No creo en las casualidades. Que Pau Donés muera justo el día que decidimos publicar el prólogo que escribió para 'Mi vida con un TDAH' no es una casualidad. Pau Donés ha sido mi ángel, lleva un año siendo mi ángel, desde el mismo instante en el que sin recelo aceptó la oferta. En pocas líneas, corto, rotundo, tajante, sin prejuicios compartió con el mundo el dolor de saberse diferente en la escuela, un dolor que le hizo fuerte, tan fuerte como que a lo largo de su enfermedad nos ha dado un ejemplo de cómo afrontar la vida y sus adversidades. Nada es gratuito. Pau compartió su dolor infantil y nos mostró cómo fue capaz de reconducir lo que para sus profesores eran defectos en grandes virtudes que le llevaron a convertirse en músico que fue, que es, porque la gente como él, no se va jamás.
Terminé de escribir 'Mi vida con un TDAH', con ayuda del Doctor César Soutullo, en plena marea perfecta. Con medio siglo en el cuerpo, el alma rota y una carta de despido en la mano. Era la segunda vez en cinco años que me atrapaba la marea perfecta. Me volvió a salpicar la crisis, esta vez a traición. Era la misma que lleva años lanzando periodistas por la borda de sus trasatlánticos, tratando a su capital humano como lastre deteriorado, culpabilizando al personal de su amenaza de hundimiento económico cuando el problema es otro.
Allí estaba yo, nadando entre olas gigantes, procurando no ahogarme, con un libro en la mano, un menor que dependía de mí y llamando a todas las puertas conocidas en busca de trabajo urgente. Mujer madura, madre y periodista no resulta una buena combinación. Para tener la mente ocupada decidí rematar el libro y buscar algún adulto que pudiera contar qué es el TDAH desde su punto de vista. Me pareció que un prólogo así sería algo como cerrar el círculo, tocar todos los palos.
Entre las asociaciones de TDAH resulta muy habitual eso de publicar artículos desvelando nombres de famosos con TDAH, es algo que a los padres nos reconforta, calma nuestros miedos. "Si fulanito lo ha conseguido, mi hijo también puede". Siempre pensamos lo mismo. Entre esas listas me topé con un periodista famoso que reconocía su TDAH en una entrevista. ¿Cuál fue mi sorpresa que cuando llegué a él, su representante lo negó y desdijo al redactor de la información? Mi gozo en un pozo. ¿Cómo podía renegar de algo que se habían escrito en una entradilla? Estaba convencida de que no quería escribirlo y se inventó esa excusa.
Tenía que respetarlo y seguir buscando. Una mañana me topé con Pau Donés. Estaba en plena gira de despedida y en la biografía de su página web confesaba ciertos sufrimientos de la infancia provocados por el desconocimiento del TDAH y la dislexia. "¡Como mi príncipe!", pensé.
El no ya lo tenía en la mano. Acostumbrada a pedir, con la experiencia de muchos años produciendo temas para mi equipo, le escribí un mail, una carta sincera, a tumba abierta. Aquella misma tarde recibí la contestación. "Se lo he comentado a Pau. Me dice que en cuanto acabe la gira te lo escribe". Así fue. Creo que en mis 30 años de profesión no he conseguido una gestión más fácil y desinteresada. De la manera más generosa, como había prometido, Pau envió su texto y nunca más supe de él. Acabó la gira, se desconectó de las redes, de los medios, desapareció. Se aisló tanto que, un año después, ni siquiera tenía una dirección a la que enviar un ejemplar.
El día que reapareció volví a escribirle, esta vez sí obtuve respuesta y, como todo pasa por algo, al final pude agradecer su altruismo. No como se merecía, puesto que lo que de verdad me hubiera gustado es poder mirarle a los ojos, darle las gracias y un abrazo de esos que te resetean el alma. De momento sé que, por lo menos, le llegó un ejemplar enviado con todo mi corazón. Porque él también desnudó su alma entre líneas. Así arranca Pau Donés su historia.
"¡Este niño es tonto!". "¡Donés, fuera de clase!". "¿El que más faltas ha hecho en el dictado? Hombre, Donés, ¿tú otra vez?". "Señora, lo mejor que puede hacer es llevar al niño a un colegio de educación especial...".
Y lo peor no fue eso. Lo peor fue cuando Ramón Llorens, mi tutor en octavo de EGB, me entregó las notas de fin de curso y me dijo: "Donés, no sirves para nada. En la vida serás un don nadie".
Bueno... Lo peor, lo peor, tampoco, porque ya hacía años que Donés estaba acostumbrado a ese tipo de comentarios y burlas y había desarrollado la capacidad de convertir la mofa en reto.
En casa por fin habíamos encontrado ya algo que me interesaba, que era la música, y a medida que iban pasando los años, el mono Donés, el que siempre andaba saltando de pupitre en pupitre, el que se pasaba el día mirando el cielo por la ventana de clase, el que en la libreta de Literatura solo tenía dibujos de monstruos y personajes de cómic, iba encauzando su vida, como cualquier otro niño o adolescente, con bastante normalidad.
Cualesquiera que fueran los síndromes que me afectaban, me dieron la capacidad de sobre-observar los detalles, las cosas en las que los otros niños no se fijaban. Mis taras me dotaron de una sensibilidad extra que en la vida me ha ayudado muchísimo. Veía cosas que los demás no veían, escuchaba cosas que los demás no escuchaban, tenía sensaciones que los demás no sentían, y eso me dio una ventaja enorme a la hora de aprender y disfrutar de la vida. Los libros se me daban mal, pero en cuanto a la inteligencia emocional se refiere, era de los mejores de clase... o del barrio.
Y mira tú por dónde que, gracias a mis defectos, ahora soy músico, que es lo que quise ser desde que nací, y diría que tampoco me ha ido mal. A mis 52 años puedo afirmar que he tenido una vida estupenda, vivida a tope, con gran intensidad, llena de matices, percepciones y emociones que sin el TDHA, THDA, ADTH o como se llame, seguro no hubiera tenido.