patrones por otros adaptados a las necesidades reales de los hijos, algo que requerirá “trabajo, esfuerzo y constancia”.