Cuando eran veinteañeros, José María y su hermano Jesús María volvieron una tarde a casa de su madre, con quien vivían. Ese día había empezado a trabajar allí una nueva empleada del hogar, que, al verlos por primera vez, exclamó para sí misma asombrada: "¡Ay, fíjate, tan mayores… y gemelos!". La buena señora se dio cuenta enseguida de su dislate. Es cierto que cuando se habla de este tipo de parentesco suele pensarse en niños y niñas; vienen a la mente sillitas gemelares y ropa a juego comprada a pares por sufridos padres y madres. Pero los gemelos crecen, entran en la edad adulta y, de hecho, cuando cumplen los 50 experimentan un curioso cambio en su relación, del que dos parejas de hermanos nos hablan.
Carlos y Veni (Bienvenido) tienen ahora 57 años. Nacieron en La Camocha, diminuta población minera de Asturias: su padre trabajaba en esa dura industria. En 1970, el progenitor abandonó las tareas subterráneas y montó un bar en Gijón, que bautizó Los Gemelos, en honor de sus retoños, los pequeños de cuatro hermanos (el bar pasó a otras manos, pero ha mantenido el nombre, emblemático en la ciudad). Como los rigores hosteleros impedían a sus padres ocuparse de Carlos y Veni, los enviaron a un internado, de monjas, en un pueblo de Salamanca fronterizo con Portugal. Entre que eran gemelos y se sentían solos, terminaron allí de forjar su indeleble unión. "Se generó un instinto de protección entre uno y otro para defendernos en ese entorno", dice Carlos.
Pese a tenues diferencias de carácter (Carlos es bastante hablador; Veni, más parco en palabras), se han mantenido siempre igual de unidos. "Entre gemelos, quieras o no, siempre hay una relación especial. Otros hermanos pueden quererse mucho, pero estar meses sin verse. Nosotros necesitamos vernos todos los días. Salimos con el mismo grupo de amigos", dice Carlos.
Lo que no han percibido nunca es esa conexión extracorpórea que se les atribuye a los gemelos, según la cual, si uno se rompe una pierna, al otro le duele la extremidad aunque esté a 50 kilómetros. "Telepatía no la hay", zanja Carlos. "Pero, por ejemplo, en una conversación con gente sabemos lo que está pensando el otro. Es solo por la complicidad de haber pasado tanto tiempo juntos".
Se han acostumbrado a que les confundan. "Me saluda por la calle gente que no conozco. Y le devuelvo el saludo, por no andar dando explicaciones", comenta Veni. "Prefiero eso a sacarles del error; cuando lo he hecho, algunos pasan vergüenza". A veces ellos han fomentado el equívoco, aunque nunca con fines sentimentales: "Con las chicas no hemos dado el cambiazo", añade Veni (hoy ambos están divorciados). Pero sí que lo dieron cada vez que a Veni le tocaba renovarse el carné de conducir camiones. Sospechaba que, a causa de un ojo vago, no pasaría el psicotécnico. "Decidimos que yo lo pasara por él", confiesa Carlos. "Fuimos así tirando muchos años. Es la única trampa que hemos hecho. No había manera de descubrirlo: yo entregaba una foto mía y aprendí a imitar su firma".
En la actualidad, Carlos, que trabajó de minero como su padre, está prejubilado; Veni es jardinero en el ayuntamiento de Gijón. No hace mucho, Carlos pasó con su coche cerca de unos jardines donde estaban trabajando compañeros de Veni. "El capataz lo vio, y se puso nervioso", relata este. "Llamó enseguida al oficial y le preguntó: ‘¿Bienvenido no vino a trabajar hoy?’. Le contestó que sí. ‘¡De eso nada, acabo de verlo en un coche!’, protestó el capataz. El oficial, que sabe que somos gemelos, se tronchaba de risa".
Aparte de la sangre, los rasgos, el orgullo por su tierra y su amor por el Sporting de Gijón, Carlos y Veni comparten otra cosa: su pasión por la música. Tanto es así que, tras asistir a un concierto de La Vieja Trova Santiaguera en 1994, decidieron crear un dúo de son cubano, con canciones de temática asturiana. Se hacen llamar Los Jimaguas (término que se usa en Cuba y México para designar a los gemelos). "Estudiamos la esencia del son a través de discos y libros, viajamos a Cuba y empezamos a practicar lo que denominamos son astur". Actúan con frecuencia en cervecerías de todo el Principado y no pocas fiestas patronales. Han publicado dos discos. Simultáneamente, forman parte del Orfeón Gijonés, agrupación especializada en zarzuela.
