Guillermo Altadill (60 años) leyó en alguna historia de navegantes que un timonel no debe girar la cabeza si viene una gran ola porque el miedo le impediría actuar con cautela. Entonces no sabía qué era exactamente el miedo ni tampoco una gran marejada. Lo descubrió en su sexto paso por el cabo de Hornos cuando tuvo que enfrentarse a vientos de 50 nudos y olas gigantescas que se acercaban a gran velocidad. Le pudo la curiosidad y al volver la vista se encontró con toneladas de agua desbocadas hacia el barco. Dice que aquella ola llevaba una esquela con su nombre. "Si alguien pensaba que este deporte es para señoritos, que pase y vea", escribió tiempo después.
Nació en Barcelona, en 1962, y prácticamente ha vivido en el mar y en el mundo de las regatas oceánicas. Es uno de los grandes referentes internacionales y causante de la buena consideración que tiene España en la vela de competición. Heredó el oficio y la pasión de su padre, también regatista y constructor de sus propios barcos. Sus recuerdos de niño le llevan inevitablemente al mar, al barco en el que navegaba junto a sus padres y hermana haciendo pequeñas travesías.
Comenzó a competir a los diez años, en clase optimist (vela ligera enfocada para niños), y desde entonces mantiene el fascinante hábito de buscar nuevos retos. Cuando se quiso dar cuenta, había competido en diez Vueltas al Mundo, de las que completó siete, tres de ellas sin escalas. A ello hay que sumar veinte travesías atlánticas, más de 500.000 millas en competición, incontables récords de navegación y su participación como entrenador en cinco Juegos Olímpicos.
El mar le ha dado conocimientos extraordinarios de meteorología, una privilegiada fortaleza mental y la capacidad de salir airoso de cualquier contingencia. Además de navegar, pinta, escribe y vive como padre de familia feliz y orgulloso. Dar con él en tierra es una suerte, casi un milagro, teniendo en cuenta que le pillamos a punto de embarcar y enzarzado de lleno en la preparación de la tripulación de los dos equipos españoles que competirán en la Copa América 2024, que se disputará en Barcelona.
Con tu palmarés, ¿aún te queda algún sueño por cumplir?
Quiero dar de nuevo la vuelta al mundo navegando a vela, pero esta vez en solitario. La Vendée, que se celebra cada cuatro años y tiene su salida y llegada en el puerto francés de Les Sables-d'Olonne, es el reto personal y el sueño de todo regatista. Sin escalas, sin asistencia y en condiciones de extrema dureza durante más de tres meses. Para mí sería un desafío deportivo y lo haría una vez que tuviera las condiciones y garantías de luchar para ganar. Para ello necesitaría un buen patrocinador.
¿Y alguna espinita clavada?
He participado como entrenador en cinco Juegos Olímpicos y conseguimos Medalla de Oro en Atlanta 96, pero también me habría gustado disputar alguna edición como regatista.
Confiésanos alguna pequeña vanidad.
Todavía me permito decir que soy mejor regatista que mi hijo. Tengo cuatro hijos y todos navegan, conocen el mundo de las regatas de competición y comparten mi pasión por el mar. Pero solo Willy, el mayor, se dedica a la regata de forma profesional y está considerado uno de los mejores tripulantes de regatas oceánicas. Me produce mucho orgullo verle competir. Unas veces lo hacemos juntos, en el mismo barco, y en algunas regatas competimos como rivales.
¿Qué precio personal pagas por tu vida en el mar?
El mar te cambia a nivel psíquico y también físico. Hay regatas que pasan rápido, pero otras te requieren 85 días sin pisar tierra y sin apenas comunicación. Te cambia el cuerpo, el pensamiento, la forma de alimentarte, los ciclos de vigilia y sueño. Cuando regreso, la adaptación es complicada. Lo noto, sobre todo, en la comunicación. Durante unos días, me cuesta mantener una conversación fluida, pero es algo que paulatinamente se va superando. Al cabo de una semana, mi comunicación y mis relaciones son absolutamente normales.
¿Hay algún aspecto que esté ya enquistado?
Los horarios de comida y de sueño. Paso más tiempo en el barco que en tierra y, por tanto, es difícil acostumbrarse a las rutinas y al ritmo convencional. En el mar comes cuando puedes y cuando tienes hambre y la noche pierde el valor que le atribuimos aquí porque el trabajo es continuo y los ciclos de sueño son muy cortos. Además, transcurren en duermevela. Nunca es un descanso profundo, sino inquieto e interrumpido, y eso se prolonga una vez en tierra.
¿También en tu físico aprecias el cambio?
Las estancias prolongadas en un barco, con su limitación de espacio, te hacen perder mucha musculatura en el tren inferior y ganarla en el tren superior. Es un trabajo continuo e intenso de pectorales, brazos, hombros y abdomen. Por eso cuando vuelvo, mis entrenamientos se dirigen más hacia esa parte que llega más débil.
La regata es un deporte extremadamente duro y exige gran fortaleza mental. ¿Cómo te cuidas a nivel psicológico?
Aquí no hay más terapia que tu propia cabeza y acabas convirtiéndote en tu propio psicólogo. La experiencia me dice cómo gestionar las emociones de manera que transiten en línea recta, sin picos de euforia ni de frustración.
¿El agua es tu hábitat natural?
Sin duda. Trabajo en el mar, vivo en él y lo disfruto, tanto a nivel profesional como personal, cuando estoy de vacaciones.
¿Has vivido muchos momentos de pánico?
La situación más complicada la viví en la Transat Jacques Vabre de 2015, a bordo del IMOCA Hugo Boss, cuando una ola nos volcó el barco. Estábamos a 120 millas de tierra y tuvimos que ser evacuados por un helicóptero del SAR español que nos llevó a La Coruña. Al día siguiente conseguimos recuperar el barco.
¿Cómo vences el miedo en situaciones críticas?
Aceptándolo y acostumbrándome a su presencia en momentos cruciales. La ausencia absoluta de miedo es peligrosa porque te puede llevar a actuar de forma imprudente y temeraria.
¿Cuál es el logro que recuerdas con mayor emoción?
La Regata del Milenio, The Race 2000. Partimos del Port Vell de Barcelona seis catamaranes, los más grandes del mundo, con el reto del dar la vuelta al mundo sin escalas y sin asistencia, con la idea de batir todos los récords de navegación transoceánica. Tenía 38 años y era el único representante español. Yo me embarqué con Grant Dalton, director de Team New Zealand, en un catamarán de 100 pies, sin saber si era la embarcación adecuada. Ganamos la regata.
¿Siempre sales a ganar?
Claro, pero perder también te da lecciones muy importantes. La vela es una filosofía de vida que te enseña el valor del sacrificio, la perseverancia y la superación. Esta es la mayor gratificación.