Semana uno de confinamiento. Todo era amor entre vecinos. Los que no se conocían se convertían en amigos. ¿Qué tal?, ¿cómo va la cuarentena? Sonrisas por todas partes. Ahora ya han pasado casi cinco semanas de eso y la convivencia, tanto con los de dentro como con los de al lado, está empezando a pasar factura. Entre tanto buen rollo empiezan a aparecer tensiones. Gritos, mensajes, golpes en la pared. Te contamos algunas de las escenas vistas y oídas en los balcones de España protagonizadas por sénior.
El sábado pasado comía en la terraza cuando algo rompió el silencio que impera en el centro de Madrid estos días. No era una discusión dentro de una casa, era entre balcones. Me dispongo a escuchar. "Se puede saber por qué me estás tirando las migas dentro de mi casa", espetaba uno de mis vecinos, abogado jubilado. "Estoy sacudiendo el mantel, siempre lo hago y nunca dices nada. No te ha podido caer", respondía el otro, un estudiante que vive con su novia un piso más arriba.
Comienza el espectáculo. Una guerra de comentarios no del todo agradables. "Pero no seas sinvergüenza, discúlpate". Todos mirando por la ventana, expectantes de ver cómo evolucionaba la cosa. Nadie decía nada. Cinco minutos de batalla verbal acababan con un portazo. Desde entonces ni se han dicho 'hola' a la hora de los aplausos. Esto solo puede mejorar.
Comunidades con jardinero y zonas comunes. Vecinos con mucho tiempo libre. Mezcla explosiva. Diez de la mañana, urbanización a las afueras de Madrid. Allí vive Íñigo con su mujer y su perro. El edificio ya tiene un grupo de WhatsApp desde hace semanas para hablar sobre el coronavirus y ahora Dolores, de 65 años, ha auto asumido el papel de portavoz. Puerta cerrada, ojo en la mirilla y portero en la escalera. "A partir de ahora tienes que limpiar más, es primordial, pero no sirve como lo sueles hacer. Con más lejía, con un cepillo más grueso, nada de bayeta. Restriega bien. ¡Ah! y constantemente claro. No te olvides de los recovecos y del botón del ascensor", le increpa muy alterada Dolores.
El resto del rellano también espía tras su puerta. Nadie dice nada, nos cuenta Íñigo. Aunque reconoce que no dejaba de pensar 'pobre hombre' pero claro "¡cualquiera le decía nada a Dolores tal y como estaba, mejor mantener la paz".
A todos nos ha pasado. Hemos escuchado algo. Probablemente lo hayamos hecho sin querer pero es que entre tanta falta de ruido… cualquiera no se entera. Twitter es la fuente de desahogos por excelencia en estos días de confinamiento y el fotógrafo Javier Mantrana ha querido compartir los ruidos que se escuchan desde su vivienda: el de las parejas discutiendo y el de las parejas haciendo las paces después. Tantas horas juntos es lo que tiene. Amor y guerra a todas horas.
Algo similar le ocurre a Luis, él vive en Toledo, tiene 46 años y sus vecinos digamos que expresan su amor a cualquier hora, especialmente en mitad de la noche y con un volumen elevado. Tanto es así que lo han hablado entre los residentes. Tomada la decisión: dejarles una nota bajo la puerta para pedirles que, por favor, satisfagan sus deseos a un volumen menos elevado. "Es que hay niños y los demás no tenemos por qué escuchar nada de su vida personal".
La Semana Santa ha pasado factura. Una devoción desmedida también crea tensiones. María del Mar vive en Boadilla del Monte, Madrid, con su marido y su vecina de enfrente es una mujer de unos 50 años, natural de Huelva (desconoce cómo se llama). Lunes Santo: marcha procesional a todo volumen. Martes, Miércoles… igual. "No sé cómo de alto se debía escuchar en su casa porque en la mía era insoportable con pared de por medio", nos cuenta.
Llega el Jueves Santo y María del Mar no puede más, el resto de vecinos tampoco. A las 20.00 tras el aplauso a los sanitarios toman medidas. A gritos le piden que, por favor, baje el volumen de la música. La respuesta fue inesperada. La vecina de Huelva sale al balcón ataviada con peineta, mantilla y cirio dejando claro que su Semana Santa no se la quitaba nadie. ¡Por lo menos ha sido cosa de tres días!
Las paredes de algunos edificios son todo menos aislantes y si no que se lo digan al vecino del 3ºF de Jony Punto. Este usuario de Twitter no daba crédito con lo que ha visto al bajar al portal por la mañana. Un grupo de vecinos se quejaban de lo que un padre leía a sus hijos cada noche tras los aplausos, eso sí con un toque de humor.
"Escuchamos claramente cómo les leía a sus hijos pequeños pasajes de 'La ciencia de la lógica', de Hegel. Respetamos su postura pero somos una comunidad Kantiana (…) Tras la decepción que supuso para toda la comunidad este descubrimiento, tuvimos que contener a Manoli (…) No queremos violencia en nuestra comunidad y consideramos que debe marcharse para que la paz continúe reinando aquí".
Hay veces que las palabras sobran y que, llegados a este punto del confinamiento, salir al balcón para discutir con el vecino de al lado es demasiada molestia. Federico vive con su gato en un edificio de la capital. Reconoce no conocer a los que viven pared con pared con él pero sí ha tenido noticias suyas durante la cuarentena.
"Una noche el gato no paraba de maullar y empecé a oír golpes tan fuertes en la pared que me acabé despertando. Era el vecino, bastante cascarrabias, que sin decir ni mu me abroncaba por el ruido que hacía el minino. Yo respondí, claro. Empezó un concierto de puñetazos en la pared sin mucho sentido a las cinco de la mañana. Y desde entonces, no le he vuelto a ver en la cita de agradecimiento diaria. Será gracioso cuando nos podamos ver las caras de nuevo, quiero saber si alguno haremos un comentario al respecto”, relata.
Juan José tiene 62 años y vive en una casa en el casco antiguo de Toledo. Es una casa individual pero desde su terraza puede ver un bloque cercano y reconoce oír todo lo que los vecinos hablan por la ventana. "En el silencio de esta zona solo se oyen las campanas resonar como señal de apoyo a los que estos días salen a trabajar. Las tocan las monjas tres o cuatro veces al día pero parece que hay gente a la que le molesta. Aquí casi todo son señores mayores y el otro día oí a dos quejándose del ruido de las campanas", nos cuenta Juan José.
La indignación rodeó el vecindario que en un segundo se convirtió en un debate acalorado sobre detractores y seguidores. "Unas chicas jóvenes, de unos 20 años, salieron enseguida a decir que ese gesto era positivo, que no podía ser que se quejasen de todo. Entre unas y otras la cosa se puso tensa hasta que un tercero asevero 'ya está bien' y fue como mágico, todos callados”, explica.