En 2002, el psicólogo alemán Franz J. Neyer estudió la relación que mantenían 200 parejas de gemelos y cómo evolucionaba con el transcurso de los años. Como resultado de su investigación, determinó que a medida que se hacen mayores, crece la cercanía emocional entre ellos. Lo justificaba así: "Cuando se hacen mayores, comparten historias biográficas y experiencias de toda una vida, y a menudo son las únicas personas que quedan que han conocido como niños, adolescentes y adultos. En la edad madura, los hermanos pueden convertirse en último vestigio de la familia de origen y, por lo tanto, representan importantes aspectos de un pasado compartido".
Carlos y Veni dan fe de ello. "Crece el sentimiento de protección hacia el otro", dicen al unísono. "Es algo que sientes desde pequeño, pero con el tiempo se acentúa". Carlos pone un ejemplo: dejó de fumar hace diez años, y no cesa de insistir a Veni para que abandone el nocivo hábito. Por otra parte, toleran mejor las manías del otro. "Desde pequeños siempre nos hemos estado corrigiendo: ‘No hagas esto, no hagas lo otro’. Al final, lo aceptas como es".
"Te preocupas más por el otro", decreta José María. Este periodista madrileño de 54 años notó con mayor énfasis ese sentimiento de protección cuando hace cinco su hermano, Jesús María (abogado), se fue a vivir a Ecuador. Era la primera vez que se separaban (ninguno se ha casado y vivieron con su madre hasta la muerte de esta, inmediatamente anterior al viaje a Ecuador). "Se fue a América…, y dejas de verlo. Uno está más pendiente de si el otro tiene problemas de salud, económicos… Ahora estamos más unidos que antes".
Aunque concede que ahora ha engordado un poco, lo que facilita que lo distingan de su hermano, José María recuerda que su enorme parecido de niños deparó numerosas anécdotas. Tres años después de entrar en el colegio, los compañeros seguían confundiéndolos. Tras el examen de Selectividad, ambos recibieron la nota corregida sobre un borrón de típex. "Él sostiene que la nota más alta era la suya: en general, solía sacar notas un poco mejores. Yo siempre le digo que enseñe los papeles para demostrarlo", bromea José María. En defensa de los profesores hay que alegar que sus nombres tampoco es que sean muy diferentes.
El parecido físico, como es de suponer, no se limita a las líneas faciales: ambos tienen pies planos. Sin embargo, cuando les tocó realizar el servicio militar, las altas instancias castrenses decidieron de forma dispar al respecto. "Yo me libré por eso, y a mi hermano, que tenía los pies exactamente igual que yo, le consideraron apto para el servicio. Presentó un recurso, lo que a mí me fastidió, porque pensé: ‘¡A ver si ahora me van a dar apto a mí!’. Pero salió bien y también se libró".
Hijos únicos, la sintonía entre ambos era inevitable. "Se crea un nexo muy profundo porque todo el santo día estabas con tu hermano", dice José María. Quizá para reivindicar sus respectivas individualidades, tendían a hacer lo contrario que el otro. "Yo soy del Atleti —dice José María—, y mi hermano del Real Madrid. Creo que obedece a que cuando éramos pequeños siempre había cierto antagonismo. Como estabas todo el día con él, hacías lo contrario. Me suena que mi hermano dijo que se había hecho seguidor del Madrid, y por eso yo me hice del Atleti. Pero no lo reconoceré nunca delante de él".
Tampoco consideran que exista entre ambos un vínculo psíquico, más allá del lógico, producto de la convivencia. Cuando cursaban tercero de Primaria, fueron a veranear a un pueblo de Guadalajara. Algunos hombres mayores de la localidad tuvieron la ocurrencia de ponerles a prueba: pidieron a cada uno que pensara un número del uno al cinco y lo comunicara por separado. "Yo dije el siete", evoca José María. Su hermano también, lo que provocó escenas de pasmo en los lugareños. "¡No puede ser!, decían. ¡Y eso que habíamos dicho del uno al cinco! Dije el siete porque era número el favorito de mi hermano, y ninguno nos dimos cuenta de que nos habían pedido del uno al cinco".
Esa creciente preocupación por el otro parte a veces, en el terreno de la salud, del estado de la propia. A José María le diagnosticaron no hace mucho diabetes. "Es posible que mi hermano la padezca, si no ahora, más adelante", comenta. El tiempo continuará su avance inexorable, y en ocasiones se preguntan cómo será su vida dentro de veinte años. "Creo que el futuro acabaremos viviendo juntos", vaticina.